miércoles, 2 de julio de 2008

Los Fernández Perez

Desde que puedo recordar lo escuche decir “voy a morir después que ellos”. En abril se cumplieron treinta y un años de su muerte, sesenta y cinco años llevaba en la argentina; dos años que Francisco Franco había muerto en España; tres que Juan Domingo Perón había muerto en Argentina. “Ellos”, eran ellos, “los Tiranos”, así los nombra este gallego socialista que llegó al país en 1910, que estaba aquí cuando la guerra civil se desato en su tierra. No volvió, “no mientras el caudillo fuera más nombrado que Rosalía de Castro”. No hubo después, su enfermedad se lo impidió. En 1962 había sido operado de un cáncer de colon de muy mal pronóstico, pese a todo durante quince años la peleó día a día, nadie lo podía creer, pero fue así.
Nunca se nacionalizó, “naci galego, galego he de morir”… Por linea paterna soy Fernandez Cibeira por madre Gonzalez Gonzalez. embarque en Vigo el 30 de noviembre de 1909 y aqui estoy...
A este país le dio sesenta y nueve años de su vida, dos hijos, cuatro nietos, cincuenta años de trabajo ininterrumpido en la Cervecería y Malteria Quilmes. Este Gallego, nacido en en1890 en Piñor en una aldea (asi decia él) llamada Outeiro de Torrezuela en Ourense, la única provincia mediterránea de Galicia. Ese "galego" fue mi abuelo materno Don Cesáreo Fernández Gonzalez
Aquí siempre hablo de los Madrid pero sin este otro 50% Fernández Pérez, yo no sería.  Así que hoy busco fotos de mi parte Fernández mientras cuento algunas anécdotas, las que no conté, por que si me han leído sabrán que he nombrado a mis abuelos maternos. La Abuela Pita, Mercedes Pérez y, el Tata, Cesáreo Fernández.
Entre todas las fotos, en algunas estamos mi hermano y yo, más yo que mi hermano seguramente es que fui la primera… también la consentida de ésta hélice de ADN.
Don Cesareo lo llamaban en el barrio, el gallego Fernandez en el grupete de amigos entre los que se encontra Cherro  "Cherrito" el Jugador de Boca.       
Yo lo llamaba Tata, le falta el dedo anular de la mano derecha, accidente laboral, cargaba cajones cuando el camión arrancó, nadie lo escucho gritar, eso no fue impedimento para seguir trabajando. No falto un solo día a su trabajo, cuando volvía dormía una siesta, controlaba la quinta y después salía a reunirse con sus amigos, muchos tantos que se me olvidan los nombres, Villanueva,  Lorenzo, Don Vázquez.
Fanático del fútbol, mi madre dice que era de Boca y si ella lo dice… yo lo recuerdo como “El hincha” de Banfield, no faltaba ni a los entrenamientos, prendido de alambrado detrás del arco allí estaba el Tata de saco, moñito (pocas veces usaba corbata) y sombrero o gorra, cuando saludaba se descubría y hacia girar el sombrero en la mano mientras conversaba. Recuerdo cuando José Sanfilippo, “el Nene” llegó al Taladro, si no había goles el abuelo sentenciaba, con la cara bordó, disfónico
– Ya lo digo yo me cajo (no es un error, así sonaba) en Diez, que ponemos una fábrica de sombreros y allí los niños sin cabeza joder!
Si Banfield perdía, el abuelo pasaba por la vereda de enfrente de casa.
- Allá va Don Cesáreo masticando el freno decía mi papá.
Por la tardecita llegaría como de costumbre a tomar mate en casa y a comentar con tío Mochi “lo mal que se habían parado los muchachos en la cancha”. Por entonces no se jugaba de noche. Cuando Banfield inauguró las torres de iluminación 1968/69 -por allí tiene que haber sido-, lo hizo con un partido muy especial El Taladro recibió a Estudiantes de la Plata. Fuimos todos y cuando digo todos, todos. Esa mañana había llegado otro Madrid, tío Rogelio desde Tandil. Las parcialidades estaban muy inclinadas hacia “los pinchas”. Nos ubicamos donde estaba la vieja tribuna de madera. El tata en el segundo tiempo abandonó su lugar en la platea y vino hacia nosotros. Me puso la gorra en la cabeza y le dijo a Tía María
- Mirá tú Negrita que lindo el césped iluminado, no creí que iba a verle.
Después volvimos todos a casa a comer una picadita criolla, con salame y queso que había traído Rogelio desde Tandil, el Tata pasó por el almacén de Don Vazquez y trajo el Cinzano.
Antiperonista “acérrimo” así se definía el abuelo. Contaban, los que bien lo conocian, que el 17 de octubre del 45 en el Depósito que la Cervecería Quilmes tenía sobre la calle Brasil, él solito, echó el cerrojo al portón, se paró en el anden de la dársena donde cargaban los camiones  y les dijo a los empleados –“si queréis ir Ala!! Pero los camiones no se mueven de aquí”.Uno de aquellos trabajadores que no fueron a Plaza de mayo le contó asi esta anécdota a mi papá:
- Había que ver aquello, el gallego parado junto al portón esperó a que saliera el último operario, volvió a su oficina y cuando se cumplió el horario salimos para Plaza Constitución. Para regresar a Banfield tuvimos que hacerlo caminando por que no había como viajar.Fue en es misma calle Brasil en la que contaba  cuando vio cómo sacaban el cajón con los restos mortales del presidente Hipolito Yrigoyen aquel 6 de julio de 1933.
–“¡A Pulso, A Pulso! gritaba el gentío, yo he oído ese grito, era una mar la gente. Unos años antes asistí en esa misma calle a un espectáculo infame. Vi con estos, mis propios ojos, las pobres pertenencias de aquel Presidente, chamuscadas por el fuego.¡Infames,ignorantes!. Sabe usted Madrid (le decía a mi padre) yo siempre he seguido las ideas de Alfredo Palacios, un crítico de Yrigoyen pero no dejo de reconocer que Yrigoyen fue un republicano, un demócrata. Lo que siguió fue la tiranía”
Mi abuela era muy religiosa, mi abuelo anticlerical pero sin dudas me quiso mucho porque aceptó ser mi padrino de bautismo y el 30 de octubre de 1952 en la parroquia de la Sagrada Familia de Banfield el Padre Virano me desendemonió… a medias.
Aquí estamos el día que cumplí mi primer año. Papá, la Pita, el Tata, Mamá. ¿la muñeca? ¡Yo! y les aseguro que sigo asi de linda.Siete años después en Punta del Este Uruguay. Papá, Mamá, mi hermano, la que suscribe y el tata Cesáreo con el sombrero en la mano, éste viaje merece un capítulo aparte.

Ya les hablé de morriñas y saudades en alguno de mis primeros posteos, les prometo seguir contando más de esta enorme galleta de hilachas que en definitiva somos. Continuará...
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).