Desmiento de Nira Etchenique
Abuela, no les creas.
Es posible que vengan a decirte
que olvidé las plantas de tu patio,
que ya no tiemblo de miedo en los zaguanes,
y ni siquiera canto.
También levantarán la sombra
de algún amor que anduve asesinando,
en esos tiempos de naufragios galerías,
y sótanos y oscuridad. Y basta.
Insistirán diciendo que he crecido,
que no reparto a ciegas la sonrisa,
que tengo un juicio claro de las cosas,
un estatuto de vivir a plazos,
y tantos otros modos positivos.
No les creas, abuela,
no he perdido mis salvajes costumbres,
sigo amando el fantasmal perfil de los otoños,
los eclipses en marzo,
la encendida tierra que engendró tu muerte,
y el áspero color de los limones.
Suelo llorar porque sí,
porque me duele regresar entre mendigos por las noches,
envenenada de perros y en silencio.
Además me sigo enamorando.
En síntesis, abuela, no he cambiado,
sólo la soledad un poco más madura,
y una violencia nueva y la tristeza.
Pero vos sabés, abuela, corresponde.
Más de Nira Etchenique
http://www.revistasudestada.com.ar/web06/article.php3?id_article=14
La primera vez que leí, a Nira, fue hace muchos años, una tarde de marzo como ésta de hoy, en un diario que alguien dejo olvidado sobre un asiento del tren que me regresaba a Banfield, mientras leía repasé el patio, las plantas del pequeño departamentito que durante algunos años habían ocupado mis tíos. Instintivamente, cuando el tren se detuvo en la estación. tome el diario para mostrarle la poesía a tía María. Cuando llegue a casa había olor a tostadas, mi papá era el especialista en hacer tostadas, pero los mates se tomaban en el departamento Nº 2, pasillo al fondo, la casa de los tíos.
Entre mate y mate conte lo que me había pasado -el recuerdo del patio de Palacios-