domingo, 27 de julio de 2008

La música, las palabras, la adolescencia

¿Dónde vas con mantón de Manila?/ ¿Dónde vas con vestido chiné?/ A lucirme y a ver la verbena, /y a meterme en la cama después.

Así empezaba el juego. Jugando se aprende. Yo, aprendí por ejemplo que aquella canción pertenecía a una Zarzuela, que se llamaba “La verbena de la paloma” y que esa verbena no era lo mismo que la planta de florcitas azules que se colaba por el alambrado que separaba nuestra casa de la de Emilia y "dejaba durante el verano un perfumado dobladillo azul al libustro", sino una fiesta allá, lejísimos, "del otro lado del océano", en España.
Aprendí que en la Zarzuela se alternaban “la declamación” según tía María y el canto.
Aprendía, en cada juego, aprendía como más tarde lo haría mi hija, porque con los tíos siempre se aprendía algo.

Recuerdo cuando María cantaba “Madrid, Madrid, Madrid,/ pedazo de la España en que nací, / por algo te hizo Dios, / la cuna del requiebro y del schotis. / Madrid, Madrid, Madrid, / “don Cesareo” piensa mucho en ti; /por el sabor que tienen tus verbenas / por tantas cosas buenas / que sueña desde aquí.
Mientras me ponía un pañuelo grandote en la cabeza, algunas veces, agregaba unas florcitas de verbena, que asomaban por debajo del pañolón, ella se colocaba una gorra, un sombrero y bailábamos, bailábamos dando vueltitas, ¡marcando los compases chica! Pedía, mientras cantaba “Madrid, Madrid, Madrid, /pedazo de la España en que nací, / y vas a ver lo que es canela fina / y armar la tremolina/ cuando llegues a Madrid”
- Oye Negrita que no soy de allí sino de Ourense, provincia de Galicia le decía mi abuelo Cesáreo riendo, al tiempo que le devolvía el mate. ¡gran tomador de mate el abuelo Cesáreo!
Era en ese momento que María cambiaba el repertorio pasábamos del schotis madrileño a la muñeira o a la jota gallega “Na veira, na veira, / na veira do mar / hay una lanchiña pra ir a navegar / pra ir a navegar, pra ir a navegar, / na veira, na veira, na veira do mar.”
Lindos recuerdos. Sí, jugando se aprende.
Hace unos días mientras buscaba el libro “los Documentos de Hipólito Yrigoyen”, encontré ese pañolón con el que me convertía en “la Chulapa que bailaba Schotis” . Hoy recordé la verbena y la paloma y la anécdota de La Condición, danza tradicional argentina que tuve que bailar cuando aprendía una palabra nueva " adolescencia" que llegaba para quedarse. Me negaba terminantemente a bailar La Condición, por que mi compañero, no era el que a mi me gustaba o ¿será que te gusta, sobrina? decía tía María siempre pícara.
¿Les cuento?:
Me habían confeccionado para ese año, el último de la escuela primaria, una vestido de paisana precioso, color azul celeste, salpicado con unos ramitos de coloridas florcitas, pero la profesora decidió que para el 9 de julio usaríamos la pollera con chaqueta de mangas “jamonudas” que se ajustaban desde el codo hasta la muñeca, rematando en delicados voladitos en puños y cuello, la razón, aquellos inviernos eran muy crudos y esa vestimenta permitía que debajo lleváramos “camiseta de manga larga y medias de lana, pasando las rodillas” ¡un horror!. Pero estábamos “más y mejor abrigaditas”. Cero glamur, pero eso nos permitía cada año iniciar el período de vacaciones que por entonces comenzaba finalizado ese acto, sin estados gripales.
Así fue que el vestido azul celeste salpicado de florcitas quedó para la fiesta de fin de año cuando lo estrené bailando una chamarrita inolvidable.
Pero volvamos a aquel 9 de julio de 1964, María me prestó unos aros criollos y un pañuelito blanco bordado con el que ella también bailaba. El 9 de julio inauguré los zapatos con taquito que habíamos comprado en Capital.
Siempre que bailábamos lo hacíamos con badana, o alpargatas pero esta vez la profesora quería que sus alumnos se lucieran más que de costumbre, la inspectora estaría en aquella fiesta, evaluando su trabajo, entonces, pidió todo y más, así fue que tres de sus seis alumnas nos subiríamos por primera vez a un par de taquitos, las otras lo dominaban, bailaban también español. Debo reconocer con un dejo de vanidad que para nada me costo usar aquellos zapatitos. Yo andaba subida siempre a los tacos de María, y a unos color blanco que me había regalado mi prima Myrtha, tenía dominio total en las chancleteadas con tacos altos, estos eran a medida. Terminaba la escuela primaria y me sentía una cenicienta transformada en princesa, cuando los calcé.
- No será difícil vamos a practicar anunció María, despejando el área corriendo las sillas, la tardecita que volvimos con los zapatitos negros de tacón, imaginen lo feliz que estaba. Subí sin problema, bailamos en la cocina de casa gato, chacarera, schotis, ranchera, chamarrita y aquel pasodoble “Pisa morena, pisa con garbo / que un relicario, que un relicario / te voy a hacer, / con el trocito de mi capote / que haya pisado, / que haya pisado tan lindo pie” que sonaba en las guitarras de los tíos.
