domingo, 14 de marzo de 2010

“La infancia es un privilegio de la vejez”

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“La infancia es un privilegio de la vejez.
No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca”
Mario Benedetti
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Sabía que la pregunta la encontraba en ese libro de tapas duras y hojas amarillentas que ya era viejo entonces. Me entristecía pero, en las interminables siestas de verano era yo quien buscaba la página con el relato dónde existía la pregunta que me desolaba y tía María quien la leía en voz alta, haciendo la pregunta: ¿Dónde estás Mariquita? ¡Vuélvete! El Salón de Madame de Mandeville era el titulo de aquella lectura. Y en la voz de tía María aparecían los sonidos de salón. La distinción y desenvoltura de la dueña de casa se entreveraba con los cuchicheos y las exclamaciones. Hasta podía ver el sonrojo de las damitas oculto tras los abanicos. Tía leía y mi imaginación volaba.
Demorada en esos dibujos desleídos. Me descubría en el amplio salón con cortinajes de brocado amarillo. El Clavicordio. Las velas, de los candelabros, encendidas dibujando sombras chinescas en las paredes mientras las parejas bailaban el minué. Otras veces espiaba la tertulia através de los postigos abiertos de las altas ventanas de la casona de Mariquita Sánchez.
La casona quedaba en la actual calle Florida. Mariquita siendo una jovencita se casa con su primo Martín Thompson. Enviudó muy joven. Thompson murió en el barco que lo regresaba de una misión en los Estados Unidos. Pobrecita Mariquita quedó con sus hijas pequeñas. Fue entonces cuando se casó con ese francés de apellido Mandeville del que se decía se habría separado tiempo después del nacimiento de su hijo Juan. Dicen que no era muy bonita pero sobresalía por su inteligencia, hablaba idiomas, cultivaba el canto y era hábil en el clave y el arpa…
Aprendía jugando con tía María. Una tarde nos convertíamos en las Comadres de Wilson, y nuestro palacio quedaba en Valentín Alsina. Plagiábamos a Las alegres comadres de Windsor, de William Shakespeare. Aprendí esa tarde que Wilson era el nombre de un frigorífico y que Shakespeare era un escritor inglés creador de El sueño de una noche de verano, Otelo y más, muchas obras más. Pero principalmente era el autor de Romeo y Julieta.
Ahora recuerdo cuando me negué a usar miriñaque en el acto escolar.
-En Buenos Aires de 1810 las mujeres no usaban miriñaque le dije a la maestra que preparaba el cuadro de minué.
-Un detalle sin importancia dijo y agrego, ¡Olvídate del minué! Vos vas a bailar el Pericón.
Creyó que me castigaba, estuve ahí nomás de decirle que en mayo de 1810 no se bailaba Pericón… pero en 1960, a las maestras se las obedecía. Haciendo mutis por el foro me sume a la concentración de patriotas que ensayaban el Pericón Nacional. Mamá y tía María confeccionaron mi vestido, el pañuelo me lo presto tía, con la acostumbrada advertencia: “Mira que va en comodato”. Yo estaba al tanto, eso indicaba que “tenía vueltita” cumplido el plazo debía que restituirlo a su legítimo dueño, ella.
Volviendo al libro de tapas duras y hojas amarillas. Tantas veces había visto el dibujo de las tertulias en casa de Mariquita que bien sabía que el miriñaque no se usaba.
Las mujeres lucían trajes, estilo imperio. Las inclemencias del tiempo las obligaban a arroparse en mantillas de seda, aunque más abrigaditos eran los pañolones de bayeta que usaban de entrecasa. Los vestidos se cosían en finas muselinas. Todo eso me lo había contado tía María y para mí era verdad. Esos lánguidos vestidos de muselina tan franceses y los abanicos que se abrían y cerraban en un eterno juego de seducción, me maravillaban.
Ahora me veo frente al espejo sujetando mis crenchas con esas peinetas pequeñas que me prestaba tía, mientras ella revolvía los cajones en busca de una enagua, que convertía en mi vestido estilo imperio al sujetarla marcando el talle con esa vieja corbata negra que los tíos ya no usaban. Mi abrigo no era de seda, era un camino de mesa blanco trabajado en ganchillo, que conservo todavía, junto con el abanico que -según tía- había pertenecido a algún antepasado.
Ahora despliego el abanico. Tía me llama
-¿Dónde estas Manuelita?
-Noooo Ma-ri-qui-ta digo separando las silabas
-No, no, no porfía tía, Manuelita será el nombre de tu personaje en la tertulia de hoy
-Pero ¿por qué? protesto
-Mira nenita, escúchame bien en minutos llegaran las chicas de Iribarne a tomar el té y cómo bien sabes Mariquita se llama una de ellas.
-y no queda para nada bien murmure.
-Justamente, vos lo has dicho, no queda para nada bien que lleguen Mariana y Mariquita Iribarne, y nosotras estemos en plena parodia y utilizando su nombre sin su permiso. Sé obediente.
Años de obediencia. Subordinada a las órdenes de tía fortalecía mi imaginación. Disfrutaba por igual recreando las tertulias en el salón de los Mandeville, escuchándola leer los poemas de Alfonsina, los cuentos de Quiroga o “Chico Carlo” de Juana de Ibarbouru… o interpretando a “las de Wilson”, o las Manuelitas. Paseando, colgada de su brazo por el interior del Cabildo, la Catedral de Buenos Aires, o contemplando desde Parque Lezama las cúpulas, azul turquesa, de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
“Tenemos que darle la razón a Shakespeare, la vida es un teatro y nosotros los comediantes”, afirmaba tía María mientras ubicaba la torta de manzana aún tibia sobre la mesa para acompañar el puntual, tecito de las cinco de la tarde que nos habían legado los ingleses alla lejos y hacía mucho tiempo
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¡Uhy, mi torta! Ya vuelvo
Les cuento que llegue a tiempo. Ahora dejé sobre la hornalla la pava con agua para hacerme el té y mientras espero estoy aquí para compartir la receta de la torta con ustedes. A esta delicia mi tía la llamaba Torta Pila, por que la fórmula se la había pasado su compueblana y amiga, la Pila Gallo.
Pelar y cortar en cubitos pequeños dos manzanas verdes empaparlas con el jugo de 1 limón y reservar Encender el horno. Colocar en la procesadora -hoy todo resulta fácil- 70 grs de manteca, una taza de azúcar y dos tazas de harina leudante opriman el botoncito y dejen que trabaje la tecnología hasta que puedan ver algo parecido a un arenado. Vuelquen ¾ parte de la preparación en el molde elegido, coloquen las manzanas y cúbranlas con el arenado restante. Mezclen dos huevos con una taza de leche, perfumen con esencia de vainilla y distribuyan por encima de la preparación. Desparramen una cucharada de azúcar con media de canela que previamente unieron en un recipiente y lleven al horno. ¿Tiempo de cocción? 35 /40’ Hasta que se dore. La pueden comer tibia o fría. Prueben agregar a las manzanas, pasas de uva, nueces picadas…pero mejor utilicen su imaginación. Eso sí, después me cuentan.


“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).