miércoles, 25 de julio de 2007

Lo que se hereda, no se roba.

Yo no soy de Guido, pero el cincuenta por ciento de mi “Hilacha” (léase ADN) me acuartela en ese espacio, el otro cincuenta, como ya les conté, en alguna entrada anterior, arrancó en la Península Ibérica, en la única provincia mediterránea de Galicia, Ourense, en la aldea de Outeiro de Torrezuelas.
Mi abuela Mercedes “la Pita”, cocinaba muy bien, en sus comidas no falta el pulpo, “Pues esto, en miña terra, se come en platos de boj y con palillos, pan de cea y vino de Ribeiro” decía mi abuelo Cesáreo “el Tata” que había dejado su aldea, allá por 1914, fecha en que conoció "la Mar".
A los Madrid les gustaba mucho el pulpo, así que cuando, la Pita, lo cocinaba siempre el Tata llevaba una sopera olorosa para los tíos, “los muchachos”, los llamaba él.
- ¡Que panzada! Nos vamos a dar hoy Don Cesáreo, decía tía María.
- “A vuestro provecho hija… y con saúde, con saúde , Negrita” decía el abuelo.
Otro día cualquiera, aparecía la Pita con una fuente llenita de “torrijas”, aún tibiecitas
- me dijo Cesáreo que a usted le gustan Negrita, son más ricas calentitas, prenda el horno Negrita y déjelas con la puerta entreabierta, así se mantienen a temperatura para cuando lleguen los muchachos
- Gracias Doña Mercedes, pero ni tiempo les voy a dar decía María, siempre jaranera.
Cuando llegaba diciembre yo entraba con el primer ramito de jazmines que la abuela Pita mandaba a María, para la foto de los abuelitos Isabel y Bernabé, “pimpollos” por que a Tío Mochi le gustan más… y el Tata cargaba la bolsa con ciruelas "amarelas" que había recogido al atardecer, siempre para “los muchachos”.
Fuimos una familia sin alambrados, diría mi padre, compartíamos todo, menos el Diario, el abuelo, socialista confeso, pero, leía La Prensa, en casa se leía La Nación. Para cuando la guerra civil, que desangró a España, se desataba, Don Cesáreo Fernández, ya llevaba más de veinte años en el país, por entonces, también leía Critica; lo que había ahorrado para volver a su tierra, lo destinó a comprar el terreno, donde más tarde, se levantó la casa en la que hoy vivo, el resto, lo entregó para la causa republicana. Por aquellos años la única familia que tenía aquí, era la que había formado con mi abuela, algún sobrino llegaría después de la guerra. Eso sí tenía montones de amigos, algunos famosos jugadores de fútbol como Cherro, Lorenzo y otros que ahora no recuerdo. Cuando llegaron Los Muchachos Madrid, pasaron a se parte de ese pequeñísimo circulo familiar… y se quisieron y se respetaron por siempre.
- ¿Volver?... respondió, un mañana, después que había muerto Franco y ante la pregunta de tío Mochi, que se preparaba a cortarle el pelo, todavía con reflejos pelirrojos, en la fresca galería de su casa, aquí en Banfield
- a miña terra esta abonada con sangue dos meus irmáns, volver, non, pero seguira sendo miña terra, ata máis alla da miña morte ¿comprendes?
Tío Mochi siguió con los preparativos, tratando de ocultar la desolación, que habían producido en él, aquellas palabras dichas en una lengua antigua.
- ¡Claro, que había comprendido, decía tío Mochi cuando se lo contaba, después de muerto el abuelo, en la cocina de nuestra casa de Guido a Don Abel Cepeda, pero a decir verdad lo ayudo la Pita, que desde la cocina donde prepara el almuerzo, tradujo:
Mi tierra esta abonada con sangre de mis hermanos ¿volver? no, pero seguirá siendo siempre mi tierra, más allá de mi muerte.
Como pueden ver me formé en extensión de pampa y magia de bosques y de mar, de ese mar, ausente en Ourense, pero por el que habían llegado los abuelos, cada uno a su turno. Ese mar, que yo sin conocer en mi infancia, adivinaba encrespado, cuando mi abuela me contaba historias de “Mariñeiros” que a ella le había contado su mamá, en esos relatos, la Pita, “falaba en galego” y yo, la escuchaba fascinada.
A la monotonía de vidalitas y milongas, se coló, un día, la música de las gaitas y los panderos, y desde entonces no deje de reclamar las castañuelas, que me regalo mi abuela, ¡a fuerza de pedirlas tanto! Aquí están, en silencio, ahora, colgadas de un ganchito.
Y fue una tarde cuando, María, mi tía, me presto unas faldas, improvisamos los mandilones, un par de zamancas y salimos al ruedo bailando, jotas, muñeiras y fandangos, “O que se herda non se rouba” decía mi abuelo Cesáreo, contento, disimulando la emoción, ante el espectáculo que “los muchachos Madrid” habían preparado para agasajarlo, agradeciendo una fuente de Pulpo, Ciruelas, Torrijas, Jazmines o alguna otra atención del Matrimonio Fernández-Pérez. Entre el publico estaba mi primo, Tuly Madrid, siempre era una fiesta tenerlo en casa, ese día alentaba en primera fila, sentado en la punta un banquito descuajeringado.
Ya en el final yo, “declame”, como estaba previsto, unos versos que había practicado durante la siesta con tía María, Tío Loro anunció “Los Robles” de Rosalía de Castro y yo arranque:

¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!