Me sentía muy segura y súper divina, cuando al día siguiente la profesora golpeó las manos anunciando ¡vamos a ensayar!, sucedió lo inesperado parada al lado de mi compañero, observé que quedaba más alta, ya no me gustó, aquello no iba a funcionar, sabía que ella no iba a dejar pasar ese detalle, y no me equivoque. La profesora decidió cambiar las parejas, yo no tenía con quien bailar, entonces llamó a otro de sus alumnos y dijo vas a bailar con ella. A mi no me pregunto si yo quería bailar con él.
Furiosa llegué a mi casa
-¿Y que tal el ensayo?
- Mal ¡¡¡No!!! No voy a bailar, dije
-¿Pero porque? Preguntó mi mamá, y María y todos a coro
- Porque no voy a bailar con ése pibito engreído decreté. Engreído era una palabra de las tantas que María usaba cuando me marcaba desplantes o caprichos que siempre tuve y… tengo “No seas engreída chica, eso te afea” Yo había aprendido, pero me faltaba aprender mucho todavía.
- Pero porque preguntaba mi mamá, mientras planchaba, tarea que siempre le gustó realizar, aún hoy a los ochenta cumplidos.
- Con ése pibito no voy a bailar, dije y me empaque.
- Pero ¿quién es?, ¿cómo se llama?.
- No sé, no lo conozco, no me gusta.
- Yo diría que te gusta repitió María sabedora.
Dejando el mate cebado en la mano de mi mamá, buscó el Diccionario Sopena, amarillo gordo, que estaba en la repisa de los libros de mi papá y me dio a leer el significado de "Adolescencia". Y me dijo “Mire sobrina no conozco a ese “pibito” como usted lo nombra, pero sí la conozco a usted y de usted puedo decir con total seguridad que se comporta como una futura adolescente sin miedo a equivocarme” Yo ardía de rabia, cerré el diccionario y furiosa me fui a llorar al baño.
María tenía razón… “ese pibito” me gustaba pero la palabra “adolescencia” no me gustó para nada, me dio miedo, como cuando escuchaba “desangelado”. Con el tiempo nos haríamos amigas con la adolescencia. No paso lo mismo con “desangelado”, aún hoy al oírla, pronunciarla o escribirla siento frío.
Al día siguiente llegó la hora de salir para la clase de danza y dije: - no voy, pero mi madre que siempre tuvo en su mano “la persuasión” me hizo sentir que debía ir. Y fui, frotando el pellizco en el brazo que por suerte y gracias a tanto abrigo había llegado muy debilitado al objetivo.
La Profesora se sentó a mi lado y preguntó ¿que pasa, porque no queres bailar con él?.
- Porque no, fue mi respuesta.
- Esa no es una razón.
- No va a mi colegio alegue
- Tampoco es motivo, comparte otra actividad dijo con voz suave.
Mientras tanto él ensayaba su número de zapateo, mirándose en el gran espejo que ocupaba la pared, entrando a la izquierda, donde también estaba la mesa con el tocadisco, los discos, un florero que siempre tenía flores frescas y una bandeja con vasos que en algún momento la mamá de la profesora los llenaría con naranja crush, para cada uno de nosotros.
La Profesora me miraba y sonriendo dijo: vas a bailar con el mejor de mis alumnos, todas las chicas quieren bailar con él, pero yo quiero que seas vos la que baile con él. Es cierto no es tu compañero de colegio, pero si tu compañero de danzas folklóricas ¿verdad?, asentí con la cabeza ¿te vas a perder esta oportunidad, sólo porque no son compañeros de colegio?. Yo no respondí, ella me arreglo el cabello, me miro a los ojos y dijo: Vamos ponete esa pollera, indicó la silla donde se amontonaban la largas polleras de tafeta que usábamos en los ensayos, calzate los zapatos que vamos a repasar el cuadro.
Estaba ajustando la cintura de la pollera cuando comenzó a sonar La Condición, alguien me toco el hombro, cuando gire me encontré con la cara llena de risa de ese “pibito engreído”, que si me gustaba y haciendo una reverencia como lo había ordenado la profesora me decía “bailamos” y tomándome de la mano me llevó a la esquina de la pista como lo marcaba la coreografía, yo estaba roja de vergüenza. La Profesora detuvo la música y nos pidió “Chicos imaginen. Estamos en amplio salón de una casona colonial allá en Tucumán, en las calles todo es algarabía, festejan, la noticia que corre como el viento hemos logrado la Independencia, somos una foto que se pone en movimiento” volvió a poner la púa sobre el disco y comenzamos a bailar en tiempo de minué, para seguir luego en tiempo de zamba, dibujando en el aire con los pañuelos, después vendrían una Jota Cordobesa y para finalizar el Triunfo. Volvía a casa feliz y el 9 de julio baile con el “pibito engreído” La Condición.

