IV
No destruí los puentes.
Creí que bastaba el otro lado,
el viaje a hurtadillas por la noche,
las huellas en secreto.
Pero estoy hecho a esta llanura
-no le sembré una flor, no abrí ni un surco,
me bastó descubrirla en los crepúsculos,
invertida en su espejo hallar la greda,
los fósiles en polvo, los detritus
de las algas pretéritas.
No supe del arado,
pero sí del yugo donde
los paisajes se vuelven gemelares
a nosotros.
En la ciudad de hierro,
de contiguas sonrisas desvaíbles
en la primer esquina, en el primero
de los excesivos escalones,
dónde está esa llanura sino
en el puente que recorrí en vano,
cuyas ruinas disfrazan su tenaz
persistencia. Recupero
en letargo las flores salitreras
que de mí prescindieron, y los rostros
que sepultos creí, y siguen vivos
como ellas también, hallando humus
en las algas de ayer,
en la greda inversa del crepúsculo.
Juan Carlos Sanchez Sottosanto.
De “medición de la pampa”
No destruí los puentes.
Creí que bastaba el otro lado,
el viaje a hurtadillas por la noche,
las huellas en secreto.
Pero estoy hecho a esta llanura
-no le sembré una flor, no abrí ni un surco,
me bastó descubrirla en los crepúsculos,
invertida en su espejo hallar la greda,
los fósiles en polvo, los detritus
de las algas pretéritas.
No supe del arado,
pero sí del yugo donde
los paisajes se vuelven gemelares
a nosotros.
En la ciudad de hierro,
de contiguas sonrisas desvaíbles
en la primer esquina, en el primero
de los excesivos escalones,
dónde está esa llanura sino
en el puente que recorrí en vano,
cuyas ruinas disfrazan su tenaz
persistencia. Recupero
en letargo las flores salitreras
que de mí prescindieron, y los rostros
que sepultos creí, y siguen vivos
como ellas también, hallando humus
en las algas de ayer,
en la greda inversa del crepúsculo.
Juan Carlos Sanchez Sottosanto.
De “medición de la pampa”