"No había casa de campo en la que no hubiera menos de cinco perros, que además de prestar servicio en la recolección de la majada y embretarla para el baño hacían de centinelas en todas las horas del día y muy especialmente cuando llegaba la noche.A una legua escasa de Guido, mirando desde la población hacia el naciente estaba el campo que arrendaba mi padre. “La Cebolla” era el nombre del puesto, un inmenso aromo daba la bienvenida y los perros con sus ladridos acompañaban a la visita que acababa de llegar.Chico, Cachiro, Zorro, Cuatro y Chaco, eran nuestros fieles compañeros en las correrías por los potreros. ¡Usca, usca! Arengábamos, ese grito era como un latigazo, salían los cinco a la carrera y nosotros por detrás listos para ayudarlos con la pala de punta a llegar más rápido al fondo de las cuevas de las comadrejas y otros bichos dañinos que al menor descuido atacaban el gallinero. Con ellos íbamos al pajonal y en los charcos mostraban sus habilidades cazando algún bicharraco.Ese verano de 1916, lo recuerdo aún, un perro flaco, llegó a “La Cebolla” siguiendo la rastrillada que bajaba hacia el sur recostada al alambrado, probablemente desde San Juan del Vecino o desde San Emilio, vaya uno a saber, lo cierto es que llegó, sintió afecto por el lugar y se quedó, lo llamamos Nortero, de pelaje bayo, habilidoso a la hora de procurarse alimentos, volaba como flecha sobre los pastos a la caza de alguna liebre o vizcacha, se tiraba muerto cerquita de los juncos en el bañado, para resucitar ante la presencia de alguna desprevenida gallareta, y con la presa en la boca pasaba al trotecito frente a nosotros que lo vivábamos y “mirando a lo lechuza” al público que en este caso éramos mis hermanos y yo, se perdía en el pajonal a saborear el producto de su caza.Una tarde Nortero se presentó en el patio con un pichoncito de nutria en la boca y lo soltó a los pies de mamá, ella lo puso dentro de un tacho improvisando una lagunita, el perro de tanto en tanto se aceraba y metía la cabeza en el tacho, Horacio y Rogelio, mis hermanos mayores, abrían las apuestas ¡No pasa de hoy! Hoy va a sacar el pichón, y se lo va a comer, pero nunca lo hizo, la nutria creció y andaba por el patio como un perro o un gato más.Finalizado el verano regresamos a Guido. Los perros quedaban en el campo, donde se continuaba trabajando, sólo el Cachiro, compañero inseparable de Rogelio, volvía con nosotros.Ese año sucedió algo extraordinario, Nortero, apareció en la casa del pueblo un sábado al caer la tarde, solo, recorrió el camino del campo al pueblo. Desde ese día todos los fines de semana llegó a nuestra casa en el pueblo; cada sábado por la tardecita, entraba por el zaguán, se paraba en la puerta de la cocina – ¡llegaste Nortero¡ le decía mamá a modo de saludo y él pasaba al patio, la cabeza baja, la lengua afuera se sentaba frente a papá un largo rato, solo después respondía a nuestro llamado se acercaba agazapado, se moría a nuestros pies para minutos después levantarse de un salto logrando así nuestro más cerrado y sostenido aplauso, agotado, cuando llegaba la noche se echaba a descansar bajo las plantas del fondo, y si llovía la rutina no variaba, solo que la realizaba bajo el techo de la Galería que también se convertía en su lugar de descanso sobre unas bolsas de arpillera que papá le acercaba al anochecer. Nortero, caminador incansable. Quedaba con nosotros hasta el domingo por la noche, sin poder precisar la hora emprendía el regreso al puesto, esto se repitió durante muchos meses... Pero un día de octubre, a decir verdad no fue igual a otros días, ese domingo, todos, lo vimos irse, -¿qué embuchado traes Nortero? Le pegunto papá que estaba barajando el mazo de naipes para empezar la partida de Mus, cuando el perro con la cabeza baja se asomó en la puerta de la cocina.¡Lo juro! , se quedó largo rato, mirando a mamá que regaba los malvones del patio, recordaría tiempo después Palde.
Recorrió la galería se detuvo en las puertas de la piezas y salió por el zaguán, yo también lo vi. En la esquina del Cultura, Isaso y Rogelio lo vieron irse aquel domingo al trotecito. El Cachiro lo siguió unos metros y se volvió al tranquito a ocupar su lugar en la esquina, días más tarde los peones le contaron a papá que Nortero no había regresado al puesto, pero tampoco volvió al pueblo a buscar las caricias que todos nosotros le prodigábamos. Nadie volvió a saber de aquel perro que a lo largo de casi un año fue uno de los nuestros"
Recorrió la galería se detuvo en las puertas de la piezas y salió por el zaguán, yo también lo vi. En la esquina del Cultura, Isaso y Rogelio lo vieron irse aquel domingo al trotecito. El Cachiro lo siguió unos metros y se volvió al tranquito a ocupar su lugar en la esquina, días más tarde los peones le contaron a papá que Nortero no había regresado al puesto, pero tampoco volvió al pueblo a buscar las caricias que todos nosotros le prodigábamos. Nadie volvió a saber de aquel perro que a lo largo de casi un año fue uno de los nuestros"
Leonardo B. Madrid 1910 -1988