jueves, 9 de octubre de 2008

Respondiendo al pedido de Darío, aquí está

El Pucheto

“Estaban reunidos Alipio Somoza, Juan Inés Bergallo, Doroteo Bastidas, Claro Trujillo, Cristodómico Losada y Santos Argüello.
Y, de repente, Alipio empezó a contar de un perro que tenía:
-Le puse e’nombre El Pucheto. ¡Ej una tremendidá e’ voluntario p’al trabajo! Ucasione tengo miedo e’ que le dea una quebradura o una tis e’todo lo qui hace, alma e’Dió.
Corre a las comadrejas ‘el gallinero, espanta a los chancho cuando agarran p’al galpón del máiz, acarrea agua hajta que enyena eñ barril bien enyenado, agarra e’sopetón a los sorriyo y loj desnuca ante que hiedan, junta güevo…
Claro Trujillo, desenvainó la bombilla de la jeta, para preguntar asombrado:
-¡Güevo junta!
Orgulloso de El Puchero, reafirmó Alipio:
-¡Güevo, sí señor! Y loj trae todito pa las casas, sin romperlos ni tentarse. A má, me priende el malacara al surky, lava la ropa, ordeña; cuando hay un animal agusanao él, no sé con que tejemaneje, le hace cáir la gusanera; se me cae un botón e’ la bombacha y…
Áhi ta él, con hilo y áuja pa cosermeló. De onde haiga una yerra me lo piden pa hacerlo hacer el asao. Junta los choclo. ¿Ujtede habían óido e’ un perro que juntara choclo? Güeno: El Pucheto, junta.
Todos movían las cabezas, admirados. Y Alipio siguió:
-Ceba mate. Cuando anochece va, sin que e le mande, y priende el farol. Una preciosura ese perro, mire. Duerme en la pieza al laó e’ la mía, y si de noche oye que me muevo, viene en seguidita a ver si priciso algo.
Y, entonces, Cristodómico Losada, que medio le tenía inquina a Alipio, se le acercó al oído a Juan Inés Bergallo y, despacito, le dijo:
-Hast’ àura todo diba bien. Pero yo sabía que nu iba’acabar sin decir un embuste: tiene una sola pieza en la casa. Y él, todo pa hacerse ver, sale con que El Pucheto duerme en la de al lao…”

Wimpi. Los Cuentos del Viejo Varela.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).