sábado, 30 de enero de 2010

Carnavales de antaño. La batalla del agua.


La foto muestra un grupo de amigos después de la batalla del agua en unos Carnavales de 1930 y pico. Están "ensopados" pero dispuestos a retratarse para nosotros nos sonríen desde la actual calle Belgrano al 300 de General Guido...
"La costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar de que en España los carnavales caen en invierno."

Historia del Carnaval Bonaerense

viernes, 22 de enero de 2010

Las fotos de Marcelo

Marcelo ha enviado fotos de su padre, el siempre recordado, Edgardo Gascue. Aquí en los comienzos de su profesión acuclillado frente al camión.
Cuánta distancia recorrida, espantando soledades con la radio encendida, o repitiendo aquellos pobres versos que alguna vez escribió mi padre “por eso te canto Guido pueblo de mi juventud/si tu recuerdo se va/borrando en muchas ausencias /para mi sos la querencia que nunca podré olvidar”.
Cuando a mi hermano le preguntaban, ¿que vas a ser cuando seas grande? Jorge respondía camionero como Edgardo. Por esas cosas que la vida tiene un día regresando de un viaje por el sur, haciendo dedo, conoció a Miguel Colman de Las Flores… y cumplió su sueño de convertirse en camionero por algún tiempo, esa es otra historia que ya contaré.

Volvamos a las fotos de Marcelo, aquí lo vemos junto a su papá y a su hijito en una entrega de premios, arriba Tito Gavio, otra donde se lo ve pequeño sentado en la maquina. No puede negar que su pasión son los fierros, aquí el auto de TC con el nombre de General Guido en el parabrisas.

domingo, 17 de enero de 2010

Nuestro Gatonto


Danii, mi hija, lo prefirió. Descendiente de una gata que llamábamos Retacitos. Tenía seis hermanos, él era el más debilucho, no terminaba de destetarse, la gata lo rechazaba, siempre estaba solito. Una tarde de lluvia el pobrecito quedó en un rincón del patio mojandose. ¿Cómo puede ser tan tonto? nos preguntábamos. Parecía enfermo, lo llevamos a la veterinaria allí nos dijeron que tenía moquillo, que por ser tan pequeñito nada se podía hacer…Daniela no acepto el diagnostico, lo puso en una caja bien arropadito y durante varias semanas con una cucharita lo alimentó. En la leche le suministraba un antibiótico de farmacia humana, (si mal no recuerdo Trifacilina 500). Con infinita paciencia, ella, rallaba ese comprimido grandote sobre la leche tibia. ¿La dosis? Vaya una a saber. Lo cierto es que el gatito se curó. Desde entonces fue para todos "Gatonto", manso y ronroneador.
Cuando el gato estaba próximo a cumplir diez años, nos mudamos de casa. ¿Y Gatonto? Mientras realizábamos la mudanza el gato desapareció, se ocultó y no pudimos encontrarlo. Volvimos a buscarlo al día siguiente y al otro, y al otro… pero nada. Tiempo después pase una noche con la esperanza de hallarlo y allí estaba nuestro Gato Tonto en el jardín. No fue necesario llamarlo, me miro con esos ojos renegridos, maulló como reprochándome tanta demora y se acerco a la reja ronroneando, buscando mi mano. Tampoco yo quiero irme de esta casa, pero asi son las cosas le dije mientras lo acariciaba y sin más lo embolse en la campera que llevaba puesta, alce el cuello, levante el cierre y comencé a caminar con el preciado botín. Sólo dos cuadras nos separan de la nueva casa murmure, mientras él ronroneaba con alegría junto a mi corazón.
Comprobé aquella noche la veracidad de la frase de Hemingway “Los gatos tienen una total honestidad emocional; los seres humanos, por una u otra razón podemos ocultar nuestros sentimientos, pero el gato no.”
Faltando cincuenta metros para llegar las uñas de Tonto se clavaron sobre mi hombro izquierdo, pero yo sólo pensaba en la alegría de Danii cuando me viera llegar con su Gatonto.
¡Habrán la puerta que traigo una visita! grite. El prinero en responder fue Scotty el Airadle Terrier, que teníamos, desesperado giraba a mi alrededor. Baje el cierre de mi campera negra y de un salto la visita fue a esconderse debajo de un mueble. ¡Gatonto estaba en casa!. Por más de cinco días estuvo oculto, hasta que una mañana lo vimos salir siguiendo a Scotty, recorrió cada centímetro del jardín, comió, acicalo su blanco pelaje. Ese día aceptó la nueva casa.

