domingo, 26 de agosto de 2007

Sumándome al recuerdo...

Hice una larga pausa después de recordarlo, tragué saliva, enjugué una lágrima y cerré los ojos, lo vi, sentado a la mesa de casa alguno de los tantos sábados que iba a almorzar con Macacho, contando sus anécdotas, todos en silencio, escuchando con admiración tanta experiencia y tanta entrega... luego venían las risas, de la mano de las anécdotas de Parroca, que había trabajado con Tota y fue como de la familia para los Stea.
Pancho estuvo en algunos de los momentos más lindos de mi vida, cuando me recibí de maestra me regaló una agenda negra que todavía atesoro junto a una hermosa dedicatoria, allá por sus últimas épocas de doctor, y lo quise siempre como a un abuelo porque fue el que trajo a mi papá al mundo.
Pancho también estuvo en mis momentos de dolor, cuando a mi viejo le tocó partir, ahí estaba, con la palabra más precisa y la mirada más tierna, con sus explicaciones simples sobre las cosas más complicadas. Y también estuvo para coserme ese día que me mordió el perro, ¡me hizo una estética!, hoy miro las heridas y ni se notan, y recuerdo su mirada madura, en el primer consultorio de la Sala, mientras enhebraba la aguja de suturar con su paciente forma de trabajar, esa tranquilidad propia de los que saben lo que hacen.
Pancho no escuchaba bien, es cierto, pero yo llegué a pensar que podía leer el alma, él sabía lo que a uno le pasaba y tenía el remedio para todo, o casi todo, y si no lo curaba, por lo menos lo aliviaba.
Su responsabilidad y su entrega lo guardaron en mi corazón como un modelo a seguir, habitualmente lo recuerdo y lo pienso, se me vienen a la memoria algunas frases muy puntuales, algunos tonos de su voz y alguna mirada desde sus ojos cristalinos, llenos de ejemplo, saturados de historia, ricos de sabiduría y colmados de amor por los demás.
Lamentablemente, Pancho no tuvo la vejez que merecía, de haber sido por mi, lo hubiera conservado en una cajita de cristal, pero las instituciones son injustas y algunos hombres también, su espíritu de lucha y de servicio no claudicó hasta los últimos instantes, su ideología siempre estuvo intacta, Pancho mereció más, de alguna manera alguien debería haberle devuelto todos los pedazos de vida que dejó en el camino en pos de la vida de los demás. De alguna manera, Pancho mereció un lugar mejor. Pero como por suerte todavía nos queda la memoria, todos los que realmente lo valoramos podemos eternizarlo como ejemplo en el corazón del pueblo al que entregó su tiempo y sus virtudes, al que volvió cuando venía volviendo y al que lo seguirá cobijando en el latir de algunos corazones memoriosos.
Vaya un abrazo imaginario para Pacho Stea, un hombre que jamás voy a olvidar, un abuelo que me regaló la vida.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).