martes, 17 de julio de 2007

"con el corazón al sudeste"

Después del segundo gol, decidí no seguir “sufriendo” el partido, y para aliviar mi estrés me puse a revisar papeles y ordenar libros, trabajo que había quedado inconcluso el sábado.Plagiando a Eladia Blázquez digo que los Madrid, vivieron “con el corazón al sudeste” Todo aquello donde figuraba el pueblo de General Guido, era motivo suficiente para ser archivado, por eso, tantos papeles, recortes de diarios, hasta boletas de viejas “votaciones”, ¡créanlo! no las publico por que estamos en un año electoral y desde aquí no hacemos política, pero después de octubre talvez…cuando se hayan acallado los discursos, quizás… No, no descreo de la política, por suerte todavía no adherí al partido de la indiferencia, mayoritario por estos tiempos, pero cuando invito amigos a mi casa, este es el caso, ustedes son mis invitados, la política y la religión quedan en la puerta de calle, lo aprendí y ¡lo aprehendí! de muy chica; en casa entraron Radicales, Conservadores, Peronistas, Anarquistas, Socialistas, Comunistas, Ateos, Agnósticos Católicos, Protestantes… y no fue necesario aclarar que teníamos “un amigo Judío”, disfrutamos la inmensa fortuna de contar con muchos… y bueno que más puedo decir, que a nuestra casa también llegaba el Dr. Alende, “Don Oscar”, oriundo de Maipú, que, ya electo gobernador de la Provincia (1958) me operó de apendicitis. En fin, mis análisis siempre han dado positivo, por eso, no me extrañe cuando me explicaron que la causa directa del envejecimiento celular de nuestro organismo en general y, por supuesto, de la piel, son los radicales libres, yo nací ¡libre y Radical! interrumpí, para sorpresa de mi interlocutor, que con una mueca, que a mí me pareció una sonrisa, acertó a preguntarme ¿con K? -¡Negativo, Doctor! Respondí Soy de las que se rompen, pero no se doblan.

Vuelvo al punto de partida “todo aquello donde figuraba el pueblo de General Guido era archivado” suponen bien, hay mucho, y si a eso, le sumo la tarea de ordenar libros, que siempre me obliga a revisar en profundidad cuando asoma la cintita del señalador marcando una página, hay mucho más… eso pasó con este libro que les traigo, que como tantos otros, ocupó y hoy sigue acomodándose en alguno de los estantes de nuestra ¿Biblioteca? suena presuntuoso, pero la cantidad de libros que hay en esta casa, se parece y mucho a una modesta y sencilla biblioteca, con minúscula. A todos en esta familia, nos gusta mucho leer, sin lugar a dudas también hemos heredado este apego por los libros. A viejos ejemplares se sumaron nuevos y así fue creciendo nuestra “bibliotequita” Desde de la Revista Todo es Historia de Félix Luna, que mi padre guardó con esmero, a los tomos de la serie Los mitos de la historia argentina de Felipe Pigna, pasando por Milciades Peña, recomendado siempre por mi hermano. Se suman los libros de Ajedrez de tío Loro, los fascículos de la Segunda Guerra Mundial, los viejos libros de lectura que les mostré en alguna entrada anterior, Enciclopedias Diccionarios, Novelas, Ensayos, Filosofía, Política. Rodolfo Walsh, Borges, Bayer, Hannah Arendt, José Hernández, Potash, Hudson, Ingenieros, Casal, Jauretche, conviven en este minúsculo espacio, y la lista sigue, como siguen llegando libros a esta casa, y como pueden, se acomodan, en las improvisadas estanterías.
De este libro, que como otros muchos, mi padre compartió con Don Abel Cepeda, transcribo un pasaje y les recomiendo su lectura.

“City Bell, abril 14 de 1978. Sr. Carlos A. Moncaut

Mi buen amigo Moncaut

Impulsado por sus reiteradas invitaciones para que volcara en un relato los hechos, detalles e impresiones vividas en algunas de mis andanzas a lomo de caballo por distintos pagos de nuestra provincia y a pesar de ser medio remolón `y poco baqueano pa la escretura corrida`(como dice en uno de sus primorosos versos camperos el gran amigo y poeta paisano que fuera Omar Menvielle) me decido hacerlo ahora para narrarle, usando mis escasas posibilidades literarias, las ocurridas en ocasión del viaje que empleando dicho medio, hicimos con mi compañero de galopadas Noel H Sbarra hace ya casi veinte años desde La Plata hasta los pagos del El Vecino, partido de General Guido. `La cosa jue ansina`: En los primeros días del mes de Octubre de 1959 nos encontrábamos reunidos junto don dos grandes amigos Noel Sbarra y Justo P. Saenz (hijo), en la estancia “La Protección” de propiedad de este último, sita en el Partido de General Guido o más propiamente dicho en el corazón de El Vecino como gustaba llamarle el dueño de casa. Allí solíamos darnos cita dos o tres veces por año para recorrer en buenos pingos criollos sus casi tres mil hectáreas y las vecindades de un verdadero retazo de la pampa de antaño con sus campos bajos cubiertos de duraznillo, sus cañadones con juncales y espadaña, sus rincones de horizonte abierto sin la presencia de un monte que manchara la lejanía y además sus viejos y acogedores pobladores a quienes solíamos frecuentar en nuestras cabalgatas. El tiempo se había puesto llovedor persistiendo un vientito del norte que prometía temporal lo que nos había obligado a guarecernos en ‘las casas’ donde, matiando en el escritorio y observando como la perrada empapada había ganado la galería, giró de pronto la conversación sobre el camino que pasaba pegado al frente mismo del casco de la estancia (que había sido tiempo ha, asiento de una pulpería del mismo nombre) el que unía primitivamente la localidad de Ranchos con la de Ayacucho según surgía de las leyendas de algunos mojones de hierro que aún perduran a su vera….
Se los recomiendo “Pampas y Estancias” Carlos Antonio Moncaut. Capítulo XX Viaje a Caballo por las Estancias en 1959 pág.255 y sgtes.
Hacemos un pausa, pero sin alejarnos demasiado. ¡Hasta la próxima!
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).