miércoles, 16 de mayo de 2007

Los Juguetes también cuentan historias



Te preguntaste alguna vez, ¿con que jugaban los abuelos?, y ¿nosotros?, ¿con que jugábamos nosotros?

Yo preguntaba, mi padre y mis tíos, me contaban...
"Con mucho ingenio complementábamos nuestros precarios juguetes, trompos, yoyos, baleros. Construíamos barriletes"...

Atesoro el sonajero de lata, que paso por las manos de mi padre y sus hermanos, aún conserva la cinta con la que se lo ataba al respaldo de la cuna.
Muñecas de porcelana, caballitos de madera, las queridas muñecas de trapo… “la de trapo que mamá me había hecho tenía una boquita bordada en hilo rojo y unos enormes ojos en profundo color azul, dos trenzas de lana negra enmarcaban la carita y tenía un vestidito con flores amarillas”… así recordaba mi tía María, su muñeca de trapo.
Nosotros, ustedes, yo, tampoco tuvimos nitendo, ni computadora, ni maquinitas, pero teníamos soles, plazas, hamacas, rayuelas, imaginación y creatividad. Esperábamos los recreos para cambiar figuritas, para saltar al elástico. No había messenger, pero nos comunicábamos, nos veíamos a los ojos, hacíamos rondas, librábamos compañeros en maratónicas escondidas, éramos felices teníamos todo…Autos y trenes de hojalata, muñecas, cocinitas, bolitas, tabas, baleros, barriletes. Los botines y la Nº 5, la bici y ¡cuantos más! Duermen olvidados en el fondo oscuro de algún cajón. Que tal si revolvemos esos cajones, y despertamos los viejos juguetes para escuchar esas historias…
La consigna es: Contemos una historia, donde el protagonista sea un juguete.
Les cuento una, que escuche hace algunos años (1973) y quiero compartir con ustedes. En nuestra casa (de Banfield) almorzábamos un domingo con el Dr. Augusto J. Bialade, (Tito, para los Madrid) autor de “El Camino es Largo”, precioso relato que todos los guidenses tienen que leer, al menos una vez. Durante la sobremesa, recordando su niñez en Guido, el Dr. Bialade evocó esta anécdota… “Cierto día en la escuela, durante el recreo, disputaron con otro chico una espadita de chapa que representaba el sable corvo del Gral. San Martín, a tal punto llego la reyerta que intervino la maestra (la Sra. Juana Cambiaggi, madre de Augusto Bialade) tomó la espadita y dio por terminada así la discusión. El juguete fue a parar a un cajón, el olvido llegó pronto, los recreos se sucedieron felices. Pasaron los años, la familia Bialade se trasladó ala Ciudad de Dolores y un día la Sra. Cambiaggi encontró, la disputada espadita y sin más la entregó a su hijo. Augusto, la conservó desde entonces entre sus cosas queridas, esas cosas que siempre guardamos en los cajones de nuestros escritorios, pueden no tener utilidad, de hecho casi nunca la tienen, pero, cuando uno las vuelve a ver o a tocar, esos objetos olvidados, esos juguetes, nos devuelven a nuestra infancia, al niño que fuimos. La espadita, era para el Dr. Bialade, un recreo en la escuela de Gral. Guido. Los años siguieron pasando, y una mañana ¡que sorpresa! llegó a su oficina aquel compañero de escuela, después de mucho charlar de cosas pasadas, el Dr. Augusto Bialade trajo a la memoria de su acompañante, aquella pelea en el recreo por el juguete de hojalata. Por un momento, fueron otra vez niños, en el patio de la escuela de Guido; entonces Bialade abrió el cajón de su escritorio, exhumó la espadita de hojalata, que lo había acompañado por más de cuarenta años y la entregó a su compañero y compueblano, como le gustaba decir...
Ese simple juguete, que una fría mañana, en el patio de la escuela de Gral.Guido, durante el recreo los había enfrentado por su tenencia, ahora los reunía. Ella, la espadita de hojalata estaba donde debía estar”.
Historias como esta, ustedes, guidenses, tienen montones, anímense a revivirlas a contarlas.
“Despojados de su memoria, los pueblos se opacan mueren y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta finalidad no hay ética posible”. Héctor Schmucler (1994 Revista Universidad Nacional de Córdoba).