domingo, 5 de abril de 2009

"Hacer política vale la pena"

"Cuando se apague tu voz / en el silencio invernal,/el corazón de los cedros / y el jazmín del monte / la cobijará". A estos versos de Jaime Dávalos, Eduardo Falú les puso música de zamba. Y fue cantando El silbo del zorzal, cuando escuche por primera vez a Enrique Llopis, el LP (Long Play) llevaba por titulo “Para entender a mi pueblo” era el verano de 1976.
Y por qué cuento esto. Bueno porque en estos días, para alejarme de tanta culpa ajena desparramada en las calles, me dedique a buscar viejas lecturas, nombres olvidados, poetas, música, y en un poema de Rafael Alberti musicalizado por LLopis encontré ayuda para entender el por qué “Cuando se va quien se quiere /el campo se torna oscuro /No se ve nada aunque mires./Aunque sepas, que todo está iluminado,/y sepas que las naranjas,/siguen de oro, que el río /sigue corriendo de plata,/Que siguen el caballo blanco / siendo blanco,/y negro el cordero negro / Y verde el verde del árbol /Cuando se va quien se quiere / el campo se torna oscuro /y andas a ciegas, buscando” Y mientras Enrique LLopis seguía cantando al poeta español yo recordé una publicación casi artesanal, su título: “En Lucha” órgano de la militancia radical que tantos dolores de cabeza le trajo a mi padre en aquel año 76; más precisamente en septiembre de ese año cuando son asesinados Sergio Karakachof y su socio Domingo Teruggi. Madrid llegó esa noche a casa con un pedido especial. -Están pasando cosas terribles en el país, es muy peligroso dijo, tengo miedo por vos, te lo pido por favor, por lo que más quieras desásete de todos esos papeles.
Me negué. Vos me pedís esto proteste, no lo puedo creer. Acaso vos no militabas en los años duros del Peronismo, cuando la frase “por cada uno de los nuestros caerán cinco de los de ellos” habilitó a uno de nuestros vecinos a pintar con brea la pared de esta casa. En letra enorme, negra, chorreaba aquella sentencia, que yo no podía todavía leer, pero mamá llorando leyó en voz alta, esas letras que los tíos se apuraban a tapar con cal, la fría mañana de junio de 1955, pero una y otra vez reaparecían con su mensaje escalofriante: “Aquí viven traidores a la Patria” y nosotros encerrados, todos juntos en esta cocina, la radio casi inaudible, tía María haciendo tortas fritas, Jorge en el corralito, mami planchando. Tres golpes en la puerta, tranquilos, del otro lado había un amigo, o un familiar. Yo tenía miedo, sabelo, pero vos te ibas igual, no en busca de un cargo político, me consta, lo hacias como un servicio, sin pedir nada a cambio, el partido te necesitaba. ¿Te olvidaste?.
Ahora me decís que no es tiempo de militancia, pero en aquellos años, vos, no dejaste de militar ni siquiera cuando el mismo vecino te amenazó en la parada del colectivo.
Vos me pedís que me deshaga de estas lecturas ¿qué tienen de malo?. ¿Qué pasa?, no te acordás cuando me llevaste de la mano a recorrer las iglesias quemadas y me enseñaste que en política se tienen adversarios pero nunca enemigos, que eso que veía era intolerancia. Vos me acercaste al Ateneo Mariano Moreno, vos me diste a leer a Gabriel Del Mazo. Cuando vote por primera vez fui fiscal porque vos me lo pediste, ¿te olvidaste papi?.
No tengo porque tener miedo. No, no me voy a desprender de nada de esto porque entonces habría que despedirse también de todos los libros, que hay en esta casa, de los discursos de Yrigoyen, Frondizi, Ilia, Don Oscar (Alende), las fotos de El Che, la poesía, la música, hasta de las Billiken... y ¿por qué tendría que hacerlo?, dame una razón. ¿Por qué?
-Porque es muy peligroso murmuro Madrid. No hubo más palabras.
Pasaron algunos días y tía María intercedió – Mira nena (para ella siempre era una nena) tu padre está muy preocupado, anda con dolor de pecho, está nervioso, hacele caso por favor, despréndete de todos esos papeles que traes de la Facultad, dedícate a terminar la carrera. Pensá en tu padre.
