miércoles, 2 de abril de 2008

Aquellas Cartas.

De la mañana a la noche. / De la noche a la mañana /En grandes olas azules /Y encajes de espumas blancas /Te va llegando el saludo / Permanente de la Patria / Ay, hermanita perdida. / Hermanita: Vuelve a casa. La Hermanita Perdida. Atahualpa Yupanqui. Paris, octubre de 1971.-

Estos versos de Yupanqui publicados en el año 1972, en su libro Coplas del Payador Perseguido vinieron a mi memoria hoy, cuando escuche que soplaba viento del sudeste, desde Malvinas pensé... y volví a aquella mañana de hace 26 años.
Entonces, yo, trabajaba en el Edificio Libertad sede del COAR, y como todos -el que diga que no miente - me alegre cuando escuche que alguien decía mientras ascendíamos las amplias escalinatas del Libertad, ¡Estamos en Malvinas!
La mañana transcurrió entre caras felices, sonrisas robadas al pasar, pulgares levantados; yo quería regresar a mi casa, para compartir con los míos esa alegría. Dentro de tanta sordina, de tanta tristeza, de todo el miedo agazapado, durante esos años, por segunda vez el optimismo se había derramado en las calles de Buenos Aires, de todo el País. ¡Estábamos en Malvinas! Con el paso de los días, esa alegría comenzó a languidecer; y fue otra mañana, cuando sentada a una larga e improvisada mesa de trabajo junto a otras personas, al leer la primer carta que llegó a mis manos, definitivamente se extinguió.
Yo tenía veintinueve años, hacia poco más de cinco que había dejado mis estudios de Derecho, con la promesa de regresar. Cuatro habían pasado del mundial setenta y ocho, el mundo se disponía a disfrutar las habilidades de Maradona en el Mundial de España; en julio, mi hija, cumplía cuatro años. En mi casa hacia tiempo habíamos abandonado las discusiones políticas, para alivio de mi padre, hablábamos en voz baja, por lo tanto cuando se me pidió reserva sobre las tareas que realizaríamos puertas adentro de aquella oficina, obedientemente hice mutis. Durante esos meses por mis manos pasaron cientos de cartas, miles de palabras que iban y volvían desparramando ternura, humedecidas por las lágrimas y con olor a miedo. Las guerras siempre nos fueron lejanas, esta no sería la excepción.
El reglamento no dejaba lugar a dudas, la correspondencia que iba dirigida al frente, al igual que la que volvía debía ser leída, clasificada, para que “el enemigo” no recibiera información; ayudabamos así a que “el Soldado” no fuera afectado por otro sentimiento que su incondicional amor a la Patria. Desde fines de abril, cuando la primera saca con correspondencia remitida desde el correo central quedó desparramada sobre la larga mesa, lei, a tache y muchas veces agregue en el sobre, antes de cerrarlo, con la cinta de papel color marfil con las letras azules de Armada Argentina, una hoja blanca, sin membrete, donde yo, le escribía a ese soldado, del que sabía más, de lo que él podía sospechar. Sí, yo, sabia por ejemplo que su novia estaba embarazada, él no, quiza no lo supo nunca. Yo estaba al tanto que su mamá había sufrido un ataque de presión, que estaba mejor; que su abuelo había muerto… Sabía, yo sabía y no dejaba que ellos supieran
Volvía a casa sin ganas de hablar, mi padre, pendiente de las noticias, preguntaba, ¿ que se dice por allá?, ¿Cómo van las cosas?...yo le mentía igual que cuando le decía que retomaría mis estudios de abogacía.
La mañana del 2 de mayo, en esa oficina inundada por la luz de los tubos fluorescentes, fuimos los primeros en saber que el Crucero General Belgrano se hundía en las profundas y heladas aguas del Atlántico Sur; una de mis circunstanciales compañeras, embarazada prorrumpió en llanto, su marido estaba embarcado en el ARA General Belgrano, todos la abrazamos, ese abrazo me recordó otro, muchos años antes, en Plaza Francia, este, como aquel, tenía la comunicación de la angustia, del desamparo.
Fue esa mañana cuando a pesar de la calefacción, el frío me alcanzó, olí la sangre, el temor, la sal, el barro; olí la muerte, me desgarró el estomago el hambre lejano y con disimulo, rechacé el café calentito y el alfajor de chocolate. Sentí vergüenza, baje la cabeza y me aboque a la lectura de esas cartas con faltas de ortografía, con errores de sintaxis, borroneadas de lágrimas, con olor a cocina de mamá, a salsa de domingo, con aroma de barrio, endosadas de apego, de amor, de ternuras. Entonces supe que esas palabras que yo les robaba no desaparecerían jamás; sobrevivirían al fibrón, a los tachones, las palabras estaban allí apretujándose, ocultándose en las oscuras galerías de mi memoria, para aparecer por las noches, tras el manto de neblina de mis sueños.
El tiempo pasó pero nunca olvide parrafos de aquellas cartas.

