domingo, 17 de enero de 2010

Nuestro Gatonto


Danii, mi hija, lo prefirió. Descendiente de una gata que llamábamos Retacitos. Tenía seis hermanos, él era el más debilucho, no terminaba de destetarse, la gata lo rechazaba, siempre estaba solito. Una tarde de lluvia el pobrecito quedó en un rincón del patio mojandose. ¿Cómo puede ser tan tonto? nos preguntábamos. Parecía enfermo, lo llevamos a la veterinaria allí nos dijeron que tenía moquillo, que por ser tan pequeñito nada se podía hacer…Daniela no acepto el diagnostico, lo puso en una caja bien arropadito y durante varias semanas con una cucharita lo alimentó. En la leche le suministraba un antibiótico de farmacia humana, (si mal no recuerdo Trifacilina 500). Con infinita paciencia, ella, rallaba ese comprimido grandote sobre la leche tibia. ¿La dosis? Vaya una a saber. Lo cierto es que el gatito se curó. Desde entonces fue para todos "Gatonto", manso y ronroneador.
Cuando el gato estaba próximo a cumplir diez años, nos mudamos de casa. ¿Y Gatonto? Mientras realizábamos la mudanza el gato desapareció, se ocultó y no pudimos encontrarlo. Volvimos a buscarlo al día siguiente y al otro, y al otro… pero nada. Tiempo después pase una noche con la esperanza de hallarlo y allí estaba nuestro Gato Tonto en el jardín. No fue necesario llamarlo, me miro con esos ojos renegridos, maulló como reprochándome tanta demora y se acerco a la reja ronroneando, buscando mi mano. Tampoco yo quiero irme de esta casa, pero asi son las cosas le dije mientras lo acariciaba y sin más lo embolse en la campera que llevaba puesta, alce el cuello, levante el cierre y comencé a caminar con el preciado botín. Sólo dos cuadras nos separan de la nueva casa murmure, mientras él ronroneaba con alegría junto a mi corazón.
Comprobé aquella noche la veracidad de la frase de Hemingway “Los gatos tienen una total honestidad emocional; los seres humanos, por una u otra razón podemos ocultar nuestros sentimientos, pero el gato no.”
Faltando cincuenta metros para llegar las uñas de Tonto se clavaron sobre mi hombro izquierdo, pero yo sólo pensaba en la alegría de Danii cuando me viera llegar con su Gatonto.
¡Habrán la puerta que traigo una visita! grite. El prinero en responder fue Scotty el Airadle Terrier, que teníamos, desesperado giraba a mi alrededor. Baje el cierre de mi campera negra y de un salto la visita fue a esconderse debajo de un mueble. ¡Gatonto estaba en casa!. Por más de cinco días estuvo oculto, hasta que una mañana lo vimos salir siguiendo a Scotty, recorrió cada centímetro del jardín, comió, acicalo su blanco pelaje. Ese día aceptó la nueva casa.

Gatonto vivió con nosotras hasta finales de 2004. Murió por un tumor maligno que se desarrollo en la punta de su oreja izquierda a casusa del sol que amaba tanto.
No son más silenciosos los espejos
Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano.
Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás.
Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

A un gato

Jorge Luis Borges
(1899-1986)
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).