Gatonto vivió con nosotras hasta finales de 2004. Murió por un tumor maligno que se desarrollo en la punta de su oreja izquierda a casusa del sol que amaba tanto.
No son más silenciosos los espejos
Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano.
Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás.
Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

A un gato

Jorge Luis Borges
(1899-1986)

lunes, 11 de enero de 2010

Viaje a la alegría

Las casualidades me llevaron a toparme con el Blog de una familia que viaja uniendo pueblos http://viajesrastas.blogspot.com/ Las fotos de esos niños felices, desplegando sonrisas, desandando vías, mostrando carteles de estaciones, contando historias me recordaron que “La alegría no es más que saber disfrutar de las cosas simples de la vida.”
El Maestro Mario Benedetti escribió:
“Defender la alegría como una trinchera /defenderla del escándalo y la rutina / de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias / y las definitivas…
Muchas veces siento que al recordar algo, estamos defendiendo pedacitos de alegrías, defendiéndolas
“como una certeza / del óxido y de la famosa pátina del tiempo”


Los recuerdos viajan en tren

- Cómo llego a Egipto? pregunte
- En un transatlántico o mejor en avión respondió tía María mientras servía el té.
- No podríamos viajar en Tren?
-¡Imposible, querida! Eso es imposible.
-¿por qué? insistí sin apartar la vista de esas fotos que ilustraban la nota sobre el Valle de los Reyes y la tumba de Tutankamón, el rey niño.
-Por que hay que cruzar el océano que es “inmensamente” profundo respondió tía.
- y bueno entonces me quedo dije resignada mientras veía por la ventana que daba al patio la lluvia, que me retenía en aquella pequeña cocina. Llovía y María me propuso hacer un viaje imaginario.

-Pasajeros al tren voceo ella anunciando que el coche comedor se encontraba abierto. Entre risas y más risas salímos chucu chu chucu chu. Ya ubicadas en aquel tren de mentirita, en el coche comedor tomando té, comiendo buñuelitos angelones y “sanguichitos” de tomate y queso. Esa tarde tía María leyo para mí ese artículo de los egipcios del que recuerdo con minuciosidad la leyenda de la Diosa Bastet que protegía a los humanos através de los ojos de los gatos. Los gatos, "esos michalicos" a los que los egipcios llamaban miu eran sagrados me explicaba tía mientras yo tomaba mi té con leche y nuestro tren fantástico cruzaba el Valle de los Reyes costeando el río Nilo rumbo a Alejandría, para ver el faro.
Yo tendría por entonces cinco o seis años, no he olvidado ningún detalle. El recuerdo, huele a patio mojado y azúcar quemada...


Definitivamente “La alegría no es más que saber disfrutar de las cosas simples.” Y “defenderla es un derecho”
No vengo de familia ferroviaria pero, desde siempre supe que el ferrocarril era trabajo, paisaje y disfrute. Aprendí que había que cuidarlo, que me pertenecía, que nos pertenecía y que era irremplazable aunque no me pudiera llevar hasta Egipto.

