jueves, 21 de junio de 2007

Secreto a voces

Hace unos días les comentaba el interés que despiertan en mí las cartas manuscritas. Ésta, que traigo hoy, está mecanografiada, fechada el 18 de Junio de 1946 en Energía Pcia. De Buenos Aires, la conservo por que guardó un secreto, que no fue tal, por que todos lo sabían; la atesoro, por que al repasarla creo oír la voz de mi padre, y por que perdura en este gastado papel, la magia de su decir.
Madrid le escribe a su hermana, a tía María (Negra, para los que aún, la recuerdan en Guido)

“…Te remito adjunto, una copia de tu verso. Me agrada sobremanera tu buen humor y más que nada tu disposición para escribir, no todos tienen la facilidad de escribir rimando; y créeme, es de gran provecho y utilidad para quienes como tú tienen predilección por la ilustración y el buen decir de los vocablos; escribir versos.
Escasas son las modificaciones que yo me he permitido hacerle al mismo, tu lo veras. En esta semana saldrán para esa las otras dos copias que me encargaste…” (Un clik sobre la imagen y podrán leerla completa)

Muchas, fueron las veces, que escuche a Don Abel Cepeda preguntar por el autor de “La pruebista Lolita” y a tía María responder: ¡Vaya uno a saber Abelito! , mientras seguía con su tarea, delantal floreado, patitas chuecas, preparando almuerzos o cenas, cebando rondas, interminables, de mates, elaborando dulcísimos tes, perfumados con hojitas de cedrón y cascaritas de naranjas que en jarrito y con bombilla, rondaban la mesa, para delicia de los comensales. Siempre atenta, a que todos estuvieran servidos, así era María. Don Julio Barragán, se enojaba por que nuestra María nunca se sentaba a la mesa y cuando lo hacia era la última y la primera en levantarse para lavar los platos. Esa María era la misma, que en horas de la siesta escribía en un Cuaderno Laprida de 100 hojas en verso o en prosa.

En una de las tantas sobremesas, Madrid, me puso al corriente de este y otros “tapados familiares”, asegurándome que Don Abel Cepeda sabía, que la autora indiscutible de esas décimas, era “la Negra Madrid”, pero por el respeto que se tenían, (se trataban de Usted) ella, no quería firmar la autoría y Don Abel, decía desconocer al “atrevido rimador”.
Lo publiqué en
http://elpuebloqueherede.blogspot.com pero vale la pena repetirlo.

La Pruebista Lolita

El día 5 de Junio
En la calle Centenario
Se hallaron dos adversarios
Enhorquetados a sus fletes
En eso el más regordete
De apelativo Cepeda
Dijo: Lo único que queda
Por el amor de esta moza
Es Rodiño una carrera
Y así resolver la cosa.

Al ¡vamos nomás! Salieron
Con un desenfreno tal
Que los dos al por igual
Corrían como el Pampero
Puntió, Rodiño primero
Y lindo se acomodo.
Muy pronto se comento
Que éste ganaba la lucha,
Pero ocurrió compañero
Lo que sabrá si me escucha.

Dos saltos, un hamacón
Y patadas del oscuro
Dieron como ya seguro
Lo que estaba por pasar
Cepeda quiso charquear
Pero tampoco lo pudo
Ya era tarde y el oscuro
Se volcó como una tasa
Y rodando lo largo
Como una bola de grasa.

En un ¡Ay!, decir Jesús
La gente se amontonó
Pa` ayudar al que cayó
Que era del sotreta dueño,
También el Circo Porteño
En pleno allí se reunió
Miren lo que sucedió
Por esa hijita de Eva
A quien ni el Diablo la lleva
Y aquí los alborotó

Dolorido por el golpe
Con la voz algo apagada
Dijo: yo no valgo nada
Rodiño, se la gano
En eso allí se llegó
Don Bernabé con un hijo
Y éste de inmediato dijo
Que a su casa lo llevaran
Y que el Doctor lo curara
Si el golpe le había hecho mal

Pero por felicidad
Él mismo dijo: No es nada
Fue con suerte la rodada,
No hay ninguna novedad.
Y así fue, sin más ni más
Que se repuso el enfermo
Y aunque manco y medio rengo
Vencido ya en la esperanza
Caminó rumbo a su Estancia
Muy gauchito, a tranco lerdo.

Autor: Ofelia Isabel Madrid (Negra/María)
Gral. Guido 1946

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).