miércoles, 6 de enero de 2010

Sur, paredón y después...

La casa tenía una pared baja que dejaba ver un hermoso jardín, donde zigzagueaba un camino de lajas que comenzaba en un portón de gruesos maderos. Altas casuarinas montaban guardia en ese parque tan verde. El Chalet se recostaba hacia el oeste. Recuerdo en detalle esa casa, porque justo doblando la esquina sobre la calle Acevedo estaba la Clínica Banfield, y por esos años solíamos ir seguido y mientras esperábamos noticias alentadoras sobre la salud de mi padre, que cursaba su primer infarto. Con tía María rondábamos la manzana para hacer la espera más corta. Recorríamos ese otro Banfield tan “british”. La vía del ferrocarril nos separaba, nosotros vivíamos (y actualmente sigo aquí) del otro lado de la Estación hacia el este.
Dos años más tarde me enteraba que nada menos que Sandro había elegido radicarse en mi Banfield comprando esa hermosísima casona.
Desde 1964, comence a cruzar más seguido con la ilusión de verlo. Entonces, me acoplaba a las visitas que mi abuela Pita le hacia a su hermana, Encarna que viví en la calle Manuel Castro con la condición de que al regreso pasaríamos por la calle Beruti 251, por la casa de Sandro. - ¡Ay nena! protestaba mi abuela, pero pasábamos.
Sólo vi elevarse el paredón, pero que importaba, algún día lo vería en vivo y en directo… y sucedió fue años más tarde en los carnavales de 1970 en el Country Club de Banfield. También esas fueron horas de espera para ser las primeras en llegar al escenario que se había levantado sobre las canchas de tenis del Club y el plural corresponde porque una amiga me acompañaba en esa locura. Sandro llego casi a las tres de la mañana, nosotras llevábamos horas paradas junto al escenario, sobre el polvo de ladrillo. ¡pero al fin llego Sandro! Todo de blanco, estábamos tan cerca que para verlo teníamos que levantar la cabeza, posición incomoda si la hay, pero allí nos quedamos junto a las verdaderas fans, “sus nenas” esas que lloraban y gritaban. Nosotras menos ruidosas pero igual de enamoradas lo veiamos embelesadas. Quién no soñaba entonces con que él nos cantara al oído.
La sirena de los bomberos de Banfield nos trajeron la alegría de los campeones del apertura, hoy nos anuncia que el cortejo que acompaña a nuestro famoso vecino del otro lado de la vía esta pasando por la que fue su fortaleza.
Yo aquí de este lado recuerdo cuando tenía 17 años y lo vi tan pero tan cerquita que hasta roce su mano y con mi amiga nos llevamos esa madrugada las gotas de sudor que salpicaba cuando se contorsionaba dando todo en el escenario. Con los pies hinchados y rojos del polvo de ladrillo, una torticolis que duro varios días, salimos felices, habíamos estado cerca, cerquísima de Sandro de América.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).