Termina octubre, fue en octubre que llegué a la familia. Nací en octubre, por eso amo la primavera, además fue en este mes cuando me bautizaron en la Iglesia de la Sagrada Familia de Banfield, “el mismo día del cumpleaños de la Pita, abuela y madrina. Todavía conservo la medallita de la Virgen de Lujan que atestigua el acontecimiento… Hoy cuando todos o casi andan disfrazados festejando Noche de brujas, yo me refugio aquí para compartir con ustedes este recuerdo. Desde aquel 30 de octubre de 1952, por que no decirlo, veinticuatro días tenía yo cuando el Padre Virano la bendijo y se la entrego a mi abuela y ella la colgó de mi cuello. Por siete años la medallita permaneció allí, hasta que una tarde, mientras mi mamá me “emperifollaba” para una salida de domingo, pegó un grito y en tono acusador afirmó ¡Perdiste la cadenita!.
La casa se revolucionó. Yo no había perdido nada, a lo sumo se había desprendido del cuello y por ley de gravedad fue descendiendo.
- ¿Dónde la perdiste? Interrogaba mi madre mientras revisaba “las pilchas del interior” como las nombraba risueño mi papá.
Yo lloraba y me atajaba con el consabido no hice nada, pero Merceditas estaba fuera de sí… Todos buscaron aquella tarde inútilmente la medallita de la Virgen de Lujan y cuando digo todos son todos, los tíos, mi prima Myrtha, mi hermano, mi abuelo Cesáreo y hasta los vecinos. Pronto el barrio supo que yo, según mi madre, claro está, había perdido la medallita de mi protectora, la Virgen de Lujan y durante semanas, meses, años escuche la historia del viaje al Santuario, en respuesta de un problema de salud… “eras chiquita el médico no llegaba, estas muy mal, y para colmo se corta la luz, en la oscuridad la medallita alumbraba…en ese momento llegó la enfermera con el suero y con ella el Dr. Alende, cuando amaneció respirabas tranquila y la medallita seguía brillando… cuando subíamos las escalinatas de la Iglesia, para agradecer por tu recuperación… te pusiste la medallita en la boca, tratamos de quitártela pero la apretabas más y más fuerte con los dientes. Desde entonces y hasta que la perdiste (insistía Mechita) siempre la estabas mordisqueando a eso se debe la marca, justo sobre el centro de la imagen.
- Si la encuentra usted, Doña Dora, usted Emilia, Teresa, Doña Aida, ya saben… esa medallita es muy importante para nosotros, mucho se lo vamos a agradecer”, mi padre tenía la costumbre de hablar en plural. “Es la medallita que perdió Liliana”, aclaraba mi mamá, El tiempo pasó, el tiempo no se detiene, y menos para buscar objetos perdidios. Ya sumaban siete los años y el olvido parecia haberse apoderado de la medallita y también de la culpa que yo sentía por “haberla perdido” cuando ocurrió el Milagro.
Un domingo de Ramos de 1966, mi padre rastrillaba mansamente, el rescoldo de una gran fogata que por varios días había ardido en los fondos del terreno de nuestra casa, comenzarían, las excavaciones para los cimientos de la casa que en esa fracción del lote levantarían los tíos. Papá separaba, prolijamente, los alambrcitos humeantes aún, las latitas de conservas de los vidrios y subía los primeros a la pala ancha para descargarlos en una lata cuadrada que mas tarde sacaría para el botellero, que pasaba los domingos por la tarde y “compraba”, sí, por entonces compraban, diarios, botellas, trapos viejos y alambres; cuando la pala hundió en la lata el contenido, por entre la nube gris, tibia y redonda que se originó, escapó un rayito de luz, muy brillante que se clavo en mi mano contaría más tarde mi padre, eso lo hizo volver a la lata y mirar en su interior… nada, sólo un manojo de alambres retorcidos humeando, volvió con la siguiente carga y al volcarla, otra vez por entre la niebla gris que emergía de la boca de la lata el rayito de luz brillante en su mano. Curioso, volcó el contenido aún tibio y rodilla en tierra comenzó a remover con un palo hasta que dio con la lucecita, o ella se dejo encontrar. En un alambre de fardo atada fuertemente a ese cachito de alambre estaba aquel brillito…lo frotó con fuerza sobre la manga de su camisa y para su asombro la chapita tenía una marquita, igualita a… no había dudas, la acaricio suavecito y la pequeña imagen asomó limpia como si el tiempo no hubiera pasado, brillando en el tenue sol de aquel domingo de ramos. La primera en saber del hallazgo fue nuestra vecina Teresa, ella estaba en su patio, cortando las ramas del olivo que llevaría a la misa, y a su regreso, como era su costumbre, repartiría entre los vecinos. Nos separaba entonces un cerco de alambre que en los veranos se teñía de flores amarillas, de alverjillas y madreselvas, pero era otoño y sólo verdeaba el inmenso laurel que marcaba el limite de ambos lotes y el verde acerado del viejo olivo, entre ambos el alambrado romboidal. ¡La medallita, apareció la medallita! Contaba Teresa que oía decir a mi padre mientras caminaba, bordeando el alambre y sujetando su mano lo que parecía un alambre viejo y retorcido. ¡Apareció, sí apareció la medallita! Bajo el agua de la canilla terminó de limpiarse, la fina cadenita estaba tan anudada al trocito de alambre que llevo muchas horas de dedicación su remoción . Todos pendientes y cuando digo todos son todos… parientes, vecinos todos. Cuando la tarea culminó hasta el broche estaba intacto. Yo desperté aquella mañana, en medio del barullo, mi padre, estaba feliz, “no se si es un milagro, sé que no quería irse de esta casa”… dijo y la depositó en mi mano...y mamá subrayó “no la vuelvas a perder”.