Tuly aplaudía a rabiar y me alentaba a seguir ¡Otra Gesio, Otra! Yo, confieso, me agrandé, y para el asombro de la concurrencia dije lo que oía decir a mi abuela Pita, cuando falaba en galego Adeus ríos / Adeus fontes,/Adeus regatos pequenos /Adeus, vistas dos meus ollos /Non sei cando nos veremos.

Y bueno… fue una ovación tan grande, que el banquito “descuajeringado” donde estaba sentado mi primo, se rompió, a causa de tanta algarabía, y Tuly, desparramó sus largos huesos por el piso… los versos de Rosalía, fueron dichos, en cuanta reunión había.

Ustedes se preguntarán ¿que tienen que ver estos recuerdos, con el pueblo de General Guido? ¡Tienen, y mucho! Para unos carnavales, los tíos Madrid, decidieron que llegaríamos al Club Cultura disfrazados y así fue, ataviado con ropas típicas, el conjunto folklórico gallego, "Os Nenos Da Terra", hizo su entrada en el Centro Recreativo Cultura ¿te acordás Marilu?, vos también fuiste de la partida, entramos cantando: Ollos verdes son traidores, / azules son mentideiros, /os negros e castañados firmes son e verdadeiros. / Os ollos dos meus amores esos son os verdadeiros. / Na veira, na veira, / na veira do mar / hay una lanchiña pra ir a navegar / pra ir a navegar, pra ir a navegar, / na veira, na veira, na veira do mar.
Y si no hubiera sido por mi cincuenta por ciento Galego “Os nenos” no hubieran pasado por Guido .
¡Cuánto nos divertíamos, en aquellos carnavales! No hay fotos, ¡que pena!

Pero… Mi tía Maria, la negra Madrid, dejo escrito algo recordando, otros, carnavales, y si guardó fotos, que yo rescato para ustedes, ¡que lo disfruten¡ tanto, como yo me alegre recordando estas anécdota que acabo de contarles.
En las fotos tía María y creo reconocer a su amiga Irma Torme de Villar, (Gallega, te quiero, un beso grande para compartir con los tuyos) las otras, no las identifico, pero alguien en Guido, podrá hacerlo, me justaría saber sus nombres.

Escribió tía María en su cuaderno Laprida:
El Agua mansa en los tachos, prolijamente alineados, espera. En tus calles polvorientas se despereza la siesta de febrero, tras los postigos se adivinan los ojos que miran, espían, esperando la señal primera. Pronto, el silencio se rompe y un murmullo creciente se escapa de los zaguanes vecinos. Alguien ha salido a provocar, mirando con el rabillo del ojo, la esquina, donde los muchachos van llegando con sus recipientes llenitos de agua fresca, al grito de ¡Aura! comienzan las primeras escaramuzas, el aire se llena de olor a la tierra mojada con los primeros gotones que caen de los tachos, los combatientes vamos ganando posiciones estratégicas, en las calles de mi pueblo se desata el carnaval. Las ropas se pegan al cuerpo, las alpargatas pesan, la calle se llena de risas y gritos, durante esta hora, la batalla del agua es protagonista, después vendrá el descanso, y los preparativos para el baile. Baile de disfraces, alegres mascaritas, que como en el tango, gritan al pasar, ¡A que no me conoces!, y disparan escondidas detrás de la grotesca careta. Viene a mi memoria el recuerdo de aquella mascara chambona, que en la esquina de la Plaza al cruzarse con un grupo de señoras, entre las que se encontraba su madre dirigiéndose a ella, pregunta ¡a que no me conoce mama! y en medio de estridentes carcajadas, todos sus compañeros descubiertos, corren buscando en el amparo de la oscuridad de la noche un lugar donde cambiarse, ¡por lo menos las caretas! y así poder regresar, al baile.
Carnestolendas, tres días para el derroche de alegrías, en esta antigua fiesta pagana, donde el amor juega su juego oculto tras el negro antifaz.
Alguien la descubrió, grita su nombre, y ella, “mascarita alocada”, se pierde entre la gente, en una nube de papel picado y serpentinas mientras las parejas en el salón del Recreativo Cultura, dibujan círculos concéntricos al compás de un pasodoble... “Pisa morena, pisa con garbo que un relicario, que un relicario te voy a hacer..." Carnavales de Guido, nunca iguales, nunca, a otros, parecidos. Ofelia Madrid (Negra)
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).