Mi primer recuerdo, talvez el más lejano con “el pata de fierro” llega por el andén número uno, entre nubes de vapor, y aquel trabalenguas “Erré con erré cigarro/ erré con erré barril/ rápido corren los carros/ cargados de azúcar del ferrocarril”
Por otro andén, llega el recuerdo de un trencito, que armaba mi hermano, con su mecano… vías, máquina, vagón de carga. Una tarde me acoplé a su juego, y él refunfuñando provocó un terrible descarrilamiento; entonces, mi padre educó:
-¡Tenga mano compañero!, si los destroza ¿en que va a viajar mañana?
Mientras restablecíamos el servicio, yo pregunte:
-Papi ¿cómo funcionan las locomotoras?
Y mi padre, me lo explicó con sencillez. Didáctico, Madrid, me hizo ver la fuerza del vapor en el pico de la pava.
Al tiempo que me contaba que los trenes cruzaban ríos, trepaban montañas, franqueaban montes y selvas, atravesaban desiertos, se internaban en los socavones de las minas.


Entrelazan, pueblos, ciudades. Llevan y traen noticias, piedras, lana, carne… decía papá cuando yo interrumpí: y azúcar, ¿azúcar, llevan verdad?
-¡azúcar!, por supuesto que llevan ¡carros cargados de azúcar!.
También, viajan los tarros llenitos de leche para Don Caeiro - por entonces el lechero que cada mañana llegaba con el tintineo de esas verdes botellas hasta la puerta de casa-.
Y los diarios y revistas, mi Billiken entre ellos que “El Pibe”, recibía en la estación y cargaba en el enorme canasto de su bicicleta para repartirlos casa por casa.


Un día en el Hall de Plaza Constitución, frente a la réplica de una vieja locomotora de vapor, papá hizo la pregunta: - A ver compañera si puede ud. decirme ¿cómo era que funcionaba ésta locomotora? –
Respondí sin dudar “…el vapor de agua, empuja el pistón que mueve la máquina que la impulsa”. ¡Muy Bien!!!


Ese día supe que el Ingeniero Guillermo White había nacido en Dolores y que Banfield llevaba el nombre del primer gerente del Ferrocarril del Sud, así, con "d" final. ¡muy inglés! decía Madrid Viejo.

Era el tren el motivo para interrumpir “los deberes” y salir saltando en un pie por el pasillo a la vereda para desde allí, andando, sobre el dibujo de baldosas azules, amarillas o coloradas de las veredas llegar hasta la placita de la estación en tardes de primavera, al encuentro de papá y de tí­o Loro, que regresaban de sus respectivos trabajos. “Matizábamos” la espera, como le gustaba decir a tía María, comiendo caramelos media hora.
Recuerdo que me demoraba acariciando las florcitas azuladas del mburucuyá que crecían enredadas en el alambrado que por entonces, separaba la plaza de las vías del andén número uno. El color naranja de las trompetillas y los tacos de reina, las campanitas azules, las matas de corona de novia. El perfume de tilos; el aroma de la segunda horneada de pan que se escapada de la panadería La Ideal, el buzón rojo del Correo, el mítico bar El Sol… Toda esa escenografía ayudaba para que la Estación Banfield fuese tan pero tan linda, ¡la más linda!
Sobre uno de los puentes esperábamos ver el tren abandonando la estación de Escalada y corríamos escaleras abajo. En el penúltimo escalón, hacíamos tiempo, mientras la formación se detenía en el andén. El grito del guarda ¡Baaaanfield!. Como hormigas el gentío bajaba del tren, entre la muchedumbre, ellos nos saludaban con el diario en alto.

Los sábados desandábamos las cinco cuadras que nos separaban de la estación para alcanzar al “pata de fierro” que nos llevaba a Burzaco, Brandsen o Jeppener. Viajar, viajar con las ventanillas abiertas, los ojos entrecerrados para cuidarlos del viento que desordenaba mi pelo y de “los panaderos” que se colaban al interior del coche. Si el rumbo era Brandsen había que trasbordar en A. Korn, allí nos esperaba a “la chanchita”. En Brandsen, los primos.

Era el tren quien traía las cartas, las encomiendas, las visitas desde Guido, Dolores, Tandil, Mar del Plata, Córdoba, Santa Fe, Zapala.
Con la llegada de noviembre, era "fija" que el tren, nos llevaría a Gral.Guido.


