jueves, 31 de enero de 2008

"El HOMBRE ES TIERRA QUE ANDA"

Durante la mañana de hoy escuche varias veces que se cumplía el natalicio número 100 de Atahualpa YupanquI (1908-1992) y por supuesto recordé las veces que protestaba por que Yupanqui, madrugaba los domingos y sonaba desde temprano en “el Winco” Marca, ésta que, irremediablemente confirma mi edad.
- ¡Ya llegará el día que vos, solita vas a querer escucharlo, lo mismo te sucederá con Gardel y otros tantos que hoy son causa de “desavenencia”!
Y la sentencia de mi padre se cumplió, él pudo saberlo. Para cuando yo buscaba leer o escuchar a Yupanqui fue él, "Madrid viejo", quien me acercó este librito, que rescato hoy, Cómo podrán apreciar en mi casa no sólo hay recuerdos… ¡Hay mucha bibliografía!

El librito sólo tiene 46 páginas (año de impresión noviembre de 1948), elijo para ustedes las seis finales… Conocer el pasado ayuda a comprender el presente.

Carta para mi pueblo
“Ahora que la Inspección General de Espectáculos Públicos de la Municipalidad de Buenos Aires, por intermedio de su organismo de Policía y “Cultura”, y “en nombre del señor Intendente”, ha prohibido mi actuación personal como artista especializado en motivos folklóricos argentinos, advirtiendo a los propietarios y empresarios de ciertos centros que “les conviene” no contratarme; ahora que comienzan los elementos reaccionarios y pronazis incrustados en el gobierno a mostrarse tal cuales son desde sus bien rentadas posiciones de burocráticos salvapatria; ahora que el manotazo del más puros gestapista pretende ahogar la voz de un argentino, entiendo que debo hablar al pueblo de mi país.
No tengo nada que aclarar, de manera que estas líneas no significan una aclaración. No tengo nada que rectificar acerca de mi conducta como artista y mi posición como ciudadano.
Es bien clara mi vida con mis aptitudes y mis defectos. Es pública mi afiliación al Partido Comunista, partido del pueblo y de la clase obrera.
Es pública mi lucha desde siempre contra la injusticia, contra el nazifascismo, contra la penetración imperialista, contra la explotación y el fraude.
Es público mi gran amor por la música universal y mi preocupación por elevar –dentro de lo posible- la sencilla canción expresadota de las cosas del campo y el hombre argentinos.
Es pública mi producción de ciento cincuenta canciones, editadas, grabadas en discos o regaladas por ahí, a cualquier cantor del país, a lo largo de veinte años de viajes, afanes, estudios, dudas y meditaciones.
Es público, también que no le debo a ningún gobierno nacional, provincial o municipal, becas, ayudas, viáticos ni “gauchadas” de ninguna naturaleza.
Mi música pertenece al pueblo, a la masa trabajadora para la cual compongo mis canciones, y de la cual siempre he tenido el único y grande homenaje de un “¡Adiós, amigo!” en cualquier senda de mi patria.
Es pública, pues mi obra, como es notoria mi pobreza.
Siempre fui un artista pobre, como lo es la mayoría de los artistas criollos. Siempre las preocupaciones de orden económico limitaron mi vida, postergando mis sueños y auspiciando mis vigilias.
Con grande esfuerzo, y a veces con verdaderos sacrificios, he logrado viajar por todos los pueblos de mi país. Viajero sin smoking ni dineros; apenas mi solo traje ciudadano, mis ropas de paisano, mis viejas botas y mi guitarra.
Ahí radica mi fuerza: en mi Guitarra.
En ella caben todas las angustias de mi pueblo. Pocas veces canté sus alegrías. Par los estados de felicidad, mi tierra tiene otros artistas, otros cantores. Yo siempre ahondé en el silencio, en la pobreza con remiendos, en el desamparo, el hambre y la soledad de los paisanos, para componer así mis coplas y cantarlas o gritarlas por todos los caminos de mi patria.
No me interesó nunca alegrar ni halagar a la burguesía que cotiza al artista mercenario, vanidoso y sin profundidad. Me interesó preocupar a mis oyentes. Hacerlos pensar acerca de todo lo injusto, de todo lo “por arreglarse” que hay en mi tierra.