Recuerdo la casa de la Profesora, en la puerta había una chapa reluciente donde se leía Profesora Egresada de la Escuela Superior de Danzas.
La reja, el jardín, la galería con pesados macetones rebosantes de malvones, una palmera altísima. Un gato amarillo, gordo como el diccionario sopena, durmiendo en el sillón de mimbre, la mamá de la profesora siempre cosiendo, pegando puntada a puntada cintas o lentejuelas en los “tutus” de las alumnas. Las fotografías que llenaban las paredes, la profesora con el cabello recogido con el taje de tul con el que había bailado el Lago de los Cisnes, vestida de Española, de “chulapa” de bailaora flamenca con traje de cola; de Italiana, de Paisanita, con largas trenzas, recibiendo el título, y con el titulo custodiada por su mamá y su tía. Esa tía, solterona, que también vivía en aquella casa y nos veía ensayar parada en la puerta marcando el compás, mientras sostenía una taza de té en la mano, ese olorcito a scones, a vainilla, a budín inglés que siempre llegaba cuando la tía hacia su entrada con la tacita de té.
La profesora de danzas, su mamá y su tía, vivían solitas en ese caserón, con pisos de pinotea, que por las tardes durante los años que recuerdo se llenaba de música, de nuestras risas y de su voz suave repitiendo… “un dos tres un, dos tres, cabeza arriba, disfruten, el baile es divertirse, mis queridos no suceden bien las cosas cuando no se hacen con alegría, el baile es felicidad… un, dos, tres cabeza arriba.” “ El pañuelo es un pincel que pinta el aire, mis lindas, acaricia, dibuja, representa, añora” repetía mientras nos enseñaba el arte de dialogar con el pañuelo. Algunas tardes llegaba un Señor, con él los chicos mejoraban su zapateo, su postura. Esas tardes ella, estaba inquieta, parecía más atenta al sonido del timbre, que a lo que nosotros haciamos. Esas tardecitas ella bailaría con él para mostrarnos alguna danza… era tan lindo verlos bailar juntos, nosotros nos sentábamos en las sillas alrededor de la sala, la tía aparecía en la puerta y la mamá dejaba de coser y se paraba junto a la ventana para verlos bailar y nosotras, sus alumnas, que estábamos aprendiendo el lenguaje del pañuelo entendíamos cuando ella decía que sí y cuchicheábamos como comadres. ¿Si eran novios?, No sé, pero ahora a la distancia diría que es posible. Mientras escribo, “las casualidades” hacen que en la radio suene la hermosa Zamba Por Vos, del Gran Alfredo Zitarrosa, cantada hoy por otro grande León Gieco y en la letra los veo a ellos como “una foto que se pone en movimiento” bailando.
¿El pibito engreído? ¡Ah! Desde aquel día, y los que siguieron juro “cruzaba los dedos, ataba pilatos, para poder bailar con él”, sólo algunas veces esos artificios dieron resultado, siempre, sin lugar a dudas fue cuando la Profesora intervino. La última vez que baile con él fue esa inolvidable chamarrita y con el vestido azul celeste salpicado de florcitas. Después yo deje de ir a las clases de danzas, no volví a verlo hasta entrados los años setenta, pero esa es otra historia que otro día les contaré.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).