El destino quiso que en el tren que nos regresaba un verano desde Pinamar a Madariaga, en medio de la confusión, gritos, astillas y vidrios yo reencontrara a Manuel, mi amigo invisible, mi ángel de la guarda. ¡Sí, no se sorprendan!, todos tuvimos en nuestra infancia, un amigo invisible, el mío se llamaba Manuel y estaba siempre columpiándose en las ramas del limonero del patio de casa; un día deje de verlo, no me moleste en buscarlo, pero la mañana del accidente allí estaba “Manuel” con nosotros; explicando lo inexplicable. Sólo con él cerca se comprendía que a pesar del accidente todos salimos ilesos. El tren había chocado con una máquina de esas que se usan para nivelar caminos. Arribamos a Banfield sin una raspadura y con mi padre cursando el infarto de miocardio, diagnóstico que conoció setenta y dos horas después de haber llegado y del que yo tome conciencia años más tarde.

El tren de carga, los cargueros, obraban en mí una suerte de seducción e intranquilidad.
El recuerdo más lejano, ese tracatrac,tracatrac,tracatrac de unos vagones grises pasando frente a mí; yo, tapadito rojo, sentada en un banco del anden de la estación, mi papá esta allí. Los vagones pasan, yo cuento uno, dos, tres… hasta la soledad infinita del furgón de cola desde dónde me saluda una “mano sin cuerpo” que atribuyo al chipá, ese cuco que había descubierto en un cuento de miedo y al que bautice “Chipá Carmona”.
-¡No se asuste compañera! el chipá no anda de día. Además, si llegara por acá, su amigo invisible, su angelito de la guarda, ese tal Manuel, él la cuida y no dejaría ni que se le arrime el chipa, créame dijo mi padre.
Ese comentario confieso, no me tranquilizó, muy por el contrario confirmó mi sospecha, el chipa carmona, igual que la solapa o el hombre de la bolsa se cubrían con “el negro poncho de la noche”, y como lo describía tía María, ponían los pelos de punta de los niños desobedientes. Yo era un poquito desobediente!
Los cuentos de miedo de tía María, daban muchísimo miedo de verdad. Un miedo parecido, me produjo, años más tarde, escuchar el final de aquella conversación…“El Pata de Fierro no perdona, hermano, o te mata o te mutila”. Recuerdo que me fui a dormir aquella noche con una tristeza infinita al comprobar que los ángeles de la guarda, alguna vez podrían no llegar a tiempo.


Fue escuchando esas atrapantes historias donde los protagonistas eran solitarios vagabundos, recorriendo kilómetros, con “su mono” y con “un tal Bakunin” por compañero. Esos descoloridos polizones, temibles libertarios, perdidos en la gris monotonía del pesado carguero, atravesando campos, pueblos, ciudades, con todo su capital a mano, en “la bagayera” Eran linyeras… un día pasaron a ser Crotos, no dejaron de ser anarquistas.

Por donde el tren pasaba, volaban historias, desparramaba palabras nuevas que yo coleccionaba, ayuda mutua, justicia, fraternidad, unión, libertad. Cómo aquella historia del médico que bajó del tren para asistir a una parturienta en Formosa y decidió quedarse para siempre en ese pueblito perdido.
-¿Y si el tren no pasaba?
-Sólo sabemos que el tren pasó y el Dr. Laureano Maradona bajó en Estanislao del Campo.
Con esa historia aprendí ese día la palabra “Filantropía”.

Me divertí haciendo viajes imaginarios con tía María y también en los verdaderos, cuando en los años sesenta, con la ventanilla abierta el viento me enredaba el pelo.
Lo sufrí en los setenta cuando viajar los escasos 15 kilómetros que nos separan de Constitución, se habían convertido en un “suplicio”. Creí cuando en los ochenta prometieron “electrificado llegara puntual”. En los noventa en medio del desbarajuste organizado por los charlatanes de turno imagine a “el pata de fierro” rendido detrás del largo paredón de los talleres de Escalada
La curiosidad me llevo a visitarlo y descubrí que no estaba escondido, ni replegado, ni vencido. Esta allí, cuidado por su familia, ferroviarios con “voluntad de memoria”, sus incondicionales de siempre, maquinistas, foguistas, cambistas; estirpe ferroviaria. Allí está mostrándonos su historia, que se entrelaza con la de cada uno de nosotros, pasajeros del Roca.


