domingo, 17 de agosto de 2008

“A la sombra de los años”



Un paseo a la Catedral

Desde 1880, los restos del General José de San Martín colocados en un sarcófago negro descansan en el mausoleo entrando a la derecha en la Catedral de Buenos Aires, enmarcado por tres figuras femeninas que representan las Repúblicas de Perú, Chile y Argentina. Diseño de un escultor francés Carrier Belleuse. Los Granaderos hacen guardia permanente. El mismo mausoleo alberga los restos de los Generales Gregorio de Las Heras y Tomás Guido. Una placa recuerda al Soldado Desconocido de la Independencia.



“Aquí descansa el General Don José de San Martín”, cuenta una voz muy débil, como para no “despertar angelitos”, puede ser la voz de mi padre, estamos en la Catedral de Buenos Aires, eso es seguro. Giramos en torno a una enorme escultura - todo es inmenso para mi poca estatura - El General Guido, fué un gran amigo de San Martín, resuena otra voz casi inaudible, quizá la voz de tío Horacio. Escucho ese murmullo de voces perdidas en el tiempo, el toc toc toc de los zapatos al caminar; los Granaderos, que “parecen de estatuas” ; y afuera la lámpara “emotiva”, que tanta gracia le causaba a tío Loro.
Cuando al día siguiente María preguntó por el paseo a la Catedral de Buenos Aires.
-Lindo dije, le di maicito a las palomas, fuimos a la casa de Jesusito… ¿sabias que tu pueblito, era muy amigo de Don José de San Martin? Pregunte
- ¡No!, no sabía querida dijo ella. ¿A ver contame?
... y después fuimos a la casa de tía Pepa y vino tío Loro y tomamos el tren y… ¿sabias? el Tata (mi abuelo Cesáreo) estaba en la estación con el diario y el pan redondo y cruzamos la vía y vinimos por Chacabuco
Pero contame lo del General Guido chiquita.
- lo que te dije… eso… que tu pueblito era amigo de Don José de San Martín.
¿Y sabes como se llama la hijita de San Martín.
-¿Cómo? Pregunta María
-Mercedes, como mi mamá y la abuela Pita. Y se portaba muy bien en la mesa, no hablaba cuando comía, no decía mentiras.
¡Sí! palabras más, palabras menos así fue el diálogo ¿cómo podes recordarlo?, preguntó mi mamá, sorprendida, tenías cuatro o cinco años no más. Su afirmación me devuelve al presente, he viajado cincuenta años al pasado.
Busco un viejo librito de tapas azules de la Colección Billiken “La Infanta Mendocina” de Arturo Capdevilla, entre sus páginas había una hojita dónde tío Loro me había copiado prolijamente las Máximas de Don José de San Martín para la niña Mercedes.
No lo encuentro… ¿Lo habré, prestado? Tal vez lo regalé. ¿Lo perdí?
No, Don Abel Cepeda, con sabiduría decía “Libro que se lee no se pierde”
Ahora con solo buscar en Google puedo tener el librito azul y las Máximas para la niña Mercedes... ¿Puedo? No, seguro no será lo mismo, mi librito olía a torta de manzana, a rosquitas, a natillas con azúcar quemada; guardaba los aromas de mi infancia y una hojita de papel con la prolijísima caligrafía de tío Loro. Definitivamente “todo lo perdido me pertenece” Esa lámpara votiva, esa llama eterna, la Catedral, la Plaza, las palomas. Y ese apego a lo nuestro, el respeto, el amor a la Patria y a la Libertad.

Ciertamente hubo otras recorridas muchos paseos didácticos sobre la Plaza Histórica, que incluían Cabildo, Casa Rosada, Catedral, pero ninguno tan especial como aquel primero, cuando descubrí que “el pueblito de los míos era muy amigo de Don José de San Martín”

Hoy 17 de Agosto, el Museo Histórico Municipal de General Guido cumple su primer año.
No hace mucho leí en la Revista Debate: “Se llamaba Tomás Francisco Gil Buenaventura del Rosario Guido Aoiz. “Tomás Guido A la sombra de los años” escrito por Rodolfo Terragno, fue entonces cuando recordé este paseo a la Catedral que acabo de contar pero a todos, no me cabe duda, les resultará más que interesante leer a Rodolfo Terragno lo pueden hacer cliqueando aquí
http://www.terragno.org.ar/vernota.php?id_nota=820

¡Siglo XXI, ¿Cambalache?, ¡Nooo, Google, la tecnología! .

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).