Trágica reyerta en una pulpería de Dolores
Un hecho real recreado por Justo P. Sáenz nos retrotrae a una pampa de bravos gauchos que medían su coraje.
Si en la extensa provincia de Buenos Aires tuviésemos que señalar la zona en que hubieron de conservarse por más tiempo las auténticas tradiciones, como rincón gaucho, señalaríamos sin dudar el paraje de la extensa Cañada del Vecino.
Quienes hoy disparan por la ruta 2 a Mar del Plata, debieran saber que a unos 20 km después de pasar Dolores, a la derecha, se abre un camino de tierra que se interna en aquella especialísima región, pasando enseguida las vías del viejo F.C.S. y la estación Parravicini, e ingresando en el partido de General Guido, sigue hacia el Oeste y luego al Sur para reaparecer en Maipú.
Desolados campos bajos, otrora riquísimos en pajales de amarillenta espadaña, comarca de variadísima avifauna. Pagos gauchos si los hubo, compuesto de enormes latifundios, con centenarias estancias como "La Quinua", "Navas", "Barrancas Coloradas" (donde vivió Benito Lynch), "Palenque Chico" (de Ambrosio Juan Althaparro) que además algunas fueron postas de la galera que iba de Dolores a Ayacucho.
Por allí se vieron los últimos gauchos de chiripá y medias blancas, y pulperías y esquinas famosas poseedoras de enrejados mostradores y con cubiertas de paja, teja francesa o azotea, que constituyeron centros de negocios y sociabilidad y cancha de diversiones y reyertas.
Todo se perdió cuando se construyó el canal 1 que desecó los bañados y lagunas y que arreó también con todo el bicherío que los habitaba. Pero así y todo no se borra en mi recuerdo. Allí fue que ocurrió, lo que les cuento ahora. Enclavado en este particular lugar se hallaba una pulpería renombrada. Un día sucedió en ella un drama sangriento (tal como lo presenta La Patria , importante diario de Dolores, del miércoles 16 de abril de 1879): "Anteayer, se encontraba, entre otras personas, en la Casa de Negocios de don Leandro Sánchez, conocida por de Escudero y situada en el «Palenque Chico», partido del Vecino, el dicho Sánchez un moreno llamado Pedro Telmo, autor de varios crímenes cometidos en el Norte de esta Provincia.
"El segundo de los nombrados en uno de los versos le dijo al primero que ambos eran parientes a lo que este le contestó en otro de sus cantos que no lo extrañaba pues el padre le había dicho que tenía unos parientes negros. Parece que esta contestación le desagradó de tal manera a Telmo que levantándose del asiento en que se hallaba, acometió a Sánchez cuchillo en mano infiriéndole una honda herida.
"Sánchez al sentirse herido sacó su rewólver (sic) y descerrajó un tiro sobre Telmo que en esos momentos estaba parado en una de las puertas que da salida al patio de la casa, yendo la bala a depositarse en una de las piernas de aquél.
"Telmo trató de huir, pero fue seguido por Sánchez que en el acto consiguió darle alcance y quitarle el cuchillo que aún conservaba con el que le infirió varias heridas. Sánchez desfallecido murió casi inmediatamente. Cuando volvieron por Telmo, éste era ya cadáver.
"Los anteriores son los únicos datos que hasta ahora hemos podido tener sobre el particular. De las averiguaciones que hemos hecho, resulta que ninguna enemistad existía entre Sánchez y Telmo."
El folklorista y escritor Justo P. Sáenz (h.) en una nota publicada en 1965 en LA NACION, sobre "Cantares Argentinos" parece haber conocido este hecho pues refiere: "Existe otra «desgracia» aunque no la he oído cantar ni recitar, me consta existe y fue muy popular otrora en Dolores y el Vecino. Proviene de una riña a facón acaecida en 1887 [el hecho ocurrió como vimos en 1879] en una pequeña pulpería que quedaba sobre el viejo camino a Mar del Plata...