“…ayer recibí la carta de papá, me sorprendió, hace tanto que no hablábamos, fue una gran sorpresa, sabes mami?, es bueno saber que papá, no esta enojado, después de todo, se separó de vos, no de mi. No te enojes gordita linda, pero cuando todo esto termine voy a viajar a Venezuela para ver al viejo, no te enojes, ¡che, dale! voy y vuelvo, te lo juro…”

“…rezo por vos, hijito, te arropo, con el manto de Nuestra Sra. de Lujan cada noche, como cuando eras chiquito para que duermas calentito mi amor, papá dice que sos un hombre, que te mimo demasiado, ¿Cuánto es demasiado?…”

“…todo pasa tan rápido que ya no se que día es hoy, te amo ¿viste? Te lo dije, te amo Negra. Los gringos están cerca, tan cerca que puedo olerles el Güisqui a los muy juna y gran puta, nosotros negrita olemos a chiquero, a turba, a mierda olemos…”

“…ahora entiendo por que el abuelo habla tanto de la guerra, para entretener a los muertos. Sabes viejo, los muertos te siguen, desarrapados, pálidos, fríos, nos siguen de día y de noche, se nos cuelgan de la espalda, no nos pierden de vista, salen de la niebla con los ojos abiertos, muy abiertos…”

“…Suenan las chapitas que me cuelgan del cogote hermanito, tengo como diez, ¿quien las llevará cuando tengan que cortar la mía?, no me hagas caso hermano, yo voy a volver, cuando escuches el chaperío, atrás voy yo, esperame con unos amargos, que ya voy, decile a la vieja, al viejo y a la Susi que todo está bien, pero todo esta para la mierda, hace dos noches que no duermo?

“…, ayer fuimos con las chicos a ver el partido a tu casa, tu vieja amaso pizzas como siempre, me pregunto vos andabas de novio con la Claudia, le dije que no, pero el viejo de la Claudia fue a tu casa a contarle a tus viejos que la Claudia esta embarazada y ahora, macho, de que te disfrazas, papá…”

Poco hablo de los días, de la Guerra de Malvinas pero no los olvido. En aquella oficina nada pasaba inadvertido menos los cumpleaños, cuando llegó el mío ya no se hablaba de Malvinas, cada uno habíamos regresado a nuestros lugares de trabajo dentro del enorme Edificio, pero mis circunstanciales compañeros llegaron aquel octubre hasta la oficina que ocupaba en el primer piso con un regalo, un perfumero, que aún conservo. En el año 1983 renuncie a mi trabajo en el Edificio Libertad.
El pasado año escuchando en la radio las historias, de los Combatientes sentí por primera vez la necesidad de escribir lo que acaban de leer, es una forma de pedir perdón… Quizás, pueda así, decía exorcizar los fantasmas que se cuelgan de mi espalda, que no me pierden de vista, que salen tras el manto de neblina, con los ojos abiertos, muy abiertos, buscando las palabras, los párrafos que quité de aquellas cartas.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).