… Y sí, los recuerdos también viajan en tren.

sábado, 9 de enero de 2010

De la Revista Amigos del Museo Kakel Huinkul

JOSÉ LUIS MOLINA, CAPATAZ DE MIRAFLORES


El capataz de Miraflores, José Luis Molina, al ver salir a Ramos Mexía, su patrón, con rumbo a la Guardia de Kakel a presentarse, empezó a sospechar que algo raro pasaba y mantuvo alerta a la peonada, hasta que al fin llega el capitán Ramón Lara con orden de allanar la estancia. Molina huye y se refugia en las tolderías de los pampas. Decide vengar al patrón, su mas querido huinca entre los pampas. En un mes u medio reune mil quinientos lanceros con sed de venganza, destruye el Puesto de Kakel y Dolores apropiándose de varias familias, entre ellas la del capitán Lara, fundador de la ciudad y viejo conocido de Molina. Dos meses después repiten la misma operación en Pergamino.
En 1825 se escapa de la indiada y se presenta en el Puesto de Kakel pidiendo su perdón, el cual es concedido por las autoridades militares. Lo esperan su caballo, su equipaje, lazo, facón, naranjero y boleadoras. Cabalga hacia el sur, nadie asiste a su partida, su cara de bravo tostada al sol de los desiertos, es acariciada por su poncho pampa.
En el año 1826, Bernardino Rivadavia es designado presidente de la República, el momento es difícil, Brasil ha declarado la guerra bloqueando el Río de La Plata. Los imperialistas quieren aprovechar el momento, desean tomar Buenos Aires y adueñarse para siempre del Río de la Plata. Eligen a Carmen de Patagones, al sur de la provincia de Buenos Aires como lugar ideal para iniciar el bloqueo.A fines de 1827 aparece ante la desembocadura de Río Negro una poderosa escuadra brasileña que se compone de dos corbetas, "Duquesa de Goyac" e "Itaparicá"; un bergantín, "Escudeiro" y la goleta "Costanza",Entre las cuatro naves superan un armamento de cincuenta cañones
Carmen de Patagones era en ese entonces, un pequeño pueblito, a cinco leguas de la desembocadura de Río Negro, con poco menos de quinientos habitantes, casi ignorado. El caserío es muy pobre, con varios ranchos abandonados, la edificación mas importante es un compacto edificio de piedra aunque bastante deteriorado, llamado "El Fuerte". Gobernaba en esa época el coronel Martín Lacarra.
Las fuerzas imperialistas con seiscientos cincuenta y cuatro hombres, estaban al mando de James Shepherd.Los soldados estaban equipados con armamentos modernos. Es lógico que el éxito debía coronar su esfuerzo.El gobernador Martín Lacarra. Reforzó una improvisada artillería. El 28 de febrero los brasileños empiezan el operativo internándose en el Río Negro.
Mientras tanto, en Patagones, la población se prestaba a resistir el ataque a pesar de la notable diferencia de fuerzas y armamentos.José Molina con veintitrés gauchos, observa los movimientos del enemigo, están esperando jugarse en esta desigual contienda, pero esta vez lo harán por la Patria.
El 6 de marzo Shepherd ordena el desembarco a 15 kilómetros de Carmen de Patagones y se pone al frente de cuatrocientos hombres.Los gauchos de Molina no les pierden pisada, Usando un ardid, consigue que uno de los gauchos guíe a los brasileños. El baqueano cumple con las instrucciones de Molina, y lo interna tierra adentro, caminando casi toda la noche, Molina se apodera de los botes de desembarco y los destruyeCon las primeras luces del día Shepherd llega al Cerro de las Caballadas desde donde se domina la población. La artillería y la fusilería de los pobladores comienzan su ataque desde todos los ángulos. Los imperialistas cansados y hambrientos se encuentran sorprendidos. Uno de los primeros disparos dio muerte a Shepherd.
El gaucho Molina, ex capataz de Miraflores, aprovechando el desconcierto de los invasores, con sus veintidós jinetes criollos se dispersan en forma circular, buscando la dirección del viento, prendiendo fuego a los pajonales. Un aro de fuego acorrala a los brasileños. El cuadro es dantesco, deben rendirse, irremediablemente. Los gauchos contemplan su obra, su estrategia criolla ha superado a la técnica de tropas disciplinadas. Se logran en esta acción trescientos dieciséis prisioneros - diez oficiales y trescientos seis soldados.-Carmen de Patagones escribe así una de las páginas más importantes de nuestra historia. José Luis Molina ha quedado ha la sombra del olvido, hombre discutido par algunos, un bandido para otros, pero para los mas un gaucho bueno y valiente, un producto de medio ambiente de su época, con algo de Martín Fierro…




