viernes, 27 de febrero de 2009

"Francisco" de Juan Carlos Sánchez Sottosanto

El comentario del Señor Juan Carlos Sanchez Sottosanto que agradezco y valoro me llevó a buscar su libro y… ¡Sorpresa! me encuentro con Maipú -siempre cerca-, con Diego Sachella entrañable amigo virtual que me dan la posibilidad de conocer y hacerles conocer este resumen de "Francisco" Ojalá los amigos del Museo Kakel Huincul no se molesten conmigo por haber “asaltado” este mediodía, su biblioteca digital y “tomar prestado” éste resumen.

Disfrútenlo tanto como yo.

Es esta una reseña que el mismo autor hace de ella y de la historia de Ramos Mexía, reseña que por ser en primera persona del singular, es en este caso menos interesante que el producto que presenta a consideración pública, sin dudas.

Diego Sachella


En el 2003 escribí una novela titulada Francisco, polifónica, de monólogos interiores. Imaginé a María Antonia, imaginé la crisis de fe que pudo suceder tras la tragedia de Miraflores. Recorrió melancólicamente un par de editoriales y regresó al sitio de donde, quizás, nunca debió salir: un estante y un archivo Word. He vuelto a leerla. He recorrido la geografía de Francisco. Suele el autor no ser digno de su personaje. Más que en las palabras trajinadas, lo recupero en sus inhóspitos páramos, y en los atardeceres sangrientos de nuestros horizontes. (Alguien me aseguró una vez que los crepúsculos de Dolores son los más tristes del mundo).
(El Autor)

FRANCISCO.
Por Juan Carlos Sánchez Sottosanto

Sombras para Francisco, Vida, Pasión y Muerte de Francisco Ramos Mexía, filántropo, ¿misántropo?, y heterodoxo

“Difícilmente haya quien muera por un hombre justo;
pero quizás sí quien muera por un hombre bueno.
”San Pablo a los Romanos, V, 7.

El corazón conradiano de las tinieblas nunca está en la selva, sino en los ojos de quien la mira. ¿Qué vio este Francisco en las interminables extensiones de la pampa? ¿Qué vieron sus contemporáneos en la maraña escatológica de sus pensamientos? ¿Qué es lo que nos permitiremos ver nosotros?
Vivo en Dolores, provincia de Buenos Aires. Para el resto de los mortales que no vive en Dolores (es decir, algo más del 99,99% de la población mundial), es apenas el punto intermedio justo entre Buenos Aires y Mar del Plata, y la ocasión propicia para miccionar cada vez que se va de una a otra. Para solucionar esta cuestión poco conspicua, se han preparado a los turistas unos carteles que dicen “Bienvenido a Dolores Primer Pueblo Patrio 1817” porque supuestamente en esa fecha fuimos fundados, y la tal fecha queda cronológica y convenientemente cerca de 1816, año de la Independencia. No se engañe sin embargo el turista. Como siempre, detrás de los carteles y las placas suele haber entuertos. El pueblo surgió como un villorrio, cerca de un fuerte llamado Kakel Huinkul y de una cárcel para prisioneros de guerra españoles,
Las Bruscas; su propósito fue avanzar sobre territorio indio y también poner un poco de orden en un sitio que, gracias a sus montes tupidos (los Montes del Tordillo) se había vuelto reducto de huidos de la justicia y de prostitutas. Hacia 1740 los jesuitas ya habían intentado en vano establecer una reducción en la zona. Algunos estancieros se aventuraron poco a poco, aunque la población más cercana era Chascomús, bastante más al norte. Pero uno de esos estancieros sería protagonista y artífice de una historia que el hábito argentino del olvido se ha empecinado en desvanecer y hasta menospreciar.