Hace tres años que estoy afiliado a un partido político; y hace más de veinte años que canto a las pobrezas de mis paisanos, el desamparo de los montañeses, la niebla de mi pueblo.
Aprendí a tocar la guitarra por irresistible vocación a los cinco años de edad. Desciendo de argentinos de pura cepa; campesinos y obreros. En mi familia hay puntanos, pampeanos y santiagueños.
Soy de la base; del pueblo. Si mis trabajos me han llevado a significar algo para el pueblo, eso no se lo debo a ningún escalafón, acomodo o prebenda. Se lo debo, sí, al pueblo anónimo; a la tierra, a sus montañas, a sus ríos, a sus selvas, a sus caminos. Para mi la tierra es canto. Para ella vivo. Por ella lucho.
Oficialmente, el premio que ha merecido mi labor es la prohibición sistemática de realizar recitales y conciertos.
No se dan razones ni sanciones de tipo legal. Todo se ha concretado a “mandar decir” o “sugerir” dejando una amenaza colgada sobre las posibles empresas contratantes.
Es censurable esta actitud. Censurable y también despreciable, por lo injusta y por lo cobarde. Dejo al pueblo en la libertad de calificar estos hechos.
Por cientos han llegado al país artistas extranjeros. No falta tampoco la invasión de tipo reaccionario, de elementos no representativos. Gran publicidad, gran auspicio para ellos.
¡Pero un argentino no puede trabajar en su tierra por que no trota al costado del caballo del comisario!
Hay en los bosques tucumanos una planta pequeña muy espinuda, de color verdegris, que los nativos llaman “nananchi”. Esa planta, de dardos venenosos, crece y vive debajo de las matas aromadas, junto a los helechos y los amancares. Persona o bestia o planta que sus dardos toca siente de pronto los efectos destructores, los síntomas del ahogo.
Por eso la llaman “nananchi”; “que produce dolor”.
Ese es su destino: hacer daño. Vive para el daño, y para hacerlo se disimula entre hierbabuena y helechos.
Incrustados en el aparato administrativo, hay elementos que viven como el “nananchi” de los bosques tucumanos…
Es posible que mi guitarra no se oiga por algún tiempo en recitales o conciertos. Pero nada podrá ahogar mi voz, porque no es sólo mía, sino de todo el pueblo argentino.
Los elementos de tipo regresivo que medran en algunos puestos oficiales tendrán el éxito que les producirá la alegría de saber que un artista argentino no puede trabajar en su labor vocacional.
Es molesto y es lamentable. Pero no hunde a nadie, y menos a mi.
Hoy más que nunca estoy orgulloso de mi condición de criollo, de cantor popular, de compositor de temas campesinos. Hoy más que nunca estoy al lado de mi partido el gran Partido Comunista.
No tengo rencores contra el Gobierno. Desprecio y combato a los reaccionarios que ordenan sus oscuras leyes desde algunas posiciones oficiales, abochornando a los que sinceramente aspiran a vivir dentro de la justicia y la democracia.
Y si alguna vez mi patria fuera ofendida por alguna potencia extranjera no vacilaré, como no vacilaron mis abuelos. No importa cual sea el gobierno ni cómo me haya tratado, Buscaré mi sitio junto al pueblo para luchar por la liberación y por la dignidad argentinas. Y el pueblo comprenderá mi razón y mis derechos, que son los mismos que amparan a todo argentino y que establece la Constitución Nacional.
Quiero agradecer con estas líneas a todas las personas y entidades que me han hecho llegar su voz y su saludo de solidaridad. No deben afligirse. La vida empuja hacia delante y hacia arriba, hacia la luz. Para el goce de mi alma criolla quedan muchas guitarras en mi tierra, tantas como pesares y sueños y esperanzas contiene el alma humana. Y para mi lucha por la vida tengo todo el ancho de esta Argentina hermosa. No le faltará trabajo al que tiene salud, buenos brazos y una gran voluntad para vivir en su tierra, amándola y honrándola.
¡Buen oficio el del sembrador, ya de cantares o semillas!”


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“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).