miércoles, 31 de marzo de 2010

Historias de archivo

La primera calesita del zoológico porteño gira en Ayacucho

Hace 13 años la compró el Club de Leones. Su venta apareció en un aviso clasificado de La Nación y la comisión directiva se mostró interesada. Fue adquirida en 19.000 dólares.La condición era que no saliera del país.
Información General Diario La Nación. Crónicas del país.Lunes 21 de mayo de 2001.Por Oscar Balmaceda

AYACUCHO.- Un aviso clasificado llevó el primer carrusel argentino del Jardín Zoológico de Buenos Aires a esta ciudad. Fue hace 23 años y, más allá de algún temporal o de los videojuegos espaciales, sigue girando cargado de niños, al ritmo de las melodías que surgen de un mítico organito La Salvia.
La calesita, como la llaman todos en esta tranquila localidad situada 350 kilómetros al sudeste de Buenos Aires, está en el predio que posee la filial del Club de Leones, precisamente la entidad que la compró al hombre que la explotaba en el zoológico porteño.
"En 1978, decidimos construir un pequeño parque infantil y la comisión directiva envió a Buenos Aires al entonces presidente, Carlos Miramont, "a mirar" y, si estaba a tiro, adquirir allí un carrusel para completar nuestro proyecto", explica el titular del Club, Juan Valentín Garay.
"Hubo mucha suerte -añade-, pues apenas llegó descubrió un aviso clasificado en La Nación en el que se ofrecía en venta la vieja calesita del Zoológico. No lo podía creer."
Las negociaciones fueron muy breves y la misión logró un rápido acuerdo con el dueño del carrusel. "Omar Lema nos lo vendió en 19.000 dólares con dos únicas condiciones: no sacarlo del país y mantenerlo en buen estado y funcionando", dice Garay.
Así, el primer carrusel argentino dejó su bullicioso y multitudinario entorno para hacer pie en esta localidad de la depresión del Salado, donde, por lo visto, aquellas promesas se han cumplido al pie de la letra.
El turco de la batuta
Para conseguir la suma pretendida por Lema y sufragar los gastos de desarme, traslado y restauración del carrusel, el Club de Leones pidió ayuda al pueblo de Ayacucho. "Se hizo una gran colecta: entre todos juntamos la plata y empresarios locales cedieron varios operarios y un camión para traerlo a nuestra ciudad", recuerda Garay.
"Al principio, lo instalamos en la Sociedad Rural y allí se le hizo la primera restauración: habían pasado más de 30 años sin que lo tocaran", dijo.
Fue construido en 1943 por la firma rosarina Sequalino Hermanos, que operaba por encargo de la empresa Carruseles Ultramodernos Argentinos La Salvia (CUMA). Los paneles tienen tallas en relieve realizadas por el artista Antonio Rispoli, que se inspiró en las ilustraciones infantiles del dibujante Rodolfo Dan.
Esas imágenes reproducen las principales escenas del cuento "Los tres chanchitos" y emocionantes pasajes circenses.
Sobre el piso se descubren autitos, aviones con una sola hélice y varios tríos de caballitos y de leones que suben y bajan cuando el carrusel gira, con lo que se marca la principal diferencia con las calesitas, en las que esos componentes son estáticos.
Con todo, la estrella sigue siendo el organito motorizado La Salvia, que, a despecho de los discos láser o de los cassettes, es el único que toca la música. Fue construido por los hermanos Pascual y Vicente La Salvia, fundadores de CUMA, y posee 48 teclas y 180 tubos. Sobre la bandeja hay tres muñecos de unos 45 centímetros de altura, vestidos a la usanza turca de antaño. El del medio, un adusto director, mueve la batuta con calculado entusiasmo al compás de la música, sin que se conmueva el fez que luce en la cabeza.
A ambos lados lo acompañan dos modestos servidores de turbante y ropajes sencillos. Uno agita una campana. El otro aporrea un triángulo."A este se lo robaron hace unos años, pero apareció en las afueras del pueblo, tirado en una zanja", apunta Garay.
Visitantes nostálgicos
Aunque ahora luce como nuevo, el carrusel pasó momentos difíciles. "En el 80 vino un temporal y lo dejó muy maltrecho: hubo que restaurarlo", dice Juan Salagoity, secretario del Club.
De la faena se ocuparon varias damas de Ayacucho bajo la guía de un artista llegado de Mar del Plata. "Fueron dos años de trabajo muy duro, pero valió la pena. Sólo nos queda mejorar la cenefa, que está bastante oxidada", señala Susana de Miramont, una de las pintoras convocadas.
Hace tres años, otra desgracia sacudió a la ciudad y al carrusel. Murió Carmelo Cipolla, el calesitero, que lo manejó durante 19 años. El hombre, jubilado del Ferrocarril Roca, dejó los mandos del tren para vivir por y para el carrusel, y los niños que lo visitaban. En un poema dejó grabada para siempre esa pasión: "... este carrusel está contento, y don Carmelo también lo está, viendo llegar a los chicos, del brazo de la abuela, y de papá y mamá". Hoy lo reemplaza María Ester, heredera del amor que el inolvidable Carmelo tenía por la calesita, como la llamaba.
Un sentimiento que se transforma en emoción cuando gente mayor se acerca para contarle que, de chicos, treparon a esos caballitos y leones en el viejo zoológico porteño. "Vienen de todos lados. A veces con hijos o nietos, para mostrarles la calesita de su infancia", dice la señora.
Por lo visto, la nostalgia no sabe de distancias cuando vuelan los viejos sones del organito La Salvia, desde el corazón del primer carrusel argentino.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=306675
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).