Francisco Hermógenes Ramos Mexía nació en Buenos Aires en 1773; sin ser rico, su padre formaba parte de la elite española que manejaba asuntos de gobierno bajo el Virreinato. A la hora de brindar una educación universitaria, el Virreinato tenía sólo dos Casas de Altos Estudios, la de Córdoba, signada por un catolicismo escolástico donde la teología seguía enseñándose como en la Edad Media, o la de Charcas, en el Alto Perú (hoy Bolivia), donde por el contrario se habían ido filtrando las ideas del Iluminismo y los filósofos franceses dejaban sembrados no solo su anticlericalismo sino sus ideas revolucionarias. Allí estudiaría Mariano Moreno, prologuista y primer traductor del Contrato Social de Rousseau. Francisco optó por Charcas y conoció ese pensamiento, pero su destino estaba marcado desde el vamos por la paradoja. Contrajo matrimonio con María Antonia Segurola, heredera de una cuantiosa dote; su suegro era un aristócrata y había estado entre los responsables del desbaratamiento del levantamiento de Túpak-Amaru y de su feroz ejecución: el descuartizamiento. Si huir de Córdoba lo alejaba de la senda religiosa tradicional, su nuevo status parecía movilizarlo hacia las Nouvelles-Idées y para asumir una posición propia de la época: la de ver al no-blanco como un ser de naturaleza inferior. Basta leer nuestra vieja literatura: para Echeverría el indio es un “bruto”, para Sarmiento es la horda incivilizada, y para la mayoría, el ente que debe desaparecer. Motejar la pampa y la Patagonia como de “desierto” no era ignorar que estaba poblado: era considerar al indio como un no-humano, y donde no hay humanos, hay desiertos. Eufemismos para el genocidio que después vendría.Pero Francisco, sin huir de su tiempo, se jugó a ser Francisco. Una tras otra, fue tomando las más absurdas decisiones a la vista de sus contemporáneos; adelantado en el ayer, anacrónico hoy, fiel a sí mismo, siempre solitario, fue amado como pocos seres, quizás, en nuestra historia.Con su joven esposa tornó en 1806 a Buenos Aires, nueva para ella. Los pocos documentos salvados nos dejan reconstruir a duras penas su itinerario y su pensamiento. Debió presenciar la Revolución de Mayo y quizás desilusionarse de ella. Hacia 1809 compró una estancia en Los Tapiales, actual Partido de La Matanza. Si bien una estancia estaba entonces en las antípodas de ser un establecimiento suntuoso, con todo aún no era una decisión bizarra. Lo insólito vino después. Tras trabar conocimiento con José Luis Molina, un criollo que hablaba perfectamente las lenguas indígenas, se internó hacia 1811 al sur del Salado, es decir Tierra Adentro, es decir donde cabían todas las probabilidades de que quedara lanceado o perforado a flechazos o sencillamente perdido en tierra ignota. Pero Molina era baqueano y Francisco era Francisco; llegó hasta la zona de Mari Huinkul, actual Partido de Maipú, al sur de Dolores, que aún no había sido fundada. Hizo “parlamento” con los indios y les compró, con dinero constante y sonante (era el primer blanco que lo hacía desde Colón, más o menos), el territorio, al mismo tiempo que les pidió ayuda para establecer una estancia. Regresó a Los Tapiales, alzó a su esposa y a sus chiquillos y se fue de nuevo Tierra Adentro, hacia las lomadas donde establecería su estancia de Miraflores, batida por el pampero, las inundaciones, los desbordes de aguadas, las sequías y todos los elementos que en la pampa salen de cauce con facilidad. Cuesta imaginar a esa mujer criada en una mansión habitando el nuevo paisaje feroz y feraz; cuesta imaginar al intelectual lector de Rousseau y Montesquieu asentándose allí; cuesta imaginar los centenares de indios que no sólo veían a un blanco entre ellos que pagaba sus tierras y su trabajo sino que hasta cumplía puntillosamente cada palabra empeñada. A partir de entonces, cada vez que se necesitaba un mediador entre los caciques y el gobierno de Buenos Aires, Francisco hacía de intermediario. Una comunidad no asentada por la fuerza ni por el paternalismo comenzó a rodearlo hasta tomar