Aquí está, con la marquita de mis dientes intacta, en el reverso se lee LIM.30/10/52 es mi medallita, ¡la que no perdí, por un milagro.!
- ¿Dónde la perdiste? Interrogaba mi madre mientras revisaba “las pilchas del interior” como las nombraba risueño mi papá.
Yo lloraba y me atajaba con el consabido no hice nada, pero Merceditas estaba fuera de sí… Todos buscaron aquella tarde inútilmente la medallita de la Virgen de Lujan y cuando digo todos son todos, los tíos, mi prima Myrtha, mi hermano, mi abuelo Cesáreo y hasta los vecinos. Pronto el barrio supo que yo, según mi madre, claro está, había perdido la medallita de mi protectora, la Virgen de Lujan y durante semanas, meses, años escuche la historia del viaje al Santuario, en respuesta de un problema de salud… “eras chiquita el médico no llegaba, estas muy mal, y para colmo se corta la luz, en la oscuridad la medallita alumbraba…en ese momento llegó la enfermera con el suero y con ella el Dr. Alende, cuando amaneció respirabas tranquila y la medallita seguía brillando… cuando subíamos las escalinatas de la Iglesia, para agradecer por tu recuperación… te pusiste la medallita en la boca, tratamos de quitártela pero la apretabas más y más fuerte con los dientes. Desde entonces y hasta que la perdiste (insistía Mechita) siempre la estabas mordisqueando a eso se debe la marca, justo sobre el centro de la imagen.
- Si la encuentra usted, Doña Dora, usted Emilia, Teresa, Doña Aida, ya saben… esa medallita es muy importante para nosotros, mucho se lo vamos a agradecer”, mi padre tenía la costumbre de hablar en plural. “Es la medallita que perdió Liliana”, aclaraba mi mamá, El tiempo pasó, el tiempo no se detiene, y menos para buscar objetos perdidios. Ya sumaban siete los años y el olvido parecia haberse apoderado de la medallita y también de la culpa que yo sentía por “haberla perdido” cuando ocurrió el Milagro.
Un domingo de Ramos de 1966, mi padre rastrillaba mansamente, el rescoldo de una gran fogata que por varios días había ardido en los fondos del terreno de nuestra casa, comenzarían, las excavaciones para los cimientos de la casa que en esa fracción del lote levantarían los tíos. Papá separaba, prolijamente, los alambrcitos humeantes aún, las latitas de conservas de los vidrios y subía los primeros a la pala ancha para descargarlos en una lata cuadrada que mas tarde sacaría para el botellero, que pasaba los domingos por la tarde y “compraba”, sí, por entonces compraban, diarios, botellas, trapos viejos y alambres; cuando la pala hundió en la lata el contenido, por entre la nube gris, tibia y redonda que se originó, escapó un rayito de luz, muy brillante que se clavo en mi mano contaría más tarde mi padre, eso lo hizo volver a la lata y mirar en su interior… nada, sólo un manojo de alambres retorcidos humeando, volvió con la siguiente carga y al volcarla, otra vez por entre la niebla gris que emergía de la boca de la lata el rayito de luz brillante en su mano. Curioso, volcó el contenido aún tibio y rodilla en tierra comenzó a remover con un palo hasta que dio con la lucecita, o ella se dejo encontrar. En un alambre de fardo atada fuertemente a ese cachito de alambre estaba aquel brillito…lo frotó con fuerza sobre la manga de su camisa y para su asombro la chapita tenía una marquita, igualita a… no había dudas, la acaricio suavecito y la pequeña imagen asomó limpia como si el tiempo no hubiera pasado, brillando en el tenue sol de aquel domingo de ramos. La primera en saber del hallazgo fue nuestra vecina Teresa, ella estaba en su patio, cortando las ramas del olivo que llevaría a la misa, y a su regreso, como era su costumbre, repartiría entre los vecinos. Nos separaba entonces un cerco de alambre que en los veranos se teñía de flores amarillas, de alverjillas y madreselvas, pero era otoño y sólo verdeaba el inmenso laurel que marcaba el limite de ambos lotes y el verde acerado del viejo olivo, entre ambos el alambrado romboidal. ¡La medallita, apareció la medallita! Contaba Teresa que oía decir a mi padre mientras caminaba, bordeando el alambre y sujetando su mano lo que parecía un alambre viejo y retorcido. ¡Apareció, sí apareció la medallita! Bajo el agua de la canilla terminó de limpiarse, la fina cadenita estaba tan anudada al trocito de alambre que llevo muchas horas de dedicación su remoción . Todos pendientes y cuando digo todos son todos… parientes, vecinos todos. Cuando la tarea culminó hasta el broche estaba intacto. Yo desperté aquella mañana, en medio del barullo, mi padre, estaba feliz, “no se si es un milagro, sé que no quería irse de esta casa”… dijo y la depositó en mi mano...y mamá subrayó “no la vuelvas a perder”.
Aquí está, con la marquita de mis dientes intacta, en el reverso se lee LIM.30/10/52 es mi medallita, ¡la que no perdí, por un milagro.!