sábado, 21 de junio de 2008

...Y los mitos no tienen muerte.

Hace unos días Marilú me comentó que buscaban una película de Gardel. Ayer en un e-mail Rafael Cohen mandaba decir dónde podrían conseguirlas y agregaba en mi película “Siempre fuimos compañeros” Hugo del Carril canta tres tangos de Gardel.
Hoy desde la radio Gardel canta Rubias de New York, Nora Perle lo llama “el Mudito” y junto a Alicia Petti en “
El Placer no ocupa Lugar” por Mitre dónde sino, hablan de “el Zorzal”.
Mientras él canta “Milonga sentimental” yo busco este libro que sumo a la biblioteca de los olvidados. Llegó a ésta casa junto a otros cuando se cerró una biblioteca – otro día les cuento -
Es verdad “La compu.” no reemplaza al libro, me escucho decir cuando entre las páginas 306 y 307 de este viejo amigo encuentro una florcita seca, - para que ustedes puedan ver la escaneo, ¿la ven?…
La debió dejar mi padre que tenía por costumbre olvidar hojitas, flores, algún papelito oficiando de marcador. Leo:
“…Este fue “El Morocho” que en 1910 cantaba en un almacén del Abasto, en 1930 ante los príncipes que veraneaban en la Costa Azul, y ya, para siempre, en las ruecas mágicas que devanan discos y películas por el mundo.
La noche del 5 de febrero de 1936 las muchedumbres de Buenos Aires velaron el ataúd de sus cenizas en el estadio Luna Park.
Las mismas muchedumbres, a la mañana siguiente, acompañaron su féretro a lo largo de la calle Corrientes, que bajo el sol violento del verano temió no parecer la calle amada de sus noches y prendió luces artificiales para aparecer con un aspecto lívido de trasnochador sorprendido por el día.
La carroza de sus despojos tomó calle arriba, desde el Bajo hasta la Chacarita, por la misma calle que el tomó desde niño hasta hombre convirtiéndolo en el camino de su fama.
La marcha del sepelio, que fue una apoteosis popular, duro varias horas.
No llevaba cortejo propiamente dicho.
Llevaba la multitud – siempre la multitud – delante, detrás, a los lados. Estaba estacionada a lo largo de siete Kilómetros. Agolpada en setenta bocacalles.
La multitud…¡siempre la multitud!...donde se confundía féretro y cortejo, por que nadie llevaba un muerto, sino un mito encantador en el corazón.
Y los mitos no tienen muerte”
Buenos Aires, agosto de 1946.

Entre esa multitud andaba quien dieciséis años más tarde se convertiría en mi padre. En alguna esquina, quien resultaría mi abuelo, mezclados entre la multitud asistían al nacimiento de “El Mito”. Pasarían algunos cuantos años para que papá y mamá, se conocieran, otros hasta que llegara yo… Una tarde de junio, un poco más fría que la de hoy, en ésta misma casa, encendieron la tele, blanco y negro y la voz de Julio Jorge Nelson junto a imágenes la película Tango Bar, hicieron que yo abandonará la tarea, “los deberes”, manché la hoja con tinta, porque mi flamante lapicera “Tintenkuli” (otro recuerdo) quedó abierta sobre el cuaderno. Me ubique en primera fila, para ver a Carlos Gardel, sí ver, porque escuchar lo escuchaba siempre.
Esa noche el “Tata” Cesáreo comentó - yo estuve el 5 de febrero de 1936… llegamos por Callao hasta Sarmiento, con Villa (su amigo y paisano Manuel Villanueva)
cien metros faltaban para llegar a Corrientes y no pudimos.
-
También estuve allí dijo Madrid, junto a mi hermano Horacio y otros amigos empujados por esa multitud que avanzaba por la Av. Corrientes, nos separamos a la altura de Riobamba para, increíblemente, reencontrarnos en la intersección de Juan B Justo.
La voz de Gardel siempre se escuchó en nuestra casa. Recuerdo cuando allá por 1962 papá sufrió un infarto, el primero de una larga serie. Durante su recuperación, sobre la mesita libros, muchos, entre tantos éste y la radio, siempre la radio, encendida. Fue en esos días cuando falleció tío Horacio, el hermano mayor; los médicos opinaron que papá no estaba en condiciones de recibir esa noticia. Todos, familia, amigos que llegaron desde Gral. Guido, vecinos hicieron que él no lo sospechara, aunque estoy convencida que lo intuyó - algún día contare ese episodio -. Recién cuando consideraron el alta, fue su médico, el Dr. Oscar Alende quien le dio la triste noticia. Madrid pidió ir a la Chacarita y allá fuimos todos, “en bandada”. Nos esperaba Tía Pepa, llevamos unas “florcitas” a tío Horacio y después fuimos a visitar a Carlos Gardel. Yo iba con los tíos, todo era asombro en esa ciudad tan silenciosa. La muerte, hasta ese día era lejana, muy lejana.
De pronto allí estaba sonriendo, rodeado de una muchedumbre Carlos Gardel.
Tío Mochi dejo un cigarrillo, que en algún momento el cuidador encendería y pondría entre los dedos de la mano derecha me susurraba tía María, mientras “El Morocho” nos sonreía desde el bronce. Dejamos una florcita, que pronto desapareció entre las miles y miles que la gente arrojaba.
-Sólo la Madre María, “otra vecina de este barrio” unas calles más allá tiene tantas flores como él me dijo tío Loro.
-¿Vamos? Pregunte
-Otro día, querida, ahora esperemos a Madrid ordenó tía María.
Papá llegó flanqueado por mi madre, y tía Pepa que traía de la mano a mi hermano;
- ¿Recordás cuñado? pregunto Pepa aquel febrero del 36, Hacho y vos perdidos entre la muchedumbre… Papi, así lo nombraba ella, siempre contaba que llegaron, hasta Villa Crespo…
-Tantos recuerdos comentó papá con el pañuelo en la mano enjugando sus lágrimas.
-Vayan yendo ordenó tío Loro.
Mi madre, mi hermano y yo nos adelantamos, ellos se quedaron con tía Pepa. Ese día nos despedimos de tío Horacio.
Mientras caminábamos hacia la salida me volví para mirar a Gardel, vi a mis tíos sostener en un abrazo a mi padre, me dieron ganas de llorar, entonces, levanté la mirada, "el Morocho" sonreia desde el bronce, mientras el humito del cigarrillo se elevaba. Sin dudas fue ese día cuando comprendí lo que significaba eso de que sólo “los mitos no tienen muerte”.


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“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).