viernes, 14 de diciembre de 2007

El encuentro

Esta foto, ya la han visto, la he mostrado junto a otras, también de casamientos.
Pero hoy la traigo nuevamente para ilustrar otra historia.

Primero voy a contarles, que ésta mañana mientras esperaba en la fila del Banco Provincia, la persona que me precedía, de ojito leyó el encabezado de la factura y sin preámbulos me preguntó si tenía parientes en la Ciudad de Maipú, antes que respondiera agregó… hace años conocí allí un tal Madrid.

- Puede ser dije, un primo de mi padre vivió allí con su familia se llamaba Jorge.
-Se llama enmendó el señor, el que yo conocí, se llama, es un muchacho joven, (con cero diplomacia, el caballero, señalaba mi edad) lo traté bastante cuando hacia mi trabajo en la ruta 2.
¡Sí, ese Jorge Madrid de Maipú es hijo de Yingo!, es mi primo, estamos en la línea colateral pienso. Pero nada digo, al desconocido conversador que sigue hablando sin parar, pasa de Maipú a Coronel Vidal, de allí se va para Ayacucho, General Lamadrid, Coronel Dorrego… y menos mal que llegó mi turno, por que si no, todavía andamos pueblo a pueblo.

El encuentro sirvió para que volviera a casa reflexionando sobre el tiempo, el que pasa rápido marcado en los almanaques, el que nos persigue con facturas a pagar, el que se mide en los relojes, el del afuera; el otro tiempo, el que lentamente nos empuja a las orillas de la nostalgia, el que nos confina a la continuidad de recuerdos repetidos, es el tiempo del adentro que medimos en las viejas y desteñidas fotos, que nos recuerdan que el parentezco se establece por lineas y grados.
Volví a casa y aquí estoy buscando esa foto… sucede que no nos conocemos, con éste Jorge Madrid, digo mientras reviso la caja de fotografías, busco esa, que no encuentro, es de su hermana, paradita sobre el banco de la Plaza en Maipu, enviada por tío yingo, a mi padre “Jorgito, venia en camino”. No los conozco, nunca nos hemos visto personalmente. Entonces, pienso en Pepe Seresini, en su esposa Beba, en Martin, su hijo; voy a Guido, y ni siquiera paso a saludarlos; los tíos y especialmente mi padre me sermonearian por tamaña descosideración. A Elina, casi no la recuerdo.
El parentezco se establece por lineas y grados, mejor que yo lo puede explicar el Doctor Martin Seresini... pero la prolongación del abrazo, los trazos prolijos y parejos de una carta, refuerzan esos lazos. Los viejos sabían de estas cosas. Nosotros los que estamos en la línea colateral, hijos de primos, hemos descuidado el vínculo.
Los frios del alma, se arropan con mate, los olvidos con memoria.
Me detengo en la casa, que está allí, en una de las esquinas del pueblo. La casa que todos conocen, frente a la carpinteria de Pancho Loubet.
Fue hace años, muchos más de los que ustedes pueden recordar la casa del matrimonio Madrid Brigñole, (los de la foto) Los abuelos, entre otros, de este Jorge, que hoy un desconocido me nombró en la fila del Banco Provincia, a 300 km de distancia, es que para “las casualidades” no hay distancias
Los Madrid Brigñole, tuvieron nutrida descendencia, pero a diferencia de los otros Madrid Algañaraz o Algañaraz Madrid, de los siete hijos, seis fueron mujeres y solo un varón, Jorge, (Yingo).

En la foto Mercedes (la más alta), Natividad (Nata, la mamá de Pepe, la abuela de Martin Seresini) y Beatriz (Baty, sentadita, la inolvidable y servicial enfermera de la Sala de Primeros Auxilios).

Sigo recordando la casa solariega, con olor a malvones, a patio recién regado, aquel banquito en el que me sentaba, quietesita, mientras tía María conversaba.
Recuerdo la vez que nos quedamos a dormir. Nosotros, papá, mamá, mi hermano y yo siempre nos quedamos en casa de tío Yingo, pero una vez, sólo una vez, me quedé en casa de tía Rosita, con tía María. Recuerdo esas sabanas blanquísimas, las fundas, almidonadas, y ese perfume…a glicinas.

Cuando voy a Guido y veo la casa no puedo verla como ustedes, yo la huelo fresca, a patio recién regado, a malvones y a glicinas.

Me quedé en el tiempo interior, con la sonoridad de sus voces, con la alegría en esa cocina, con el verde de las puertas de la rinconera, con las sabanas almidonadas, con el viejo y querido Poly, con la Ita, siempre alocada riendo a destiempo y a carcajadas.
Una de las últimas veces que visité la casa, me detuve, en la habitación, entrando por el zaguán, a la derecha, allí estaba la buena tía abuela Rosita, ya muy viejita, por la ventana entre abierta se veían las rejas, que hoy me han dicho están en las ventanas del Museo.
A tío Yingo dejamos de verlo cuando se mudo a Maipú, él mantenía con los tíos y con papá correspondencia, así fue como llegó la noticia de su casamiento, alguna foto y tantos etcéteras.
Vuelvo a mirar estas viejas fotos y me detengo en Tía Nata, chiquita, con su cabello encrespado y esos moños, es la niñita de la izquierda. La miro y escucho a Don Abel Cepeda decir, al verla acercarse cruzando la plaza… “si hay una santa en este pueblo, esa es Natividad Madrid de Seresini" ¡Que mujer buena! exclamó Don Abel y con una reverencia la saludó ¡Buenas Tardes Señora! Y ella, con esa sonrisa permanente, le respondió, apoyando su mano sobre el brazo de mi padre: "vio usted qué que lindo Abelito la preciosa visita de los primitos", y dirigiéndose a papá agrego "los espero mis queridos, esta noche con una picadita”; todo en diminutivo, todo chiquitito. Tenía razón Don Abel, nunca de su boca se pudo oír un reproche, una queja, una critica. Una verdadera cristiana, nuestra querida e inolvidable tía Nata.
Así eran los moradores de esa casa de la esquina, que ustedes hoy ven tapera, que en mi memoria es un laberinto de recuerdos, donde la imagen de la buena Baty empujada por el viento, con su guardapolvo sobre el brazo rumbo a la salita de primeros auxilios que describe mi padre, se superpone con la caramelera llenita de dulces cristalitos de menta... "sirvase uno hijta, sirvase una mi reinita".

Esa casa que yo recuerdo pegadita a la Unión Telefónica, frente al Taller del querido Julio Vera, fue la casa Madrid-Brigñole cuando Guido era otro Guido, cuando los recuerdos y las nostalgias eran de otros, cuando la muerte era ajena y tan lejana.

Hoy un desconocido nombró a un Madrid, habló de Maipú... el tiempo interior giro las nanecillas del reloj y la memoria hizo el resto.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).