jueves, 21 de junio de 2007

Hoy les traigo estos viejos libros de cocina

y el cuaderno donde mi abuela, Isabel Algañaraz de Madrid, escribió prolijamente recetas de cocina y quiero proponerles que busquen en sus casas, en la memoria de sus abuelas, esas recetas de cocina que con solo recordarlas nos hacen agüita la boca.

Huelo a azúcar quemada, a flan casero, a torta de manzana, a budín de pan, a arroz con leche, a natillas.


De tía María, jugando, aprendí los principios básicos de la cocina. De mi abuela Mercedes “Pita” la técnica y de mi mamá, las mañas.
Con insistencia colores, olores y sabores, estimulan mi memoria, entonces entro en la cocina y ocurre el milagro. Allí, se conservan a salvo los aromas del pan con manteca y azúcar, de las tostadas, del dulce de naranjas; los colores del viejo mantel, el gusto de la sopa que nos esperaba humeando en platos hondos, hondísimos color café con leche, esa sopa a la que le oponíamos toda clase de resistencia pero terminábamos consumiéndola hasta el final Sopa de Papas, de Arvejas, de Verduras, Consomé con pancito tostado cortadito, “sanguchitos” de pan tibio con queso fresco y tomate ¡manjar!.
Y todos los recuerdos se amontonan… y entre todos, rescato una sobremesa en la que, Manuel Sueldo, querido amigo de los Madrid, pidió a puro grito
- ¡Negra! Me tiene que dar la receta del arroz con leche.

- Pero, ¡Sí! Manolito, dijo María, tome nota, apunte, arroz, azúcar…, él la interrumpió
- ¡No, eso ya lo se, Negra! yo quiero saber que le pone Usted.


Y tenía razón Manuel, una receta de cocina es más que ingredientes, es maña, habilidad, maestría; ¡una creación! y María, fue una artista, autora, inventora. “Hacedora de milagros” llamaba, ella, a abuelita Isabel y ¿ella, nuestra María, que hacía?... ¿les cuento? Era un mediodía de diciembre de 1967, sábado o quizás domingo, estaban los tíos recién mudados a su nueva casa, todos colaborábamos acomodando muebles, abriendo cajas, colgando cortinas. María preparaba el almuerzo, papas, cebolla, tomates, huevos duros, una latita de caballa y “mucha lechuga para que no falte el verde”, así armaba la frugal ensalada, cuando de pronto “como carancho a su nido” se presentaron en el pasillo inesperadas, pero siempre bienvenidas visitas. Sin perder tiempo puso en una ollita, agua, sal y cuatro puños de arroz, corto pan tostado en daditos, unas aceitunas negras y aquella escasa ensalada, creció. ¡Sabrosísima!
- ¡a los de la casa serviles, poquito, me ordeno. Y mientras las visitas conversaban, y tío Loro agrandaba la mesa, María picaba albaca y ajito, el agua burbujeaba en la cacerola, un paquete de “Don Vicente”, medio pan de manteca, la ayudarían. Todos, pipones, esperaron el postre, la infaltable y salvadora, lata de duraznos en almíbar.
- cortalos bien chiquitos, así alcanza para todos, mandó, mientras aligeraba el dulce de leche con dos cucharadas panzonas de leche tibiecita y lo agregaba en un restito de arroz con leche que había sobrado de la noche anterior.

Tías, abuelas, madres siempre han hecho algún milagro en la cocina… ¡Vamos a cocinar! les paso
esta antigua receta: Budín de Ambrosía. Se pone medio litro de leche con medio kilo de azúcar, cuando haya hervido se le echan doce yemas, seis claras batidas aparte y la ralladura de un limón, se revuelve esto a fuego vivo hasta que aparece en la superficie un almíbar verde, entonces se coloca en la budinera untada con manteca y se pone a baño de María. Cuando empieza a despegarse de la budinera se le rocía con una copita de Oporto y ... ¡Listo!
¡Que lo disfruten!

“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).