miércoles, 22 de junio de 2011

Los fuegos de Junio

Como cada miércoles un sostenido redoble de tambores debiera poner música a este atardecer. La murguita de mi barrio se enciende dos veces por semana (miércoles y sábado) sus fueguitos chisporrotean en la plazoleta, saltan, bailotean, iluminan, se propagan. Pero ha empezado a lloviznar... no habrá murga.

Mientras preparo un tecito recuerdo que:

Allá lejos y hace tiempo en tardes como ésta comenzaban los preparativos de una fiesta removida de la memoria colectiva, desconocida para l@s chic@s que sin afectarles la lluvia, imagino, charlan y matean en algún rincón de la placita.

En el sexto mes del calendario cuando inicia el solsticio de invierno y sobreviene la noche más larga del año llegaban las Fogatas de San Juan, de San Pedro y San Pablo. En la media noche del día 24 se encendían los fueguitos siguiendo una tradición ancestral. En vísperas de San Juan, tía María prendía una luminaria ni bien se presentaban las primeras sombras de la noche. El fuego en los fanales y en las hogueras que ardían en los barrios flamearía hasta el amanecer para mantener alejados a los malos espíritus. Aquellas fogaratas chispean en mi memoria todavía.

Era también era la tarde-noche de "las cédulas de San Juan", un juego que según tía consistía armar parejas. Cada cual escribía su nombre que depositaba en la caja correspondiente “solteras por aquí” y solteros por allá” Luego se sacaban uno a uno los papelitos que llamaban “las cédulas”. Alguien cantaba los nombres de las cédulas y otro anunciaba la ubicación de las parejas que entre aplausos y risas, iban colocándose en derredor de la mesa familiar dónde los esperaba el infaltable chocolate, ideal para esa helada noche invernal que se avecinaba. Participaban jóvenes y no tan jóvenes. Este juego que había llegado desde las aldeas europeas junto a los primeros inmigrantes; armo parejas y alentó enredos que lograron inquietar a unos cuantos. A veces, el azar y otras el fraude decretaba carcajadas sin tregua. Florencio Sánchez periodista y dramaturgo uruguayo (1875-1910) tiene entre sus obras un sainete que lleva por titulo “Las cedulas de San Juan” .

De aquellas noches mágicas dijo Jorge Luis Borges (1899-1986) en Fervor de Buenos Aires “Rojos chisporrotean /los remolinos de las bruscas hogueras;/leña sacrificada /que se desangra en altas llamaradas, / bandera viva y ciega travesura.”

En la última semana de Junio asistíamos a la fogata de los apósteles San Pedro y San Pablo, un festejo que fusionaba la religiosidad con el paganismo.

La tradición oral sitúa las fogatas en la primera mitad del siglo pasado. El barrio fue desde siempre un espacio de participación y de encuentro. Aqui, como en su Gral Guido natal, tía María disfruto de las fogaratas de junio.

Las fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo eran momentos muy esperados del año. La organización corría íntegramente por cuenta de los chicos, pero los adultos despertaban a su niño interior y no escapaban a los festejos. El ánimo se contagiaba a todas las familias del barrio. Se cocían papas y batatas en el rescoldo. El maní calentito rebosaba en los cucuruchos de papel de diario Y de los bolsillos del saco del abuelo brotaban las castañas humeantes que había cocido mi abuela.

Junto con los Carnavales, las “Fogatas de Junio” fueron fiestas muy populares. Todavía en poblaciones del interior del país se conserva la tradición y se realizan las fogatas de junio.

Preparare un fanal, una simple lata con unos trapos embebidos en aceite, la encenderé el viernes 24 y arderá mi luminaria, no será una fogata pero se parecerá. No habrá papas ni batatas, tampoco castañas asadas pero atraído por el fuego, reconquistado por el aroma al chocolate y el sabor de los buñuelitos de batata, que ciertamente cocinaré para halagarlo el espíritu de aquella tradición brillará en el patio de casa.

El fuego, destructor y purificador, alejara las energías negativas asegurando un nuevo tiempo, lleno de buenos augurios.

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).