martes, 12 de febrero de 2008

Romance de Kakel Huinkul


I
Estaba el fiero Kaquel
alertas, y firmes los ojos;
de la laguna el espejo
brillaba su plata al sol,
y la lontananza inquieta
danzaba en sordo rumor.
¿Qué ruido extraño le tiene
al pampa el ojo avizor?
Duermen callados y quietos
los viejos talas del monte,
pereza que da el verano,
pereza, sueño y calor.
Bajo un cielo como un lampo
de luminoso rigor,
una bandada de garzas
hunde los aires, veloz;
y en el bajo pajonal
que a la loma borda y come,
se ha abierto paso el venado
que es ligero corredor.
El indio, al verlos, inquieto
a su pesar se tornó,
y su mirada se alarga
hacia un lugar allá al norte,
donde el polvo en densas nubes
está oscureciendo el sol.
Kaquel levanta la mano
y pasándola en el rostro
borra del fiero entrecejo
gruesas gotas de sudor.
Al aire blandió la lanza
girando a un golpe su potro,
y su estridente alarido
en el bajo resonó.
Llevaba como una flecha
del monte la dirección;
y sus ojos se saltaban
y le abrazaba el calor.
El monte ya puesto en guardia
sus mil lanzas asomó.

II
Caravanas de caballos,
fusiles, sables, galones
y chaquetas coloradas
que tiemblan con la emoción
del clarín que está a degüello
sonando con clara voz.
Dando frente a los soldados
Y derrochando valor,
La lira de altivos pampas
al galope se tendió.
Pronto a la llanura inmensa
sacudió claro temblor,
y ya en los sables desnudos
se fue enrojeciendo el sol.
Florecieron las tacuaras
en el sangriento vellón,
y cantándole a la muerte
la boleadora silbó.
Terribles se hunden las lanzas
- hay sables con más furor –
melancólico el clarín,
vibra tocando atención
y nuevamente a degüello
con más coraje y valor.
El aire se carga y tiene
en el pesado bochorno,
un tufo fuerte y muy acre
de polvo, sangre y sudor.
Es duro aquel entrevero,
sin más testigos que Dios;
la indiada con alaridos
se comunica rencor
cargando desesperada,
más el cristiano redobla
su empeño por la partida
y a los fieros pampas pone
con irresistible empuje
en derrota y dispersión.
Lanzan ayes los heridos,
la sangre en el suelo corre
y están rojizos los pastos,
la tierra, el aire y el sol.
La laguna se despierta
y el monte de la alta loma
ha visto llorar los talas
y está en grande confusión.
Las polvaredas se acercan
Y el monte es todo clamor.
Kaquel del rudo combate
Fue el último que escapó.

III
En el toldo de Kaquel
la blanca cautiva llora,
porque en su pecho se baten
la alegría y el dolor.
Diez años de toldería
que a su hogar la arrancó
el pampa que la hizo suya,
que así es la ley del malón.
Amante sin nunca amar,
Sufrida, porque sufrió,
La libertad ahora viene
Más nunca vendrá el honor.
Estos pensamientos daban
a la cautiva aflicción,
cuando de un salto a su lado
Kaquel allí desmontó;
los ojos tenía bajos
y le temblaba la voz,
que a los que tanto lloraba
así, sin tardar le habló:
- Cristianos todo ganando,
indio perdiendo, peor…
mujer que ahora tiene y quiere
también – y el pampa calló
y ella, en sus ojos al ver
valiente resignación,
secó su llanto y al punto
con esto le contestó:
- Mis hijos son los tuyos
y tú que eres mi señor,
tendrán entre los cristianos
mi leal ternura y amor.
Yo rogaré ante los míos
que os reciban con razón
de ser leal y valiente…
Mas el pampa replicó
alzando grave ademán:
_ Kaquel no quiere favor,
los huincas valientes, sí
pero a mí nadie mandó.
Y rápido a la cautiva
sobre su caballo alzó,
que era huir con los dispersos
al parecer su intención.
Sorprendida ella: Mis hijos!...
con grande furor gritó.
En ese momento entraba
al monte la expedición
y al verlos un miliciano
con su fusil disparó.
La bala partió certera,
su brazo el indio aflojó
y rodando por el suelo
no tuvo un ¡Ay! de dolor.
La cautiva lanzó un grito
que desplomó su razón
y con la lanza del muerto
el pecho se atravesó.
Se llegaron los soldados
y hasta hubo investigación,
más la muerte de la blanca
cubrió por siempre su honor.
Allí en Kaquel la columna
desprendió una guarnición,
se pobló luego el paraje
y más de un siglo pasó;
un siglo sin una noche
de triste recordación,
noche que fue de venganza,
de sangre y desolación…
¡Ay si pudieran contarla!
Más nadie sobrevivió.


Autor Augusto José Bialade

Colaboración de http://ladoblede.com.ar/ "Amigos del Museo Kakel Huinkul Maipu Prov. de Buenos Aires"
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).