miércoles, 4 de agosto de 2010

Sigo aquí

“¿Dónde te habías metido? Todo el rato que duró la tormenta te anduvimos buscando.

-Estaba en el otro patio.

-¿Y que estabas haciendo? ¿Rezando?

- No, abuela, solamente estaba viendo llover.”

Pedro Páramo - Juan Rulfo

Aquí estoy, sigo aqui. Perdí la cuenta de cuanto hace que no visito Gral.Guido. Por supuesto que las telecomunicaciones acortan las distancias, hablo seguido con Marilú…Pero se echa de menos Guido, se añoran sus olores, la “dulzura” de los atardeceres, los “ecos encerrados”

Estoy aquí con una taza cargada de chocolate calentito, vengo de leer el correo, de repasar una y otra vez las fotos que envía mi hermano, que sigue de viaje. Me cuenta que recorrió la península de Istria, visitó Croacia, pasó por la fantástica Venecia. Ya esta de regreso en España, pero antes de recalar en Madrid dónde planeara su próxima travesía, anduvo una vez más por el Valle de Bielsa en el Pirineo aragonés. El viaje del ácrata es interminable.

El olorcito de chocolate invita a cerrar los ojos y recordar aquellas tardecitas de crudos inviernos con repostería casera, algún licorcito y leche con cascarilla. ¡Qué rico! El perfume del cacao aviva los recuerdos, y en las fotos de Venecia resuena aquel primer Long Play de Charles Aznavour que disfruté allá lejos y hace tiempo.

Coincidió con la lectura de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo. Fue durante las vacaciones de invierno de 1967, tres días antes de volver al colegio. Arrimada a aquella estufa de seis velas alimentada a kerosene, recuerdo que tenía una rejilla en la parte superior que se usaba para apoyar la pava, por lo general ese lugar lo ocupaba un jarro con agua y hojas de eucalipto que aromatizaba el ambiente. Al calor de la estufa leí sin entender nada, respondí las preguntas a los ponchazos y cambie la lectura por el Winco desde dónde Aznavour cantaba para mi “Venecia sin ti” El disco lo había comprado tío Loro, a él le gustaba Aznavour. Tío era muy celoso con sus discos no los prestaba a nadie, sólo él los ubicaba en la bandeja del combinado previo pasarles un paño sobre la superficie, no descuidaba detalle. La púa bajaba lentamente y la romántica voz inundaba el espacio “Que profunda emoción recordar el ayer cuando toda Venecia me hablaba de amor…”. pero sin la presencia de tío no había posibilidad de oir a Aznavour. Fue entonces, que tía María, cómo siempre, intercedió y ese disco pasó a mis manos. Lo gaste de tanto pasarlo. La novela de Rulfo quedo olvidada.

Años más tarde 1973/74 me topé con Pedro Páramo en el subte, alguien, distraído, lo había abandonado en el asiento. Esa tarde al abrir el pequeño libro Rulfo me preguntó “¿Dónde te habías metido? Todo el rato que duró la tormenta te anduvimos buscando.” Me atrapó. Desde entonces esta conmigo, lo presto, lo pierdo, lo vuelvo a recuperar. ¿Dónde te habías metido? Le pregunto. Juan Rulfo responde “Acuérdate, Nos han dado la tierra, No oyes ladrar los perros, Diles que no me maten…” Y entonces voy por más chocolate, introduzco el CD de Aznavour y enciendo esta otra estufa. No hay aroma a eucalipto, ahora la casa huele a lavanda gracias al aromatizador natural “Corona da Bahia”. Algunas cosas no cambian, los cuentos de Rulfo están ahí en “El llano en llamas”, el chocolate continúa despertando los sentidos y yo sigo aquí, en este “patio”, sin olvidar él pueblo donde nació mi padre

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).