domingo, 28 de septiembre de 2008

Gato y Mancha


Ellos son mis dos caballitos de porcelana, muy pero muy antiguos. Nunca, los pierdo de vista. De chica, vidrio por medio, entre las copas del aparador, en el comedor de la casa de mis tíos; los caballitos de “loza” como los nombraba tía María, Gato y Mancha como los había bautizado yo, me esperaban “ramoneando”
-¿Qué hacen los caballitos María?
-Ramonean... “Cuando seas grande, te los voy a regalar”.
Y un día me los regaló. Son tuyos dijo, y yo me angustié, igualito que ésta mañana, cuando florero en mano, atropellada como de costumbre, pasé por arriba de mis caballitos, con las rosas, y casi que los pierdo. Pasado el sofocón, el sutil perfume de mis rosas me recordó “el cuento de verdad”. Ese relato que tanto le gustaba a mi primo Tuly.
Un, ¡dale Sigesio, (sólo él podía llamarme así) contá la historia de Gato y Mancha!, era suficiente para que yo iniciara el relato.
“Había una vez dos caballitos criollos, uno bayo oscuro, el otro overo manchado. Los abuelos, de ellos, de los caballitos, vinieron desde sur, donde hace mucho pero mucho frío. Un día, cuando eran ya grandecitos se fueron con un señor que se llamaba “Chifle” galopando, galopando con rumbo norte y llegaron a Nueva York. Mancha llegó a Nueva York, porque Gato se enfermó y tuvo que quedarse en otro país, pero no te pongas triste, lo cuidaron bien; escucha que sigue.
Tardaron como más de mil días pero ¡al fin llegaron!, porque eran criollos de ley. Mancha camino muchísimo, pero Gato también, pobrecito amigo, camino muchas “lenguas”. Después volvieron juntos “Chifle”, Gato y Mancha en un barco “grandioso” entonces, los llevaron de nuevo, a ver a su familia, mamá, papá y hermanos a la Estancia El Cardal, en Ayacucho.
- ¿Sabes dónde queda?
- ¿Nueva York? Preguntaba Tuly, que conocía bien la respuesta
- No, Ayacucho.
- ¿Dónde?, querida intervenía tía María
- Queda pegadito a Guido y tiene una placita con rosales, los más lindos y perfumados, que nunca, “jamás de los jamases” oliste.
-No seas bolacera Gesio, si vos no fuiste a Ayacucho.
-Yo no, pero mi papá sí, y él me lo dijo… y me va a llevar un día.
-¡Por supuesto que te va a llevar! sentenció tía María . Seguí con el cuento, querida.
-No, no es un cuento, no te dije pero que es de verdad. Me lo contó mí papá cuando fuimos a Lujan.
-¿A cuántas “lenguas” quedará Lujan, Sigesio? me interrogaba Tuly

Cuando iba a responder Tía María se interpuso:
-¡Si serás chiquilín, caracho!
-Seguí nenita, seguí con el relato, que es muy lindo.
-Mira que es triste eh! si te cuento lo que pasó, ¿no lloras?.
-Prometido, no lloraré, contame.
-Un día el señor “Chifle” fue de visita a El Cardal y silbo en la tranquera… y Gato y Mancha corrieron a saludarlo, relinchando de alegría. ¿Te gustó?
-¡Me encantó!, es un cuento de verdad, y es hermoso.
-Viste, dice mi papá que ellos no se habían olvidado del señor “Chifle”, él era su amigo, a los amigos no se los olvida nunca, “jamás de los jamases” .

-¿Y vos Sigesio cuándo viste, a Gato y a Mancha?. insistía Tuly
- Cuando fui a Lujan te dije… Pero ellos no están, porque están en los campos de Tata Dios, dónde van a descansar los caballitos cuando se hacen viejos.
-Entonces, no los viste.
-¡Sí, los vi! Tuly… pero no los vi "ramoneando". Pero los vi, son de maderita, están quietitos así y me quedaba en posición de estatua, (copiando la miniatura de porcelana, que me esperaba en el aparador del comedor) mientras “ramoneaba una masita”.
Tuly me pedía que repitiera la historia una y otra vez, hasta que una tarde descubrí el por qué de tanta aceptación.
“Chifle” no se decía así y la distancia recorrida eran leguas y no “lenguas” eso era el motivo por el cual mí querido primo, con su voz aguardentosa pedía:
-¡Dale Sigesio! contá el cuento de verdad, otra vez
-¡Chiquilin!, inolvidable y querido ¡chiquilín!

Mis caballitos de porcelana están sanos y “paciendo”, el cuento de verdad, a salvo del olvido y mis rosas… no serán aquellas de la Plaza San Martín de Ayacucho, pero perfuman.

¡Ah!, y la foto, la tomé con mi celular y hasta aprendí a subirla a Internet, ¡toda una hazaña!, insignificante si la comparo con las leguas recorridas por Gato, Mancha y Aimé Félix Tschiffely.

http://www.ayacucho.mun.gba.gov.ar/turismo/gatoymancha.php

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).