jueves, 21 de agosto de 2008

Avistaje de aves

El Terito Pedro.
Cuando ví la foto de estos teritos me acorde de Pedro, un terito que apareció en casa un día cualquiera allá por los años 60.
Aterrizo en emergencia decía mi padre, traía averiada un alita, ¡Esos sabandijas y las gomeras! Cuando no las tramperitas camufladas entre las ramas.
El terreno dónde se levantaba nuestra casa tenía 8,66 por 60 mts de fondo; de los vecinos nos separaba un alambrado romboidal cercos de madreselvas y una planta de laurel por un lado, ligustrina con dobladillo de verbenas por el otro, en el fondo un cañaveral antes del alambre que marcaba el fin de nuestra casa. Más allá unos enormes eucaliptos se adueñaban del paisaje de un Banfield de casas bajas, por allí andaban las sabandijas que cazaban pajaritos.
Pero volvamos a Pedro, el terito, cayó del cielo, llegó al lugar indicado una mañana de domingo recuerdo que papá lo vendó por varios días para que sanara su alita.
El terito caminaba nervioso, bajo nuestra atenta mirada, siempre alerta, escarbaba, buscaba, le dábamos carne picadita, él picoteaba insectos, hasta construimos una lagunita para él, bien cerquita del mandarino. Cuando le retiraron los vendajes, el alita parecía estar en su lugar pero Pedrito no pudo volar.
- Es un pajarillo mutilado opinó el abuelo Cesáreo, no es vida para un pájaro.
- Otros, viven enjaulados Don Cesáreo, tampoco es vida dijo mi padre.
- Qué sabrá Usted masculló el Tata, recogió su sombrero marrón y se fue, el terito se quedó con nosotros y pronto se afincó.
Cuando pasaban las bandadas de teros el gritaba cómo si los llamara. Dormía paradito con la cabeza debajo del ala, otras lo descubría parado en una sola patita. Cuándo golpeaba el suelo como tanteando con las patitas mi papá llamaba ¡Vengan miren! Pedrito busca lombrices, sólo había que esperar un ratito para ver la lombriz en el pico del terito. Con Pedro cursamos ciclo básico en el avistaje de aves, supe que era joven porque no tenía el copete. Que no podía nunca ser amigo de un carancho. Que era muy difícil encontrar su nido, siempre gritaba lejos, para proteger a sus hijitos. Gracias a Pedro aprendí que las vizcachas rotosas tienen hábitos nocturnos, que si él gritaba mucho había que esperar lluvia, o parientes.
Extremadamente elegante, siempre vigilante y mucho más cuando aparecía mi abuelo Cesáreo, porque el abuelo venia todos los días, aunque se enojara igual al día siguiente aparecía con palabras “novas… filloas, llamaba a los panqueques con dulce de leche, árbore, era cualquier árbol, avefría era Pedro que gritaba y gritaba en su “pazo” su gran casa que comenzaba en el límite del patio y se extendía pasando el cañaveral allá en el último alambrado antes de los enormes eucaliptos por “onde” (donde) merodeaban las sabandijas con sus gomeras al cuello, la lluvia era “da chuvia”, y él era “rubio” aunque yo lo viera pelirrojo de ojos claros, celta puro el gallego Cesáreo.
El abuelo llegaba y el terito gritaba ¡Cómo gritaba ese tero, mi Dios! Abría las alas y le hacia frente con unas pasadas rasantes.
-Vete, vete tú de aqui avefría, decia el abuelo.
-Usted Don Cesáreo tiene que haber corrido a este pobre terito, no puede ser que llega usted y él se comporte así. Decía tía María.
Mi abuelo tenía una teoría, explicaba que “al avefría le enfadaba” el color marrón. Color que Cesáreo usaba siempre, saco y pantalón marrón, gorra marrón, bufanda marrón, suéter marrón, demasiado marrón para Pedro.
- ¡Qué es el color Negrita! ¡ qué es el color! el que “enfada al Pedrin” cuando “asiento pie en su pazo” . Qué no le he corrido, qué es el color. Ya verás tu que habré de comprobarlo yo. Sentenciaba el Tata que jamás perdió la melodía de su “lingua Galega”.
Así fue como una tarde de domingo, cuando todavía ni se hablaba que en la mitad del terreno se levantaría la casa de los tíos, llegó el Tata con una bolsa repleta de ciruelas amarillas y unas rosquitas que la abuela Pita mandaba para el mate. Los domingos los tíos se sumaban a la cuadrilla de trabajos, jardinería, guadaña al pasto, corte de “flequillo” al ligustro, limpieza de galpón, “blanqueado de paredes”, tareas varias.
Después de un rato, el abuelo, que ya había pasado revista a los frutales se acercó la fresca sombra del limonero para aceptar el mate que le ofrecía María.
- ¿Entonces Negrita, me dices tú “onde está Pedrin” que no ha gritao aún?
-¡Don Cesáreo tiene usted razón exclamó tía María, me preocupa ¡esto es una tragedia!, dijo picara haciendo alusión al impecable traje que vestía el abuelo.
-Pues, ríete tu “muller” he tenido yo que echarme encima esta “roupa”, para que comprendáis vosotros que al avefría este, lo enfada el color marrón, se os digo yo, que de pájaros se algo “me cajo en diez”.
Todos rieron mucho aquella tarde, yo los miraba desde la hamaca doble de brillantes colores verde y amarillo regalo de los abuelos mientras comía las ciruelas amarelas y dulces como la miel, del árbore que el abuelo cuidaba con esmero, a dos cuadras de alli, en su pazo.
El Tata salió como había llegado de impecable traje gris y sombrero Panamá en la mano, el terito no se dio por enterado.
Al día siguiente cuando regreso con “la roupa marrón” el barrio todo supo cuando Don Cesáreo había pasado el límite del patio.
Pedro vivió algunos años con nosotros, siempre alertando cuando el Tata llegaba de marrón, o cuando iba a “chover” Pasó su soledad, caminando, escarbando, haciendo unas sentaditas, confinando a las hormigas al exilio, bañándose en su lagunita. Una noche enfermó, apareció en la puerta de la cocina todo mojado temblando, decían que había entrado en el galpón y allí se habría caído en una lata de boca ancha que contenía kerosén. Lo pusimos en una cajita de zapatos cuidando de no dañar su lindo copete, lo abrigamos bien y quedó en un rincón de la cocina, pero por la mañana había muerto.
No más teritos en el jardín, mucho menos pájaros enjaulados, los de la abuela Pita eran canarios, por eso vivían enjaulados, a mi no me gustaba verlos así, siempre abría las puertitas, pero ellos no salían, no podían volar más allá de su “pazo”, como el terito Pedro, ellos también estaban mutilados.

Aquí estamos con mi hermano, en segundo plano “el árbore de mandarina” por allí cerquita estaba la lagunita del terito Pedro.
Nota: La foto de los teritos con su mamá la “hurté” de http://cicutaargentina.blogspot.com/
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).