Me deshice de los diarios y por otras razones que no vienen al caso, deje la carrera de Abogacía. Los años pasaron y en el discurso de Alfonsin, nos reencontramos, no fue necesario recordar el episodio de 1976 yo, hacía mucho que había comprendido su miedo, él sabía que yo sabía. Ahora era yo quien llevaba una hija, muy chiquita, a los actos políticos, soplaban vientos de cambio, el miedo como aquellas letras chorreadas en brea negra, se iba desdibujando. A las letras las tapo la cal, a este miedo, lo sepultaban, miles de boinas blancas.
Mi padre pudo presenciar el acto de cierre de campaña del Presidente Alfonsin, mi hermano lo llevo a él y a mis tíos, yo estaba con mi grupo habíamos llegado por el centro de la 9 de Julio a tres cuadras del palco, Madrid tuvo el privilegio de estar mucho más cerca, a la izquierda del Obelisco.
Papá murió en noviembre de 1988, sosteniendo que Raúl Alfonsin estaba treinta años por delante de este ingobernable país. Que el 52% que lo había votado no lo comprendía, que pasarían años y que probablemente el día de su muerte cientos de miles, le rendirían homenaje, “éste es un pueblo de homenajes tardíos” sentenciaba Madrid viejo. Y parece que tenía razón.
Daniela, mi hija, estuvo en la puerta del Cementerio de la Recoleta el pasado 2 de abril, en silencio junto a miles, acompañando a un “hombre bueno” Ayer me mostraba en un video de TN su ubicación – Má, vení, mirá, aquí, aquí, al lado de este señor, ahí estábamos nosotros. Pensé en mi padre.
No iba a escribir nada de esto pero sucede que los zorzalitos que abundan en este barrio, estratégicamente ubicados desde las ramas más altas del paraíso, para que la gata no los alcance silbaron fuerte hoy, y nuevamente pensé en mi padre, recordé la zamba de Dávalos y Falú, y así fueron apareciendo aquellos primeros meses de 1976 y los que siguieron. Hubo un tiempo donde había miedo en la argentina, un miedo aterrador.
Cuando los militares emprendieron la retirada dejando desaparecidos, mutilados y muertos en Malvinas, y una deuda fenomenal llego éste hombre, un militante, y nos alentó a transitar el difícil camino de la Democracia, nos recordó que en el preámbulo de la Constitución Nacional estaba la república perdida. Muchos no lo comprendieron y ahora cuando se va descubren al Estadista en las palabras del ex Presidente del Brasil José Sarney; gracias al Senador Ernesto Sanz los que no quisieron conocerlo saben hoy que era ni más ni menos que un hombre honesto.
Militante, amigo, defensor de los derechos humanos, cuando desaparecían entre otros a Karakachof y a Teruggi. Cuando la siempre respetada Hebe, era una doña más que hacía la compra diaria y seguramente barría la vereda de su casa, aquel 12 de septiembre de 1976 cuando en la ruta 36 en el partido de Magdalena, aparecían los cuerpos acribillados de Sergio y Domingo. Cuando los argentinos no éramos ni tan derechos ni tan humanos la firma de Raúl Ricardo Alfonsín estaba al pie de los Habeas Corpus, de las denuncias sobre la desaparición de personas. Doña Hebe todavía no se enteraba. Nestor preparaba alguna materia en La Plata y Cristina posiblemente intuía que "Ese hombre" la convertiría en primera dama.
Alfonsín no adhirió a la ocupación de Malvinas el 2 de abril de 1982. Ya Presidente impulsó el Juicio de los máximos responsables de la última Dictadura. Cuando dejo la casa rosada siete altos jefes militares estaban condenados a prisión perpetua, dos docenas de procesados más, noventa y pico carapintadas también,procesados, pero además quedaban tres condenados por Malvinas. De eso no se habla. Las Leyes de Punto final y Obediencia debida, llegaron después de tres levantamientos militares. Muchos, me incluyo, no las aceptamos y nos enojamos.
Con el diario de ayer todos creemos saber qué no supo, qué no quiso y qué no pudo, yo estoy convencida de que el Dr. Alfonsin quiso, supo y pudo asegurar la democracia en este país de la desmemoria. En las emocionadas palabras de sus correligionarios, compañeros de lucha, amigos y adversarios los jóvenes lo descubren, los desmemoriados, hacemos memoria.
De todo lo leído por estos días, me quedo con la contratapa de Critica donde el Periodista Reynaldo Sietecase escribe “Se puede ocupar cargos sin enriquecerse. Se puede llegar a la función pública para servir y no para servirse. Se puede ser presidente para acertar y también para equivocarse. Hacer política vale la pena.”
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).