proporciones inopinadas. Molina era el capataz; varios de los indios fueron criados casi como hijos. Pero algo más sucedía puertas adentro.Sartre definió al hombre como “condenado a la libertad”. Ramos Mexía estaba condenado a la fe. Cómo se nutrió ésta, queda poco claro. Había releído varias veces su Biblia en latín y manejaba bastante mal el griego; también había leído a Manuel Lacunza, jesuita chileno que tras la disolución de la orden y bajo el seudónimo de Josafat Ben Ezra (ser católico no lo salvaba de ser quemado) escribió un grueso libro poco ortodoxo, la Venida del Mesías en Gloria y Magestad, que cualquier curioso lector puede rastrear en las Bibliotecas Virtuales Cervantes de España y Nacional de Chile. Lacunza tenía un pensamiento escatológico y milenarista: regresando a las fuentes patrísticas y desestimando siglos de tradición católica, llegó a creer en un regreso de Cristo como rey y en una tierra que sería retornada a la armonía primigenia durante mil años, como parece anunciarlo un oscuro pasaje del Apocalipsis, capítulo 20.Más radical fue Francisco. Formó un pensamiento teológico propio, aparentemente no influido por sistema alguno, y cortó toda relación con la Iglesia de su tiempo. Consideró la institucionalización religiosa como nefasta, una verdadera perversión del evangelio. El templo material era deleznable en comparación con lo que genuinamente importaba: la conciencia individual, libre ante Dios y sólo responsable ante Él. Tanto Roma como el deísmo iluminista desviaban al hombre de la auténtica búsqueda espiritual; Francisco se separó de ambos y quedó solo, en una sociedad que fluctuaba entre el clericalismo hispánico y los nuevos ideales libertarios. Más aún, consideró que se estaba cometiendo el peor de los crímenes al tratar al indio como un infrahumano, al violar los pactos, al obligarlo a asumir la voluntad del blanco por la fuerza y al presentarle una forma de cristianismo tan absolutamente hipócrita. Envió notas a la Gazeta de Buenos Ayres y a los distintos gobiernos de turno. Su milenarismo apocalipticista comenzaba a mezclarse con un pensamiento social utópico: el blanco y el indio debían integrarse pacíficamente (Francisco se oponía tenazmente a la guerra) en comunidades donde los caciques tuvieran tanta o más participación que el hombre blanco y donde una evangelización desde las raíces nutriera a ambos.Si su teoría fue desestimada, él se encargó de fundar su propia praxis. Miraflores se convirtió en una verdadera colectividad utópica, con comunidad de bienes, aunque los indios tenían libertad de irse en cualquier momento. Por el contrario, comenzaron a afluir más y más. El robo fue erradicado y la estancia hasta daba dividendos materiales, que suscitaron la envidia de otro hacendado en ascenso, Juan Manuel de Rosas, de métodos harto disímiles: el absolutismo y el patronazgo paternalista.Pero las cosas comenzaron a funcionar mal. Cuando el fuerte de Kakel Huinkul primero y el pueblo de Dolores fueron fundados, Francisco sintió que era una intromisión militarizada e innecesaria. Todavía fue utilizado por el gobierno para un último Pacto: el de Miraflores, firmado en 1820, donde se garantizaba una vez más la no agresión, aunque Francisco se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio. Pero el comienzo del fin se había iniciado. Francisco ya había sido denunciado como “hereje” por un sacerdote y su afinidad con los indios era considerada sospechosa. El Pacto de Miraflores fue violado por el Gobierno y Francisco protestó enérgicamente en su estilo particular: “Si los Indios aspiran de hecho y de derecho a la Paz, los Christianos fomentan de hecho y de derecho la guerra (…) ¿No nos desengañaremos jamás de que ni el sable ni el cañón en nuestras circunstancias ni las buenas palabras con tan malditas obras es posible que constituyan ahora la paz entre los hermanos? ¿Será posible darle la salud a la Patria por medio de los prisioneros de la muerte?”