jueves, 24 de enero de 2008

"Preciadas Excepciones"

Cuando, control remoto en mano, paso de canal en canal, me suelo cruzar en El Rural con Luis Landriscina, entonces, me quedo viéndolo y viajo por la espiral del tiempo. Y recuerdo cuando mi papá comentaba que lo conocía. No faltaba quien con cierta picardía, interrogara ¿pero es verdad, che?
Entonces, nuestro Madrid, sacaba esta foto, donde están en Villa Ángela y decía:
“gran persona Landriscina, sencillo, auténtico, probado amigo de sus amigos. Eso pude apreciar en este viaje y tiene una compañera de su talla”

Luis Landriscina, su esposa Betty, y sus hijos Dino y Fabio venían a nuestra casa.
Les cuento: cuando promediaba la década del 60 en Radio Nacional había un programa que se llamaba algo así como "Mano a Mano con la historia, o el Chaco habla con la historia", el locutor era Anibal Cufré, también había una locutora, no recuerdo su nombre, era “la Srta Historia” y Luis Landriscina, ese muchacho que había recitado en Cosquin “Casi Gringo” y que mi papá esperaba, agazapado, como quien espera cazar un pájaro, pegada la oreja a la radio, con el viejo garabador Gelosso siempre listo, papel y lapicera por si fallaba; mientras ellos contaban historias del Chaco.
Mi padre fue siempre un oyente - escuchador - de radio, de ahí viene esta afición mía por éste aparato que permanece siempre encendido.
Pero volvamos a Luis Landriscina una noche en una peña anunciaron la presencia de Luis y allá fue Madrid, que no se perdía ninguna, ¡Sorpresa! volvió con Landriscina, aquella noche compartimos unas empanadas (yo estaba, claro que a disgusto, como era mi costumbre, por aquellos adolecidos años, pero estaba) ellos charlaron, tocaron la guitarra y quedaron en volver a encontrase. Luis vivía por entonces en el Barrio de Constitución y los Cheppi, que iban para San Telmo, lo acercaron aquella noche.
Al poco tiempo volvía Luis, esta vez acompñado por Betty, Dino y Fabio que recién comenzaba a caminar; a partir de aquel día, siempre que podían, algún fin de semana, se llegaban a casa, hasta llegaron hablar de comprar una casa por aquí, en Banfield, Luis la llamaba, la casa del Pato Donald, por que la puerta era (es aún, está) igual a la de la casita del legendario personaje; después apareció la de la Lucila y allá se afincaron.
Luis tuvo la amabilidad de colaborar, cuando con mis compañeros o hicimos una peña para recaudar fondos para el viaje de egresados.
Mis padres y mi hermano viajaron a Villa Ángela, invitados por él, volvieron felices de aquel viaje con un banquito que conservo comprado en un obraje, el hachero, si mal no recuerdo, se llamaba Céspedes, un día ese hombre apareció fotografiado en una revista y papá decía ¡pero mira vos, si es Don Céspedes, el santiagueño que conocimos en el obraje cuando fuimos con Luis! Yo no lo conocía, yo no había viajado a Chaco y hacía mucho ya que no veía a los Landriscina. Papá, Mamá y los tíos se mantenían en contacto, fueron a visitarlos a La Lucila y siempre llamaban a Betty para dar el presente.
Papá siempre prendido a la radio escuchaba en Rivadavia cuando era “Don Verídico” en el programa de Héctor Larrea, y lo grababa, ahora ya con nueva tecnología.
Pasarían dieciocho años para que yo volviera a encontrarme con Landriscina, fue cuando murió mi padre. Luis se encontraba de gira, pero ahí estaba Betty; llegó justo cuando estábamos por salir para Guido. No se equivocaba Madrid Viejo, la presencia de Betty aquel 19 de noviembre representaba las palabras frente a la foto… “gran persona Landriscina, sencillo, auténtico, amigo de sus amigos. Eso pude apreciar en este viaje y tiene una compañera de su talla”
Nunca volví a saber de la familia Landriscina, desde entonces, más de que lo que pude leer en algún medio cuando Luis se despidió de los escenarios, asi supe que ¡son abuelos!. Pensar que mientras Dino representaba "la Momia"(el mítico personaje de Titanes en el Ring), Fabio tambaleaba en su intento por alcanzarlo. ¡Cuántos años han pasado!
Los Landriscina formaron parte de las “preciadas excepciones” a los que mi padre llamó amigos.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).