miércoles, 23 de junio de 2010

Ecos de guitarra...

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martes, 8 de junio de 2010

Relecturas

Juan Rulfo Mexicano 1818-1986
De “El llano en llamas”
Acuérdate
Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las pastorelas y que murió recitando el "rezonga, ángel maldito" cuando la época de la influencia. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra, que era requetealta y que tenía los ojos zarcos; y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si se estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba.

Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.

Acuérdate.

Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinero pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos que cantaban "hosannas" y "glorias" y la canción esa de "ahí te mando; Señor, otro angelito". De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años.

La debes haber conocido, pues era realegadora y cada rato andaba en pleito con las marchantas en la plaza del mercado porque le querían dar muy caro los jitomates; pegaba de gritos y decía que la estaban robando. Después, ya de pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les endulzara la boca a sus hijos".

Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron.

Después no se supo ya de ella.

Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en la bolsa: canicas ágatas, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos.

Nos traficaba a todos, acuérdate.

Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió menso a los pocos días de casado y que Natalia, su mujer, para mantenerse, tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas desafinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio, nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache, que siempre le. quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.

Quizá entonces se volvió malo, o quizá ya era de nacimiento.

Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco.

Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre la risión de todos, pasándolo por en medio de una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo.

Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándonos a todos con la mano y como diciendo: "Ya me las pagarán caro."

Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote.

Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.

Dicen que su tío Fidencio, el del trapiche, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo.

Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en una banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie.

Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.

Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina.

Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos, y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín, donde se estuvo tendido.

Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.

Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran.

Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.

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martes, 1 de junio de 2010

A pedido vuelven los Refranes y Consejos


II

Le dio otro besito al frasco

y ya azunbao por la tranca,

manotio su barba blanca

y sacudiendo las clinas

dentro a recordar las chinas

que había levantado en ancas.


Aquí ande me ves, -me dijo-

las tuve a tuitas menas:

alazanas y morenas,

querendonas y bagualas,…

Los disgustos de las malas

me los pagaron las güenas.


Por ellas donde he llegado

hice rayar las lloronas,

y les cante en las bordonas

las causas de mis tormentos…

De galopiar contra el viento

se me han ladiao las caronas.


Pero aquel tiempo paso,

y ya viejo y cascarudo

como lomo de peludo

que anda escarbando en la arena

Solo me queda la pena

de haberme gastado al ñudo.


Sin enbargo te he de señalar

pa asigurar tu confianza,

y si de oirme no se cansa

tu atención, precuraré

darte um resuello de fe

a no voltear tu esperamza.


Las mujeres se parecen

lo mesmo que las estrellas

pero, en hallándose ente ellas

la prienda de nuestro amor,

siempre será la mejor

y más bella entre las bellas.


Mas no te fiés sin enbargo,

aunque te digan: Te quiero

debes probarle primero

la firmeza en sus deberes…

palabras de las mujeres

son palabras de pulpero.


Aplicada al disimulo

nadie sabe lo que siente,

y la mentira en su mente

puede más que la verdá:

se afirma en su falsedá

y es la verdá la que miente.


Por eso nunca trates

de escarbar en la maraña

y si una duda te araña

dejála sin aclarar

porque más vale dudar

que conocer que te engaña.


Ansí es la mujer mirada

del derecho y del revés;

pero si vos la querés

no hagás caso de este viejo

y ráite de mi consejo

aunque lo llores dispués.


Una sóla es esta vida

Y aunque es una la verdá

a veces la falsedad

contra ella mesma se empaca

y es triste matar la vaca

de nuestra felicidá.


III

Le dio otro beso al porrón

hasta dejarlo tecleando;

y quedo como buscando

un recuerdo en la mollera

Volvió a manotear la pera

y ansí le siguió pegando:


Yo también quise entre tantas

a una china con tiernura,

y sentí tal amargura

el día que se me jué,

que a dos brazadas llegue

del corral a la locura.


Como es posible canejo,

-dije al probar su mudanza-

que haiga burlao mi confianza

sin darme tiempo a pensar?

y ya emprencipié a chairar

el fierro de la venganza.


Yo te he de encontrar a tiro

pa raboniarte la trenza

y has de pagar mi vergüenza

con la tuya ¡La gransiete!

Encerrado en ese brete

naide sabe lo que piensa.


Pero Dios que es trenzador

que sabe trenzar muy fino

la ladio de mi camino

pa evitar el encontron…

¡Bien haiga tu protección

boyero de mi destino!


Tranco a tranco y sin pensarlo

templé mi propio sonido

hasta que ya de perdido

dentó el querer aflojar,

y me largue a galopiar

por los campos del olvido.


Por eso ensisto, cachorro

y aguantá que me denbande;

nunca dejes que te mande

el entripado del rencor

será muy grande el amor

pero el olvido es más grande.


Pensá pues projundamente

y no lo tomés a broma

que por mucho que nos coma

esa peste endemoniada

la venganza más honrada

es la que nunca se toma.

continuará...


La Biblia Gaucha Ed. 1936

Alberto Vacarezza

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).