. Más tarde, un malón asoló el norte de la provincia. El ministro Martín Rodríguez salió en su persecución y casi desfalleció Tierra Adentro; con el ejército semisublevado, despechado, regresó y pasó por Miraflores. Culpó a Ramos Mexía de ser el informante de los indios levantados, de los que Francisco no tenía ni idea; agregó la acusación de odio contra la Religión. Ordenó un requisamiento; había armas, pero estaban inutilizadas por años de desuso. Pese a todo, lo detuvo; Francisco pidió a sus indios que no se resistieran y a Rodríguez, que los dejara en paz. Al día siguiente, María Antonia y los niños eran encerrados en una carreta y llevados a Buenos Aires; Francisco fue esposado a lomo de caballo, las manos detrás, hasta quedar casi tumefacto. En el camino de salida de la estancia fue viendo el espectáculo; entre 80 y 100 indios, incluidos mujeres y niños, habían sido degollados. No se habían resistido.En Buenos Aires fue juzgado y se le dio la estancia de Los Tapiales por cárcel. Allí vivió sus años finales. Pero la historia no había terminado. El capataz Molina había sobrevivido y huido. Si olvidó prontamente el precepto “No matarás”, no pudo olvidar su propia inmensa lealtad ni el espectáculo de Francisco prisionero y la comunidad masacrada. Huyó al sur, reunió tribus en las que el nombre de Ramos Mexía ya era casi sagrado. En abril de 1821 Kakel, Dolores y todas las estancias vecinas eran pasadas a fuego. Sólo Miraflores quedó, como un símbolo, intacta.Qué sucedió durante los años de su encierro, no lo sabremos jamás. Apenas que otro grupo de indios comenzó a rodear la estancia de Los Tapiales, como si la utopía se negara a morir del todo. Algunas cartas oficiales de parte de Rivadavia (supuestamente laicista y aperturista) siguieron intimándolo a desechar sus ideas “heréticas”. Desgastado, murió en 1828. Todos sus libros y sus manuscritos fueron quemados. De su obra escrita apenas se salvaron escritos circunstanciales, el más extraño del cual, considerado a veces como una mera extravagancia, es su Evangelio que responde ante la Nación el ciudadano Fco. Ramos Mexía, un texto críptico, donde adrede se violan todas las normas de la sintaxis, la puntuación y la lógica; el español se mezcla con el latín y hasta con un idioma inexistente. Abstruso y sin embargo recorrido por un sutil hilo de Ariadna, sospecho que debería ser analizado como un texto de Raymond Roussel o del último Joyce. Sospecho que en ese morir dos veces que fue quemar su producción desapareció la obra de un escritor apenas atisbado por la crítica literaria.Paradójicamente, sus hijos eligieron el camino de la guerra; su nieto, José María, médico, introdujo en la sociología finisecular las ideas racistas y lombrosianas de ese entonces.Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira, cuenta que décadas después unos indios asaltaron una caravana; los caballos de ésta llevaban la marca de Ramos. Los dejaron pasar. ¿Qué urdimbres extrañas de la lealtad y la memoria, generaciones luego, les hacía respetar a alguien a quien ni siquiera habían conocido? Alvaro Barros, escritor de la “literatura de fronteras”, fue el primero en elogiarlo. Pero por tiempo, su trato con el indio fue visto en la historiografía como un rasgo de traición. En los años 20, Clemente Ricci, profesor de religiones comparadas, rescató los pocos textos sobrevivientes, los publicó y demostró su originalidad de teólogo heterodoxo. Desde los 70 en adelante, fue reivindicado por la antropología neo-marxista: si hubieran existido una docena de hombres como Francisco, el genocidio de la autodenominada Conquista del Desierto no hubiera sucedido. Con todo, faltan investigaciones nuevas, búsquedas de archivo, una biografía que reúna todas sus facetas. En otras latitudes, habría sido un reformador como Tolstoi o un pensador como Kierkegaard. Aquí asumió su “destino sudamericano”. Su exilio continúa.
MIRAFLORES

FOTO: dibujo muy antiguo publicado en un libro sobre los Ramos Mejía, siendo su autor uno de sus descendientes. Fuente: http://www.abo.org.ar/web/FranciscoRamosMejia.htm

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).