"El dueño de esa pulpería (un par de ranchos de «chorizo» y paja de techar, cuanto más), un cierto Sánchez (creo que su nombre de pila era Abdón), hombre bravo, pero serio y honesto, diestrísimo en el manejo del cuchillo, que después de haber servido en los fortines de la frontera y resultar vencedor en muchos duelos de arma blanca, había resuelto cambiar radicalmente de vida, instalando este negocito -con capital agenciado, seguramente, con cueros de nutria y pluma de avestruz o de mirasol- en medio de aquella desolada planicie.
"Y quiso la suerte de Sánchez que una mañana llegase a sus palenques, con caballo de tiro un mozo ágil y vigoroso, bien puesto, de chiripá de merino negro, nazarenas de plata, botas de potro, tirador lujoso y chamberguito redondo afianzado con barbijo. Desmontó el forastero, ató sus caballos y arrimándose a la reja del mojinete pidió una ginebra, invitando al pulpero a beber otra con él.
"Así se dio principio a una cordial aunque parca conversación, en la que el joven dijo venir de un partido del Norte, «pasiando» no más, con ganas simplemente de conocer nuevos pagos...
"A la tercera compartida vuelta de bebida -hubo testigos que informan cabalmente de los hechos- el forastero confesó a Sánchez que en realidad no eran los mencionados los motivos de su viaje, sino el deseo de probarse, facón en mano, con él, pues conocía de mentas su pericia de «cuchillero» y deseaba ardientemente aprenderle algo de un arte que le había dado tanta fama. Proponía el visitante se hicieran unos «tiritos a primera sangre», esto es, tajearse la cara simplemente, resultando ganador el que lo lograra antes.
"Sánchez se excusó firmemente porque él -expresó- ya estaba retirado de esas cosas. Ahora era hombre de trabajo, tenía familia, llevaba una vida tranquila y por nada del mundo volvería a lo de antes. ¡No! No quería saber más nada. Además se consideraba viejo, de modo que...
"Pero insistió el forastero y a la cuarta copa convenció a Sánchez que no era cuestión de que le hubiera hecho hacer de balde «tan larga galopiada y más en tiempo de invierno...»
"Rezongando contra su destino, el pulpero salió del rancho por su única puerta y, muy cortés y mesurado, aproximóse al mozo, que ya se había zafado las espuelas y acortado el chiripá bajo el ancho alero de junco. Se sacó entonces las botas y la chapona, atándose un pañuelo a la cabeza para aprisionar la melena. Luego midieron ambos la longitud de sus armas casi ceremoniosamente y ya liados los ponchos al antebrazo izquierdo cayeron en guardia frente a frente en lo que llamaban el patio...
"Y tajo aquí, hachazo allá, tintas, quitas, viboreantes reveses, leves brincos de costado, aquellos hombres «cuerpos de gato», en los cuales la pasmosa elasticidad de su cintura constituía el eje de la defensa no se alcanzaron en lo que ahora denominaríamos el primer round. Chispearon y ludieron bajo el sol de la media mañana las hojas de los facones, hasta que los contendientes, empapados en sudor, pese a lo bajo de la temperatura, resolvieron de común acuerdo descansar un rato, después de ponderarse recíprocamente la excelente «vista» de que estaban dotados.
"Previo un trago de agua y no de ginebra, del pozo cercano, se reanudó el lance con igual entusiasmo y espíritu deportivo, pero parece que ya los adversarios no tenían como blanco exclusivo sus caras curtidas y afanosas, porque en el primer «dentre» quedaron muertos los dos.
"Las gentes de El Vecino todavía «gaucho» -si se me permite la expresión- y fieles al culto de quienes supone sus héroes, recordaron desde entonces esa pelea en unas décimas que, repito, no he podido aún conseguir."
Este hecho debe ser el mismo que narró el diario La Patria, demostrando que la ficción de este talentosísimo escritor, aún respetando el hecho tradicional, fue capaz de elaborar una recreación decididamente de más hermosa profundidad y fiel conocimiento del folklore.
Fuente: Carlos A. Moncaut, publicado en La Nación (19/01/2008)
¿Les gusto?, bueno lo encontré cuando empuje la puerta de un Viejo Boliche, no dudé en traerlo, pero antes pedí permiso como corresponde. No dejen de visitar http://viejoboliche.blogspot.com/
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miércoles, 27 de agosto de 2008
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).