Bibliografía; Romay - M. Scenna. D. Santillán y Hernán Baulato

miércoles, 6 de enero de 2010

Sur, paredón y después...

La casa tenía una pared baja que dejaba ver un hermoso jardín, donde zigzagueaba un camino de lajas que comenzaba en un portón de gruesos maderos. Altas casuarinas montaban guardia en ese parque tan verde. El Chalet se recostaba hacia el oeste. Recuerdo en detalle esa casa, porque justo doblando la esquina sobre la calle Acevedo estaba la Clínica Banfield, y por esos años solíamos ir seguido y mientras esperábamos noticias alentadoras sobre la salud de mi padre, que cursaba su primer infarto. Con tía María rondábamos la manzana para hacer la espera más corta. Recorríamos ese otro Banfield tan “british”. La vía del ferrocarril nos separaba, nosotros vivíamos (y actualmente sigo aquí) del otro lado de la Estación hacia el este.
Dos años más tarde me enteraba que nada menos que Sandro había elegido radicarse en mi Banfield comprando esa hermosísima casona.
Desde 1964, comence a cruzar más seguido con la ilusión de verlo. Entonces, me acoplaba a las visitas que mi abuela Pita le hacia a su hermana, Encarna que viví en la calle Manuel Castro con la condición de que al regreso pasaríamos por la calle Beruti 251, por la casa de Sandro. - ¡Ay nena! protestaba mi abuela, pero pasábamos.
Sólo vi elevarse el paredón, pero que importaba, algún día lo vería en vivo y en directo… y sucedió fue años más tarde en los carnavales de 1970 en el Country Club de Banfield. También esas fueron horas de espera para ser las primeras en llegar al escenario que se había levantado sobre las canchas de tenis del Club y el plural corresponde porque una amiga me acompañaba en esa locura. Sandro llego casi a las tres de la mañana, nosotras llevábamos horas paradas junto al escenario, sobre el polvo de ladrillo. ¡pero al fin llego Sandro! Todo de blanco, estábamos tan cerca que para verlo teníamos que levantar la cabeza, posición incomoda si la hay, pero allí nos quedamos junto a las verdaderas fans, “sus nenas” esas que lloraban y gritaban. Nosotras menos ruidosas pero igual de enamoradas lo veiamos embelesadas. Quién no soñaba entonces con que él nos cantara al oído.
La sirena de los bomberos de Banfield nos trajeron la alegría de los campeones del apertura, hoy nos anuncia que el cortejo que acompaña a nuestro famoso vecino del otro lado de la vía esta pasando por la que fue su fortaleza.
Yo aquí de este lado recuerdo cuando tenía 17 años y lo vi tan pero tan cerquita que hasta roce su mano y con mi amiga nos llevamos esa madrugada las gotas de sudor que salpicaba cuando se contorsionaba dando todo en el escenario. Con los pies hinchados y rojos del polvo de ladrillo, una torticolis que duro varios días, salimos felices, habíamos estado cerca, cerquísima de Sandro de América.

martes, 5 de enero de 2010

El Adiós

Roberto Sanchez (Sandro) 1945-2010


Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Pasatiempo
Mario Benedetti 1920-2009
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).